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El neoliberalismo y la economía como sistema moral (o inmoral)

Archivo - El director de comunicación de Isabel Díaz Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso; y Alfonso Serrano;
27 de septiembre de 2025 22:31 h

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Considero improbable que Isabel Díaz Ayuso, la campeona española del neoliberalismo, haya leído a Friedrich von Hayek. Tampoco creo que Hayek figure entre las lecturas de su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, aunque de ese genio del cinismo puede esperarse cualquier cosa. El caso es que el austríaco Hayek (1899-1992), creador de la doctrina neoliberal y de la llamada Escuela de Chicago, propone, como todos los grandes economistas, un sistema moral. O una doble moral, según se mire.

Y cuando hablamos de moral vamos mucho más allá de si son indecentes o no (y, por supuesto, de si son legales o no) los trasvases de recursos públicos a grupos privados como Quirón, trasvases como los que han hecho rico (con presunto fraude fiscal de por medio) al intermediario Alberto González Amador, novio de la presidenta madrileña.

Digamos de entrada que Hayek (al que conviene leer) consideraba obsoletos los viejos principios morales, vinculados con la filosofía clásica y con el cristianismo original. Para Hayek, lo de “ama al prójimo como a ti mismo” era un residuo prehistórico, un vestigio de las eras tribales y clánicas, que inevitablemente llevaba a la ruina a las sociedades modernas. Instintos humanos como la empatía, la solidaridad y el altruismo no tenían cabida en la Gran Sociedad moderna, una abstracción construida sobre millones de intercambios entre desconocidos.

“La base esencial del desarrollo de la sociedad moderna”, escribió, “consiste en permitir a la gente perseguir sus propias metas en base a sus propios conocimientos y sin restricciones impuestas por las metas de otras personas”. Ay, las metas de otras personas. Ahí figuran cosas como vivir, comer, cobijarse, trabajar, tener acceso a la medicina.

Hayek no era un sociópata, aunque elogiara la dictadura de Augusto Pinochet y considerara mucho más importante la libertad económica (el mercado) que la política (la democracia). Decía que con los familiares y amigos sí se podía obrar “a la antigua” y ser solidario y altruista. Pero más allá de ese reducido círculo había que ser egoísta y despiadado. Había que ser “un hombre nuevo”. También Karl Marx preconizaba “un hombre nuevo”. Los grandes economistas tienen un curioso empeño en cambiar al hombre.

El gran enemigo de Hayek fue el británico John Maynard Keynes (1883-1946), a quien se atribuye la paternidad de la socialdemocracia moderna. ¿Qué tipo de moral proponía Keynes? Ninguna. Era un tecnócrata de la economía, dispuesto a aceptar cualquier cosa que funcionara para combatir el desempleo, un problema que le obsesionaba. (Según Hayek, Keynes habría incurrido en flagrante delito de solidaridad y empatía). ¿Hasta dónde debía llegar el poder del Estado? Depende. ¿Hasta dónde había que interferir en el libre mercado? Depende.

Keynes exigía para la élite gestora (él y los suyos, mandarines del Estado) plena libertad a la hora de juzgar cada problema y de buscarle remedio. “Repudiamos totalmente la moral basada en las costumbres, las convenciones y las tradiciones. Es decir”, escribió, “éramos, en el sentido estricto de la palabra, inmorales. Sigo siendo, y siempre seré, un inmoral”.

A Keynes no le importaban las paradojas. Como, por ejemplo, la de tratar a cada persona de forma desigual en nombre de la igualdad: un paradigma socialdemócrata.

Hayek combatió las grandes ideologías totalitarias del siglo XX, el comunismo y el nazismo. Keynes combatió las grandes aberraciones del capitalismo, las que provocaban la miseria y la explotación de millones de personas. El uno privilegiaba la libertad, aunque dentro de ella metiera a Pinochet. El otro privilegiaba la justicia social (un oxímoron según Hayek) y la igualdad, aunque para ello el Estado tuviera que recortar libertades.

¿Qué pensarían Hayek y Keynes sobre el nuevo sistema que se adueña del mundo? Hoy el mercado se hace totalitario, el Estado fomenta las desigualdades (véase Donald Trump) y la cleptomanía de unos pocos (véase Vladimir Putin), y la libertad más sagrada es la de amenazar de muerte a alguien de forma anónima, a través de las redes sociales. En lugar de la doble moralidad o la inmoralidad tecnocrática triunfan la obscenidad y la mentira. Creo que Hayek y Keynes, de estar vivos, se horrorizarían ante los monstruos creados a partir de sus ideas.

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