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Niños gordos, no

Niños jugando en el patio de la escuela.

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No tengo del todo claro, y me suscita serias dudas que estoy abierta a dialogar, el modo en que se pone el foco en la “obesidad infantil” en el reciente Plan Estratégico Nacional para la Reducción de la Obesidad Infantil que acaba de poner en marcha el gobierno de Sánchez. Me resulta delicado porque, en una sociedad donde la gordofobia es un grave problema y la violencia estética va cogiendo cada vez más y más protagonismo, no podemos permitirnos que al centrar la mirada en este aspecto se obvie y pasen por alto todos aquellos otros factores sociales determinantes que impiden que haya niñas y niños en nuestro país que tengan una calidad de vida saludable.

Es muy importante que no parezca con solo leer título del Plan o la foto de portada del mismo que el objetivo de reducir la obesidad infantil es poner a dieta y a hacer ejercicio a las niñas y niños gordos, aunque sea en plan bien. Sin duda que la práctica deportiva y una vida saludable son claves para que nuestra infancia crezca con salud, sin embargo, muchas familias no pueden comprar alimentos de una dieta saludable por los precios que, además están subiendo por momentos. Es más, la relación entre rentas bajas y obesidad infantil delatan cuál es uno de los problemas que están detrás: la pobreza y la desigualdad. Si, tal y como señala el propio Plan, la obesidad infantil se duplica para los niños y niñas en hogares, esto significa que vivir en una familia con renta baja dispara la probabilidad de sufrir obesidad. Quizá, entonces, es la desigualdad una de las mayores dificultades de muchas niñas y niños para crecer sanos, además de otras relacionadas con la precariedad laboral de las familias y la consiguiente falta de tiempo de calidad que pueden pasar con sus hijas e hijos o las exigencias de un sistema educativo que les provoca graves crisis de ansiedad, ese demonio en la cabeza que no para de crecer entre la gente más joven.

Sin duda que el dato de que España está entre los países de la Unión Europea con una mayor prevalencia de obesidad y sobrepeso infantil: 4 de cada 10 niños y niñas tienen exceso de peso, exige una respuesta integral. Pero no puede desligarse esta cifra del dato de que nuestro país también está entre los tres países con mayor pobreza infantil. La vinculación es tan clara que cuando una familia acude a un banco de alimentos a pedir ayuda lo que va a encontrar son solo productos propios de una dieta sobrecargada de pasta, alimentos procesados y bollería industrial. Alimentos que, en la cesta de la compra, son también los más económicos y asequibles en cualquier supermercado. Cuando las familias no llegan a final de mes, y a veces ni a final de semana, es importante velar por que no se adopte una visión reduccionista en la que se termine hablando solo de si los niños gordos tienen que adelgazar, no vaya a ser que, además de sonar a frivolidad, se esté estigmatizando todavía mucho más a niñas, niños y adolescentes a los que les atraviesan múltiples situaciones de discriminación.

Al leer las más de 200 medidas que contiene el Plan, y también las declaraciones y mensajes fuerza que acompañan a su presentación y puesta en marcha, parece más bien que estamos ante un plan para garantizar una vida saludable para la infancia y la adolescencia. Quizá este título hubiera acaparado menos focos y titulares, pero sería menos estigmatizante para toda esa población de cuerpos diversos, también entre las niñas, niños y adolescentes, que lucha día a día para hacer frente al señalamiento e incomprensión que significa tener un cuerpo no estándar. Precisamente, en base a una de la tercera de las líneas estratégicas del Plan (“Desarrollar un ecosistema social promotor del bienestar emocional y el descanso adecuado”) el nombre del mismo debería haber sido otro. La primera pandemia contra la que hay que luchar es contra la gordofobia que achaca cualquier problema de salud a estar gordo, a la obesidad, al exceso de grasa, independientemente de las circunstancias de cada persona. No son pocas las veces que desde el ámbito sanitario se achaca cualquier dolencia al hecho de tener sobrepeso, sin que se escuche a la persona ni se la atienda médicamente de manera adecuada al margen de que sea gorda. 

Se echa en falta en el Plan, además, una definición científica de lo que es la obesidad infantil. No se habla de la diferencia entre esta y el sobrepeso. La sociedad, y las instituciones, necesitan parámetros y definiciones para clasificar y poner parámetros porque de lo contrario de simplifican las ideas y se corre el riesgo de dejarse llevar por los sesgos y los prejuicios. Dice la OMS que la obesidad infantil se debe a un desajuste entre la ingesta y la actividad física, siendo la parte determinante para la salud el sedentarismo infantil. Por lo que, quizá, otra sugerencia para el nombre del Plan y evitar alimentar la gordofobia inconsciente que todas y todos llevamos dentro, podría haber sido Plan Estratégico Nacional para la Reducción del sedentarismo infantil. 

Y para acabar; una reflexión importante, está más que comprobado que hay muchas personas nada sedentarias, que aparentemente, según los cánones de belleza serían señaladas como personas con sobrepeso y poco saludables. Y también, muchas personas delgadas, aparentemente saludables, que tienen un porcentaje muscular tan bajo que tienen graves problemas de salud a nivel metabólico. Por lo tanto, hay que tener cuidado con no reproducir ideas erróneas de que un cuerpo válido es solo aquel cuerpo delgado y saludable, como los de las fotos que ilustran el Plan. 

Es un tema delicado, lo sé. Pero la salud mental de las niñas y niños con cuerpos no estándar, también lo es, y los mensajes que les damos si van llenos de carga negativa no les hace ningún bien porque una cosa es estar gordo y otra distinta sufrir sobrepeso u obesidad infantil.

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