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No se va a hundir el mundo

El magistrado Manuel Marchena.
27 de mayo de 2021 22:10 h

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Nada de la trifulca que se está produciendo en las últimas horas es sorprendente. Todo estaba previsto desde hacía meses. Que Pedro Sánchez iba a conceder indultos –falta saber cómo y cuándo– a los condenados y encarcelados del procés. Que la derecha y sus medios, así como los sectores más conservadores y oportunistas del PSOE, iban a montar un escándalo. Y que, al menos en estos momentos, la mayoría de la opinión catalana estaría a favor de la medida, mientras que la mayoría de la del resto de España, estaría en contra. Todo eso se sabía y parece que no cambia nada. Lo que está por ver es cómo estará el contencioso dentro de unos meses. Por ejemplo, cuando termine este año.

Ninguno de los que están en el ajo se ha sorprendido de que el Tribunal Supremo se haya mostrado tan duramente en contra de la iniciativa del Gobierno. No podía manifestarse de manera distinta sin quedar en ridículo. Porque ese tribunal es el responsable directo de la aberración jurídica y política que suponen las terribles condenas a los líderes independentistas. Porque Manuel Marchena, presidente del mismo y fautor del informe de esta semana, lleva empeñado desde hace cuatro años en propinar un castigo ejemplar al independentismo catalán y en tratar a los condenados como criminales de la peor calaña.

Marchena es el paladín de la España anticatalanista, de la reacción centralista y de los poderes más conservadores del Estado contra un proceso político irracional, el encabezado en 2017 por Carles Puigdemont, que nació de la incapacidad de la derecha española para hacer frente al conflicto catalán, que los errores y barbaridades de los Gobiernos del PP llevaron al disparadero.

Desde 2018 y en una sustitución de funciones que en más de un país se consideraría inconstitucional, el presidente de la sala segunda del Tribunal Supremo ha ejercido el papel que en un país democrático corresponde al Gobierno. Ha sido el director de orquesta ante la inacción y la inepcia de Mariano Rajoy. ¿Qué informe sobre los indultos se podía esperar de alguien que ha ejercido un papel tan siniestro?

Está claro que en estos momentos no es políticamente correcto criticar todo el proceso judicial y la sentencia que cayó sobre las cabezas de los líderes independentistas. Tal y como ha hecho en un reciente, valiente y excelente libro el magistrado José Antonio Martín Pallín. Pero para buena parte de los catalanes, bastantes más que los que se inscriben en las filas independentistas, todas las actuaciones judiciales en este asunto, desde la acusación inicial del inefable fiscal general José Manuel Maza, a las del juez instructor Pablo Llarena terminando con las del Tribunal Supremo son una afrenta intolerable, algo que no se puede olvidar, salvo que se empiecen a borrar sus consecuencias. Cualquier proyecto de mejorar las relaciones entre el Estado central y Cataluña –deterioradas y mucho ya desde antes de la llegada de los independentistas al poder– tiene como condición inexcusable avanzar en esa dirección.

Parece que Pedro Sánchez se va a atrever a hacerlo. El que necesite de los votos de al menos una parte del independentismo para mantener vivo su Gobierno y no tener que convocar elecciones anticipadas es, sin duda, un motivo importante de esa voluntad, de la que no hay indicio alguno que vaya a cambiar. Pero son mezquinos y poco inteligentes quienes no ven otras intenciones políticas en los indultos.

No es fácil vender en los medios que Sánchez quiere de verdad mejorar el clima de relaciones con el Gobierno catalán, cerrar definitivamente el capítulo de la confrontación abierta y la represión, sustituirlo por uno nuevo en el que los conflictos estarán a la orden del día, y alguno será grave, pero en el que la amenaza de un levantamiento popular, o de algo parecido a una guerra civil, habrá dejado de estar presente.

Pedro Sánchez ha decidido jugársela para conseguir ese nuevo clima. Al que Esquerra Republicana parece dispuesta a sumarse y que Puigdemont y los suyos no van a tener más remedio que aceptar si termina por instaurarse.

Y aunque la tormenta de estas últimas horas parece que va a acabar con todo, no está dicho que el presidente del Gobierno no vaya a terminar superando las graves dificultades políticas que le van a provocar los indultos. Cuenta a su favor con que el PP y Vox no van a poder derribar al Gobierno porque la mayoría que permitió formarlo apoya la iniciativa sin mayores dudas. Y también con el tiempo que ese apoyo va a conceder al líder del PSOE.

Porque, ¿cuánto puede durar la ofensiva sin cuartel que ha lanzado la derecha contra los indultos y a la que se han sumado los mismos personajes socialistas que en últimos años se han colocado contra Sánchez cada vez que han tenido ocasión? Inevitablemente ese tipo de batallas terminan por agotarse, aunque no hay que descartar que mientras esté viva, en las próximas semanas, puedan producirse episodios particularmente tensos y graves: caben pocas dudas de que Vox, al que tan mal le han ido las cosas en Ceuta, debe estar preparando algo.

Pero a la vuelta del verano, si la cosa no se ha salido antes de madre, el enfado ciudadano contra los indultos se habrá ido inevitablemente apaciguando. Para mantenerlo, sus instigadores tendrían que dar un salto cualitativo. Y emprender una ofensiva, sin más, contra el independentismo, y contra Cataluña, que recordará los tiempos del “a por ellos”. Y no parece que eso vaya a ocurrir. Aunque a algunos les gustaría.

Y si es verdad que la pandemia cede de manera consistente, que el verano turístico es menos horroroso que el de 2020, que las cifras económicas mejoran algo y que la mesa de diálogo con Cataluña da algún paso significativo, las cosas empezarán a volver a la normalidad. O casi.

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