Movimiento Nacional
Tras la debacle de PP y Ciudadanos en las pasadas elecciones catalanas, una reacción nacionalista parece surgir en determinados ámbitos de la derecha española.
Eso del constitucionalismo comienza a ser agua pasada para buena parte de la derecha más recalcitrante. La cosa comenzó cuando en las últimas campañas electorales el líder de Podemos, Pablo Iglesias, se sacó de la manga su propio constitucionalismo y terminó diciendo aquello de que “la Constitución no es para enseñarla, sino para aplicarla”. Así que los spin doctors de esa derecha le dieron al coco y llegaron a la conclusión de que si Iglesias se había hecho constitucionalista, ellos tenían que dejar de serlo y volver su mirada al nacionalismo español.
La debacle del PP en Catalunya ha dado nuevo impulso a este modelo nacionalista. Y en esas estamos. Ahora es el momento de la nación española. ¿No hablan los vascos de la nación vasca? ¿No hablan los catalanes de la nación catalana? Pues eso, es el momento de volver a hablar de la nación española, justo cuando las “hordas separatistas y comunistas” han tomado el poder y no se sabe cuándo lo perderán.
El diagnóstico es certero. La diputada del PP por Barcelona, Cayetana Álvarez de Toledo, lo decía muy claro tras la catástrofe de su propio partido en las recientes elecciones autonómicas: “Una sociedad devastada moral, política y culturalmente ha revalidado a los gestores de la pandemia y del procés. Eso es terrible como suceso social y político”.
Los resultados catalanes han sido tan desastrosos que el PP de Pablo Casado ha quedado tocado. Resulta difícil dar una respuesta adecuada tras la debacle catalana que se une a la anterior debacle vasca. En dos territorios importantes el PP se ha convertido en partido residual y ahora llega el momento de los cuchillos afilados que surgen por todos los lados contra la tibieza y el dislate del presidente popular. Y en esta tesitura, Pablo Casado se pregunta lo mismo que se preguntaba, desde el otro lado del abanico político, Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, en su libro ¿Qué hacer?
Por si le sirve a Casado en este momento de tribulación y desesperanza, me permito señalarle las palabras que Lenin situó al comienzo de su famosa obra. Una frase de Ferdinand Lasalle a Carlos Marx en 1852: “La lucha interna da al partido fuerzas y vitalidad; la prueba más grande de la debilidad de un partido es la amorfía y la ausencia de fronteras bien delimitadas; el partido se fortalece depurándose”. Cierto que Lasalle, Marx y Lenin no parecen los ejemplos más adecuados para dirigir el nuevo tiempo del PP, pero cierto también que no hay peor cosa que un partido amorfo, porque no logra emocionar a sus posibles votantes y porque da pie a los manejos de sus enemigos internos y externos. Así que la recomendación a Casado es que en el próximo tiempo se dedique a la depuración, desinfección y refundación, y no sólo de la sede. Y que lo haga cuanto antes porque, en caso contrario, el depurado será él. Necesita como agua de mayo una estructura política interna de peso y fundamento que le ayude a caminar en estos tiempos de zozobra y le dé nuevo valor en el panorama político actual.
Una política nueva, una política proactiva, una política de pacto, quizá señale el camino. Durante todo el proceso de la pandemia hemos asistido a la dinámica de negar el pan y la sal por parte del PP, con los resultados que están a la vista. En ese proceso del cuanto peor mejor, los adversarios del Gobierno han aprovechado para tratar de provocar la deriva del PP hacia posiciones extremas, allí donde precisamente tiene ya un competidor correoso que le ha birlado ese target y una legión de corifeos que propugnan el nacionalismo español.
Casado haría bien en recordar en estos momentos difíciles sus propias palabras dirigidas a Santiago Abascal con motivo de la moción de censura planteada por Vox al presidente Sánchez: “Decimos no a la ruptura que usted busca, a la polarización que usted necesita, como Sánchez. No a esa España a garrotazos, en blanco y negro, de trincheras, ira y miedo. No a ese engendro antiespañol que también patrocinan ustedes. Esa antipolítica cainita, de izquierda o de derecha destinada a hacer que los españoles se odien y se teman”.
Y ese es uno de los elementos de la cuestión, la polarización existente, en el ámbito de determinada derecha española que se enfrenta a una especie de catarsis derivada de la inconmensurable tragedia que han supuesto para ella los resultados de las elecciones en Catalunya. El 80% de los votos han ido a opciones “separatistas y filocomunistas” y hasta aquí podíamos llegar. Cataluña está perdida, dicen, pero esto puede ir a peor. Con sólo 11 escaños, “Vox se ha convertido en la primera fuerza nacional en Cataluña”, decía este mismo jueves su líder Santiago Abascal en una entrevista.
Así que se han puesto a construir el nuevo Movimiento Nacional. El análisis de esos spin doctors de determinada derecha es claro: Las elecciones en Catalunya han evidenciado que la estrategia política de Pedro Sánchez tiene presente y futuro. Por eso, esa “sociedad devastada” necesita un tsunami, un movimiento telúrico que la sacuda y la saque de su devastación, quizá con más devastación, pero las revoluciones, y ésta tiene que ser una revolución desde la derecha, es lo que tienen. Un parto llega con dolor.
Para los spin doctors de la derecha ultramontana, el camino no es el PP, no es el constitucionalismo, sino el nacionalismo. Hay que dejar a un lado la Constitución y “el derecho a la autonomía de las nacionalidades” y memeces de ese estilo recogidas en ella, si es necesario, unir todas las fuerzas de la derecha y juntar churras con merinas por el bien de la unidad nacional. Los partidos políticos, nos dicen, son meros instrumentos coyunturales. Por el contrario, la sociedad, los votantes, siguen ahí, y los de la derecha se encuentran huérfanos ahora. El objetivo es cohesionar en un nuevo Movimiento Nacional a ese amplio espectro que va desde los millones de votantes que fueron de Ciudadanos, hasta esa joven de la nueva Sección Femenina de Falange, que dijo bien claro el otro día quién es el culpable de todo. “El judío es el culpable”, aseguraba, en un país en el que los judíos fueron expulsados en 1492 y no volvieron a pisarlo nunca más.
Nos decía el historiador José Álvarez Junco que las naciones a menudo “son construidas intencionadamente por unas élites nacionalistas que son las principales beneficiarias de que el territorio se convierta en una nación”. Es decir, “primero son los nacionalistas y luego las naciones”. Algo de eso parece ocurrir a nuestro alrededor.
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