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Opinión - El presidente Sánchez no puede ceder

El modelo Luis Enrique

Pedro Sánchez junto a la cúpula del PSOE, de la que forman parte algunos de los ministros salientes, como Calvo, Ábalos y Uribes.

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Tras demostrar su efectividad en el escaparate de la Eurocopa y revolucionar a la selección y a la afición, el modelo de gestión del seleccionador llega a la política española. Hay mucho de inspiración en esa poderosa combinación de líder, grupo y estilo en la revolución que Pedro Sánchez ha ejecutado en la alineación socialista del Ejecutivo.

En el modelo Luis Enrique el único e indiscutido líder es el propio seleccionador. Deviene el principio fundacional. También ha devenido el principio rector de los cambios en el Gobierno. Todas las guerras paralelas por monopolizar el poder en el Gobierno, en el partido o en las políticas, que tanto nos han contado ellos y los medios, han terminado de golpe con el sacrificio de todos los guerreros involucrados. 

Igual que Luis Enrique para romper con el pasado confabulador de la selección al afrontar su decadencia tras los años dorados, Sánchez ha cortado de cuajo todas las cabezas y los liderazgos paralelos, las luchas de vestuario y las guerras de egos. La alineación socialista se conforma con una selección de jugadores que ni pretenden mandar más en el vestuario que el propio seleccionador ni van a discutirle el liderazgo. Todos saben que están ahí gracias a él, se lo deben y mañana pueden dejar de estar. En este Gobierno solo hay un papel protagonista. Todos los demás son secundarios.

Otro de los ejes del modelo Luis Enrique reside en eliminar las distracciones y el ruido. El grupo es lo que importa. Todos los jugadores que traían más alboroto y dispersión que pertenencia e identidad al equipo se fueron quedando fuera. Sánchez ha seguido el mismo criterio. Todos los ministros y cargos relevantes rodeados de más ruido y distracción que conocimiento y valoración de su acción de Gobierno se han quedado fuera. La mayoría han sido relevados por perfiles con mucho más futuro que pasado, con un expediente marcado por la capacidad política y de gestión antes que por su necesidad de ser protagonistas o su gusto por que se hable de ellos. La alineación socialista se ha llenado de peloteros de la política, curtidos en un estilo de juego desde las divisiones de la política local y autonómica.

Ahí reside el tercer eje del modelo: la fidelidad a un estilo, a una manera de jugar. Consciente de que la paz con un socio de Gobierno en transición depende crucialmente de la habilidad para sacar de la manera más suave posible el programa pactado, Sánchez ha llenado el Gobierno de perfiles de gestores criados en el partido que no van a ponerse a renegociar el pacto de Gobierno porque ninguno tiene el peso político que eso exigiría. Continuará habiendo líos y desajustes porque resulta inevitable, en la política y en el fútbol, pero tanto en la alineación socialista como en la alineación de Podemos se han quedado o han entrado aquellos conscientes de que no se cuestiona ni el estilo, ni al seleccionador.

Queda una cuarta pata del modelo a la que Sánchez va a tener que volver a acostumbrarse. El modelo ha funcionado en la selección porque Luis Enrique ha asumido todo el riesgo. Si ganaba la victoria era suya, pero si perdía la derrota también era suya, solo suya. No había excusas que alegar, ni segundos que cesar, ni jugadores a quienes señalar. Toda la presión recae ahora sobre Sánchez y no va a poder gestionarla únicamente con declaraciones institucionales y comparecencias sin preguntas. Entre los fracasos y el presidente del Gobierno ya no quedan barreras de protección.

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