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Trump y la ciudadanía europea

Manifestación 'No Kings' en Nueva York el 18 de octubre de 2025

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En un mundo ya violento y fracturado, la figura de Donald Trump se erige como el máximo catalizador de una mayor ruptura, de la agresión impune y del caos generalizado. No solo en Estados Unidos y en buena parte del mundo, también en Europa. Su retórica incendiaria y sus políticas ultraimperialistas y ultranacionalistas están generando un tsunami de incertidumbre que debiera preocupar a los Estados europeos y a toda la ciudadanía.

La retórica amenazante del ultranacionalista de Trump ha alimentado el resurgimiento del ultranacionalismo en Europa. Su lema “América Primero” resuena y se copia en las campañas de los partidos extremistas europeos, que utilizan el miedo, la xenofobia y el más puro racismo para avanzar en sus agendas de extrema derecha, cuando no desvergonzadamente neonazis. Es una tragedia política por el riesgo absoluto que conlleva para la cohesión social y para los frágiles valores democráticos que han pretendido definir a Europa durante unas pocas décadas.

Esa retórica amenazante del ultranacionalista Trump y de líderes como él (o, más bien, líderes esbirros que están dispuestos a hacer negocios con él, por sucios que esos negocios sean) alimenta la impresión de que ciertas alianzas tradicionales, como la de la OTAN, han de reforzarse, pues contagia inquietud sobre la seguridad en Europa y fortalece la consigna de que hay que reforzar dicha seguridad, con el consiguiente aumento del presupuesto y el gasto en presunta defensa, y la militarización de las, también presuntas, cada vez más precarias, democracias europeas. Es alarmante que hasta la OTAN haya sido objeto de burlas y amenazas por parte de Trump, que en su calculado delirio no ha dudado en sugerir la necesidad de que Estados Unidos defienda a sus aliados europeos, servicio de protección por el que los países europeos deben “pagar”. Nada se interpone entre Trump y el botín.

La respuesta a esas amenazas no puede ser la indiferencia, la cobardía o la sumisión. Las instituciones deberían fortalecer su capacidad para resistir la influencia destructiva de líderes neofascistas como Trump. Pero no podemos fiar el futuro solo a las instituciones. Es (somos) la ciudadanía europea la que debe unirse en un frente común y afirmar su compromiso con el estado de derecho y la cooperación internacional. La defensa de los derechos humanos y no humanos, de la justicia social y del medio ambiente debe ser nuestra prioridad urgente e incuestionable. Porque la postura ultranacionalista ignora, cuando no desprecia, problemas globales urgentes, como la emergencia climática, lo que tendrá repercusiones graves para el futuro inmediato del continente y del mundo.

El legado de Trump ya está siendo devastador en Estados Unidos o en Asia occidental, con las personas migrantes o el Estado palestino como cruel campo de operaciones. Y será devastador para el mundo entero. Europa no puede permitirse ser una espectadora pasiva en este drama político. Como ciudadanía debemos levantarnos, resistir y luchar por un futuro donde la justicia y la solidaridad sean los pilares, aunque endebles, de nuestra sociedad. Como siempre ha sucedido, la historia recordará si elegimos la inacción o la resistencia ante estas amenazas.

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