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Los monstruos producen votos

Elisa Beni

Andan pescando en todos los caladeros y por algo será. Respeto profundamente a los votantes que elijan la papeleta de Ciudadanos pero me choca que haya algunos, que se imaginan progresistas, que se dejen arrastrar por los cantos de sirena de un Frankenstein ideológico que no es probable que pueda sostener el andamiaje que está poniendo en marcha para las elecciones.

Del 41% de indecisos censados por el CIS, al menos un 9% duda en su voto entre PSOE y Ciudadanos. Es de suponer que otra parte de los votantes de los socialistas ya habrá finiquitado su transición de voto. Y es un cambio que chirría. Van a enfadarse. Lo hacen cada vez que digo que Ciudadanos es un partido de derecha laica y más europeo y menos meapilas que el PP. Se molestan mucho. Creo que fue Juan Manuel de Prada el que dijo que la formación de Rivera era de derechas de cintura para arriba y de izquierdas de cintura para abajo. Vaya chollo. Te arreo una de programa neoliberal pero te dejo hacerte un peta. Ahora ha sido el propio Rivera el que ha dicho, es posible que sin moverse compulsivamente, que está preparado para pactar en economía con el PP, en temas sociales con el PSOE y en regeneración democrática con Podemos. ¡Y viva la Pepa! Así no hay quien pueda. Yo les tenía respeto cuando los veía como una opción limpia para los votantes conservadores. Ni siquiera me cegaba el hecho cierto de que fuera una opción que pululaba por ahí hace un tiempo sin que muchos repararan en ella hasta que se notó como el mundo financiero temblaba y el lenguaraz del presidente del Sabadell dijo aquello de “necesitamos un Podemos de derechas”.

Llevaba razón. El fango que ahoga al PP es difícil de limpiar. Los votantes conservadores merecían una opción limpia con la que defender su forma de ver la vida y de querer regir los destinos de este país.

Cosa distinta es la hora del travestismo. Esa en la que un partido que aglutina a muchos de los tertulianos con las que las he tenido buenas en multitud de temas se molesta cuando le dicen que no es un partido progresista. No lo es. Como tampoco el inexistente centro es una colcha de pachtwork reversible. Me dirán que quién soy para repartir o no carnés. No los reparto. Solo constato. La “nueva política” no puede construirse a base de monstruos de retales engañosos para el electorado que, además, serán trastocados a las primeras de cambio. Y es que se puede estar contra el fracking y el impuesto al sol y a favor del autoconsumo pero esto se estrellará con la realidad si quieres ser el cambio sensato para el Ibex 35.  Y, por otra parte, abogar por la posibilidad de comercializar el cuerpo de la gestante y convertir la prostitución en un negocio reglado casa bien con esa visión liberal en que todo cotiza y vale para generar dinero e impuestos pero no puede ser comprado como una medida progresista. Tampoco la destrucción del pilar básico de la ley de Violencia de Género, hacer desaparecer la agravante por violencia cometida por el hombre sobre la mujer, es una medida igualitaria como pretenden hacer ver. Como no lo es quererse poner el uniforme mimetizado para encabezar las batallas en primer tiempo de salida o negarse a quitar los vestigios del franquismo a pesar de hacer la concesión de poder sacar los cuerpos para darles digna sepultura.

“Los señores de Ciudadanos no tienen proyecto solo parches”, dijo la inclita pepera Andrea Levy. Y ahí no va a andar desencaminada. Son parches y trozos para ensamblar un todo que parece moderno pero que cuanto menos es incoherente y, lo que es peor, en la práctica devendrá imposible de armar a la vez. Puede que se enfaden pero conste que incluso los veo llamados a sustituir como idea de partido conservador al existente, lo que no puede verse sin estremecerse es su careta de partido progresista para salir de caza. No han sido los únicos. Podemos erró también cuando intentó aquel engendro de la centralidad del tablero que le sirvió para caer en picado en unas expectativas que ahora debe remontar.

Las cosas son como son y la incoherencia no suele tener mucha cabida ni ideológica ni práctica. Quizá ese fue el problema de Rivera en “el debate decisivo”, que no tenía atril y así quedaba todo al descubierto, de cintura para arriba y de cintura para abajo. A él mismo le dio el baile San Vito solo de pensarlo.

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