Las monjas de Belorado y Europa
España, siempre rica en folklore, metáforas y alegorías simbólicas sobre las contradicciones de nuestro tiempo, acaba de suministrar otra sobre el proceso de construcción europea; en tiempo real y en sincronía con las elecciones continentales. Las protagonistas son las entusiastas monjas de Belorado, su pulido portavoz y antiguo mago de la coctelería, José Ceacero y el faro espiritual que lo ilumina todo, el falso obispo Pablo de Rojas. Su historia resume como ninguna qué se decide en Europa el próximo 9J.
Luego de todo tipo de especulaciones sobre los orígenes inmobiliarios y crematísticos del cisma, las disquisiciones sobre si eran ocupas a desalojar o sintecho a amparar, los dimes y diretes sobre las filias y fobias del obispo de Burgos, las bromas sobre la cofia de la fámula y el chaqué del mayordomo del señor falso obispo, la verdad ha emergido al final, como siempre ocurre, y lo ha hecho en el último post en Instagram.
Todo empezó con la pandemia. Allí fue donde las monjas comenzaron a preguntarse “qué estaba pasando tanto fuera de la Iglesia como sobre todo dentro de ella” y a constatar con desánimo cómo todo se iba al carajo, cómo la Iglesia había abandonado la vida eterna y cómo la curia había dejado a su suerte a los cristianos por el vano miedo al contagio pese a llevar la armadura del Señor.
El punto de no retorno de aquel momento de “dudas, choques y contradicciones” fue la suspensión de los sacramentos y escuchar “a los supuestos pastores explicar que los sacramentos no eran necesarios, que cuando pasase el peligro ya se podría hacer”. Allí las monjas dijeron basta. Decidieron parar el reloj de un tiempo que no les gustaba y volver a una Iglesia, a un mundo y a una España que pudieran comprender; a ser posible con el patrimonio intacto y a buen recaudo.
Donde usted ve a un desocupado de buena familia disfrazado de obispo para una película de García Berlanga, ellas reconocen una Iglesia donde manda quien tiene que mandar porque por algo han mandado siempre y tampoco nos ha ido tan mal. Donde usted ve a un señor disfrazado de cura buscando sus cinco minutos de fama, ellas ven a un heraldo fino y educado explicando, sin elevar el tono, que en su mundo reina el orden, todo está en paz y en su sitio porque cada uno sabe cuál es su sitio.
No están encerradas. Están donde quieren estar. En una España católica, apostólica y romana donde se da misa en latín, se ayuda a los necesitados que se lo merezcan y no hay convento sin orgullo gastronómico local que llevarse para el postre en las fiestas de guardar; no esta España donde ya no sabes ni donde vives porque ya no conoces a nadie. En esas están y en esas siguen, de regreso a la Iglesia y al mundo preconciliar. Igual que media Europa tras la pandemia, votando a la extrema derecha para detener el reloj de la historia y retroceder a cómo eran las cosas antes, aunque nunca lo fueran; cuando se entendían y cada cosa tenía un porqué y una función.
Medio continente anhela lo mismo que las monjas. Regresar a una Europa y a un país de fantasía, pero que puedan comprender; donde reine el orden y todos tengamos el mismo color, la misma lengua, la misma fe, los mismos valores, la misma educación y se acabe de una vez este sindiós de géneros y sexos; donde venga la gente que tenga que venir, pero a servir y a trabajar como es debido, donde todos nos juntemos a comer paella, cocido o tortilla, nos gusten los toros, seamos de la selección, hablemos castellano, vayamos a las procesiones en Semana Santa y pongamos el nacimiento en Navidad; donde si algo no nos gusta se pueda prohibir, expulsar, desterrar y, si fuese menester, quemar; como se ha hecho siempre, sin tanta burocracia comunitaria y tanta mandanga.
Las monjas de Belorado nos representan mucho más de lo que pensamos y nos gusta admitir. Y eso sin hablar de sus trufas.
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