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El fondo de la mina sobre la mesa del plató

La activista ambiental Greta Thunberg, el martes en Luetzerath, Alemania. EFE/ Finn Becker

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A Greta Thunberg la detuvieron en Alemania por participar en una protesta pacífica contra la explotación de una mina a cielo abierto de enorme impacto medioambiental. Se trata de una mina de lignito, un tipo de carbón que emite elevadas cantidades de CO2, uno de los gases de efecto invernadero que más aceleran el calentamiento global. Para arrancar de la tierra esta materia prima, considerada la más contaminante en Europa, el extractivismo destruyó bosques milenarios, bajó los niveles freáticos, acabó con la biodiversidad y provocó el desalojo de las poblaciones humanas: depredación pura y dura.

Los activistas en defensa del planeta -entre ellas, Greta Thunberg- decidieron plantarse en la ciudad de Lützerath para impedir el avance de ese crimen ecológico y civilizatorio en la cercana mina de Garzweiler, que tiene un tamaño de 48 kilómetros cuadrados. Si ellas no van, los empresarios codiciosos y los políticos sin escrúpulos seguirán abriendo descomunales boquetes más allá del subsuelo, hasta esquilmar todos los recursos y precipitar la emergencia. Mientras los extractivistas se llenan los bolsillos (Alemania es la mayor fuente de lignito del mundo), los activistas que se plantan en un barrizal para impedir tanto daño invierten su tiempo, su dinero y hasta su libertad. Greta y otras personas no cometieron delito alguno, pero fueron detenidas por protestar contra el delito medioambiental por el que no son detenidos sus responsables.

Puede que los medios de comunicación y los espectadores se queden en la superficie de unas fotos morbosas en las que una niña superdotada es arrastrada por el barro por unos polis muy grandes y armados hasta los dientes. En las redes sociales hay quien discute si la escena del arresto en las inmediaciones de la mina fue un montaje, si Greta y los polis posaron para los fotógrafos. Sin embargo, lo que importa de todo ello es la denuncia de Greta y los activistas, aunque no estén esos medios y esas redes ardiendo en el debate sobre el extractivismo.

También en el Estado español es un asunto que debiera ocupar todas las portadas. Las multinacionales mineras están esquilmando el suelo andaluz, con megaproyectos que contaminan de arsénico los acuíferos, agotan las reservas hidrológicas y abren ilegalmente más pozos de los autorizados, como en la mina Cobre las Cruces, en el Aljarafe sevillano. En Extremadura, se acaba de aprobar un proyecto de explotación extractivista de litio que afectará a varios municipios alrededor de la mina del Cañaveral (el vecindario ha convocado para el próximo domingo 23 de enero una manifestación de protesta que comenzará en el municipio de Holguera, donde está previsto instalar la escombrera de la mina). Cobre las Cruces y el Cañaveral son solo dos ejemplos entre cientos.

Expertos y afectados por el extractivismo lo consideran una nueva “colonización energética”. Las multinacionales, que además reciben subvenciones millonarias por sus megaproyectos mineros, actúan como auténticos especuladores: cuando han exprimido la tierra y arrasado con todos los recursos, se van con sus máquinas a otra parte, dejando atrás un territorio destruido y una sociedad expoliada. La del Cañaveral es una de las doscientas minas que pretenden agujerear Extremadura, amenazando reservas naturales, terrenos agrícolas, áreas protegidas y acuíferos.

Es admirable, pues, que activistas como Greta sigan recordándonos las consecuencias que tiene para el planeta y para todos sus habitantes una economía especulativa, que supone pan para hoy, hambre para mañana e incontables beneficios para quienes amasan. Si Greta recibe críticas es porque la maquinaria de la especulación, alimentada por la política esbirra, trabaja incansable en el desprestigio. También porque es mujer y porque es joven; demasiado joven para recibir la herencia de un mundo contaminado, agonizante. Ojalá su esfuerzo y su arresto sirvieran para que todas las teles esas que tanto tiempo dedican a comentar que la niña tenía que estar en el colegio, escucharan lo que fue a decir a Alemania y profundizaran en el tema que ha sacado de las simas de la inmoralidad extractivista y nos ha puesto encima de la mesa del plató.

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