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La ansiedad, “el demonio en la cabeza” de los adolescentes que no para de crecer

Dos adolescentes juegan en un parque. EFE/ Miguel Gutiérrez

Rocío Niebla

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Primera pregunta: la Guerra Fría. La alumna la lee, lleva días y días estudiando la doctrina Truman, la crisis de los misiles, el muro de Berlín y Vietnam. Lo tiene en la cabeza, pero las manos le empiezan a temblar. Se dice “calma”, pero el barrio de Carabanchel empieza modo torbellino a darle vueltas en la cabeza. Se le acelera la respiración o ¿se les están cerrando los pulmones? El profesor anuncia que tienen 50 minutos para terminar el examen y ella tiene ganas de correr, de salir, de buscar el aire. No le vale con un 8, ni con un 9: necesita la nota más alta para hacer la media, pero la media va a tener que esperar porque los ojos se le nublan y el profesor de Historia llega a su mesa. “¿Te pasa algo? ¿Estás bien?”. Está bloqueada, mareada, se echa a llorar: “Sé quién es el de la foto pero no me sale el nombre. Jruschov, Zhdánov, Gorbachov...”. Se queda pálida con un mar de agua pendiente abajo en las mejillas. Son las nueve y cinco de la mañana, y una de las alumnas más brillantes de primero de bachillerato del instituto ha tenido un ataque de ansiedad.

“Tengo demonios en la cabeza”. Así lo definió la gimnasta Simone Biles cuando se retiró de la competición en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. La mejor gimnasta de la historia venía precisamente de dejar alucinado al mundo entero al realizar un ejercicio que jamás había hecho una mujer: el Yurchenko con doble mortal carpado. Pero paró. Priorizó su salud mental. Desde el Hospital Universitario Parc Taulí de Sabadell, Barcelona, la psicóloga clínica Iris Pérez-Bonaventura aplaude su ejemplo. Esa frase ya célebre de Biles abre un capítulo de su libro 'Ansiedad. A mí también me pasa' (B de Block) que, junto a las ilustraciones de Alba Medina, compone un manual divulgativo y práctico para jóvenes y adolescentes. En el prólogo marca: “La adolescencia es un etapa crítica en la que uno de cada tres jóvenes sufre o sufrirá un trastorno de ansiedad y uno de cada doce tendrá problemas graves en la escuela, en casa, con los amigos o en actividades en las que se les exige alto rendimiento”.

José Luis Merino es profesor de Lengua y Literatura en el IES Isabel La Católica, en Madrid. Su profesión es vocacional y, en ocasiones, se siente azorado por la ansiedad y los ataques de pánico del alumnado. “Tienen estrés vital: por un lado, sus cuestiones personales y, por otro, la presión y las obligaciones que les marca el calendario escolar”, cuenta. Merino explica que hay alumnos que se sienten presionados y con “alta exigencia para ser el mejor”. Esto los ahoga y los acorrala. La competición, dice, es “por todo”, no solo por notas y rendimientos sino también por “likes” en redes o por entrar en los cánones de belleza. La ansiedad les conduce al miedo y el miedo desemboca en ansiedad: es un pez que se muerde la cola. Y, aunque la ansiedad “controlada es buena porque ayuda a afrontar los desafíos, hay que aprender a lidiar con ella”, dice la psicóloga Pérez-Bonaventura.

“Ha habido un incremento exponencial en ansiedad. Lo estamos viendo en los hospitales, en los institutos y en casa”, afirma la psicóloga. “Los ataques de ansiedad tienen tres componentes: aparecen de forma súbita, en cuestión de segundos la respiración se acelera o se tiene temblores o mareos o la boca seca; pero igual que ha venido se va y es común que los adolescentes piensen que se van a volver locos o que se van a morir”, dice. Es un mecanismo de alarma que no tiene fin, lo que sí existen son las herramientas para poder sobrellevarla: aprender a respirar, a manejar las emociones, mejorar la capacidad de afrontar las dificultades y cuidarse (deporte, huir de drogas y mantener una dieta sana) son primordiales para hacerle frente.

Iris Pérez-Bonaventura aconseja que, en pleno ataque de pánico, se repitan una serie de frases a modo mantra para llegar de la angustia a la tranquilidad. Algunas son: “Respira. Es temporal. Igual que ha venido se irá, como las olas del mar. La amígdala cree que estoy en peligro, pero no lo estoy. Estoy bien. Se ha activado el sistema de miedo prehistórico porque es un instinto innato”. Y sobre las frases que puede que les digamos los demás y que considera que no ayudan está “Cálmate”. Y cuenta: “Necesitan que los adultos validemos sus emociones, no que les quitemos importancia. Ese ‘cálmate’ invalida lo que siente, así que lo que realmente es útil es manifestarle que estamos a su lado y que esto pasará”.

Una etapa vulnerable

La adolescencia es una etapa vulnerable ya que los cambios son constantes: tanto físicos, emocionales como a nivel de conducta. El primer amor, el examen complicado, la continua negociación con los padres o las primeras peleas con amigos. “Son un remolino de emociones y de presiones, es por esto que la ansiedad se incrementa”, dice la psicóloga. Ponerle palabras y conocer qué está pasando es el primer punto para curar el mal. “Lo que provoca más ansiedad no son las cosas que pasan, sino cómo se piensa lo que pasa. Así que para manejar la ansiedad se debe aprender a reconocer las emociones con que se manifiesta”, asegura. Hablar de la ansiedad, el estrés y los miedos con las personas de confianza (la familia, el profesorado, los amigos o un psicoterapeuta) ayuda a procesar y a gestionar las emociones.

El escritor Gio Zararri empezó a tener episodios de ansiedad durante la adolescencia. Tanto le cambió la vida, que a día de hoy se dedica a investigar y a escribir libros sobre el tema. El último: ' El fin de la ansiedad en niños y adolescentes: cómo ayudar a tus hijos a gestionar los miedos, el estrés y la ansiedad' (Vergara, 2022). “Cuesta muchísimo dominar la ansiedad, pero poco a poco te das cuenta de que tenemos poder sobre ella. Se trata de comprender por qué tenemos miedo y darle el justo valor”, dice. Afirma Zararri que aprender a controlar la respiración le ayudó a “apagar el botón del pánico cuando se hace excesivo”. Y señala: “En ocasiones el problema es que los padres creen que los adolescentes tienen que entender los problemas como un adulto. Y no. El cerebro del niño se está desarrollando”.

Si un pico de ansiedad se manifiesta en el aula, la psicóloga Iris Pérez-Bonaventura propone que los profesores permitan que el adolescente se retire de la situación y que, cuando vuelva a la tranquilidad, al estado basal, regrese. “El gran problema es que, si se marchan de la situación, del examen o de la presentación oral y no regresan no solo hay ansiedad, sino que se desarrolla miedo a las escenas que le han causado la crisis”, dice. Si se huye del miedo, se hace más grande y, como ella afirma, “la única forma de ser libre es aceptando, afrontando y venciendo cada uno de los temores”.

Los conocimientos y el currículum escolar son importantes, pero enseñarles a gestionar emociones, a cuidarse y a mantener el estrés a raya es aprender a proteger la salud mental. “Necesitamos que las ratios de las aulas bajen para estar más pendientes y detectar pronto estos problemas. En los centros escolares necesitamos psicólogos que les den herramientas para lidiar con el estrés”, afirma el profesor José Luis Merino. “Y ya puestos, personal de enfermería en los centros sería un acierto”, agrega. Si no les brindamos profesionales que los guíen y atiendan de forma pública es abandonarlos a su suerte, o bien, que su salud mental dependa de si la familia puede o no pagar terapias. CC.OO. lleva meses señalando que los centros escolares se enfrentan a un aumento de casos de autolesiones y que es una “emergencia absoluta” destinar recursos para ayudar al alumnado en situaciones de precaria salud mental. Los “demonios en la cabeza” de los adolescentes claman ser escuchados.

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