No culpes al coronavirus de los cuatro millones de parados
Leo titulares de periódico y oigo a presentadores de telediario repetir que “la pandemia deja cuatro millones de parados en España”. Qué barbaridad, me digo, qué destrozo está causando el coronavirus, no solo miles de muertos sino además cuatro millones de parados, una debacle social. Luego echo un vistazo a las cifras detalladas, y descubro que desde el comienzo de la pandemia, hace ahora un año, el paro ha aumentado en… ¿adivinan cuánto?
Venga, a modo de juego, y no vale consultar en Google: ¿cuánto dirían que ha aumentado el paro en España desde que empezó la pandemia para alcanzar esos cuatro millones? ¿Dos millones, tres millones…?
Pues no: poco más de 750.000 personas.
Sí, yo también me he frotado los ojos al leerlo, pero así es: desde febrero de 2020 hay poco más de tres cuartos de millón de nuevos parados. Que es mucho, vale, pero ¿de dónde han salido entonces los otros tres millones y pico, hasta completar estos catastróficos cuatro millones que todos relacionamos con la pandemia, las restricciones y el frenazo económico? ¿En serio ya estaban aquí antes de la pandemia, no los ha echado a la calle ningún virus?
Pues así es: en febrero de 2020, cuando el coronavirus era todavía un asunto chino y nos burlábamos de los periodistas que se ponían mascarilla en las conexiones, en España había 3.246.047 parados. Que ya estaban apuntados, insisto, no los ha dejado sin trabajo ningún virus.
No recuerdo yo que hace un año, antes del virus, nos llevásemos mucho las manos a la cabeza por los más de tres millones de parados, muchos de ellos de larga duración. Todo lo contrario: los celebrábamos, porque veníamos de más de seis millones solo siete años antes, en la última gran crisis económica. Nuestros tres millones de parados sin crisis ni pandemia eran un éxito, y por eso ni los veíamos, ni por supuesto nos preocupaban demasiado.
Que no digo que la pandemia no haya sido un desastre para el empleo, claro que sí: además de esos 750.000 nuevos parados, hay casi un millón en ERTE, que no cuentan estadísticamente como parados pero están mano sobre mano en casa, con sus empleos aguantados con el esfuerzo de todos. Además, varios cientos de miles de autónomos sin actividad.
Pero déjenme que me siga escandalizando un ratito no por los parados de la pandemia, sino por los que ya teníamos sin necesidad de virus, los que arrastramos históricamente, nuestro bendito paro estructural, ese suelo que hace que incluso en los mejores ciclos económicos no seamos capaces de bajar de dos millones de parados. Así se explica también que estos días, ya con la pandemia, estemos a la cabeza de Europa en todos los indicadores sociales negativos que se les ocurran: el país que más empleo destruye, con más paro juvenil y de larga duración, donde más aumenta la desigualdad salarial…
No es ninguna sorpresa: cada vez que sopla una crisis, sea económica, financiera, sanitaria o energética, en España se nos vuelan varios millones de parados en un pispás. Que luego además cuesta una década recuperar, porque nuestra economía tiene la graciosa propiedad de destruir empleo a poco que el PIB titubee, y luego necesitar años de subidas del mismo PIB para conseguir unos puntos raquíticos de creación de empleo. Hace años se decía que en España solo se creaba empleo cuando el PIB crecía más de dos puntos y medio. En los últimos años se ha incumplido esa regla, pero a cambio de crear empleo tan precario que ni el nombre de empleo merece. Empleo temporal que, cuando llega una pandemia, no necesita ni una carta de despido para destruirse: basta con no renovar el contrato mensual, semanal o por horas.
Decía ayer la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que el aumento del desempleo “refleja las patologías estructurales del mercado laboral acentuadas por la pandemia”. Y no podía elegir mejor palabra, hay que reconocérselo: patología. Al mercado laboral español le pasa como a las personas que ya tienen patologías previas: que cuando pillan un virus, van directas a la UCI.
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