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Normas no escritas

Màxim Huerta y Julen Lopetegui

Javier Pérez Royo

Cuanto mayor es el número de personas que conviven y cuanto mayor es la extensión territorial en la que se produce la convivencia, tanto más necesaria es la presencia de normas escritas para que dicha convivencia sea posible de una manera pacífica. El Derecho se convirtió en un universo en expansión creciente y acelerada desde que el Estado Nacional se constituyó en la forma dominante de organización del poder. El número de normas que se publican en el Estado español en un solo año es superior a todas las dictadas durante los siglos de la Monarquía preconstitucional. Con la eclosión de lo que hemos venido a calificar como globalización, la expansión del universo jurídico se ha acelerado todavía más. No se puede dar prácticamente un paso sin que nos encontremos con una norma de referencia para nuestra conducta.

Esta expansión de la norma escrita es imprescindible. Una sociedad individualista que descansa en los principios de igualdad jurídica y de libertad personal, se convierte inexorablemente en una cadena ininterrumpida de relaciones jurídicas, en la que inevitablemente se producen tensiones y conflictos de manera regular. Disponer de normas acerca de lo que cabe esperar de cada una de las partes de la relación jurídica es la única manera de disponer de una referencia objetiva para dar respuesta a los mismos.

Esta omnipresencia de la norma escrita no hace, sin embargo,   desaparecer por completo la existencia de la norma no escrita en la ordenación de la convivencia. Al contrario. Cuanto mayor es la presencia de la norma escrita, más indispensable resulta el respeto de las pocas, poquísimas normas no escritas, que son en cierta medida la atmósfera que hace posible la vida en el universo de la norma escrita.

Esta semana lo hemos podido comprobar con dos acontecimientos que han centrado la atención de la opinión pública. Me refiero, como el lector probablemente ya ha advertido, a la destitución del ministro de Cultura y del seleccionador nacional de fútbol. Ninguno de ellos ha infringido ninguna norma escrita. El exministro infringió una norma tributaria, sin que dicha infracción llegara a ser constitutiva de delito y con el pago de la deuda tributaria y de la sanción que se le impuso, carecía de cualquier antecedente que le inhabilitara para el ejercicio del cargo. El exseleccionador tenía un contrato con la Federación que no le impedía entrar en negociación para poder entrenar a un club de fútbol o incluso a la selección de otro país. El hecho de que en su contrato hubiera una cláusula de rescisión es la mejor prueba de ello. Al llegar a un acuerdo con el Real Madrid no ha incumplido ninguna norma.

Y sin embargo, los dos han incumplido una norma no escrita, que los inhabilitaba para continuar en el puesto que estaban ocupando. No hay ninguna norma escrita que obligara a Màxim Huertas a tener que informar al presidente del Gobierno de que había sido condenado en sentencia firme por haber defraudado a Hacienda. No hay ninguna norma escrita que obligaran a Julen Lopetegui a informar al presidente de la Federación que estaba negociando con el Real Madrid.

Pero ambos tenían la obligación moral de hacerlo. Un Gobierno no puede operar si los ministros ocultan al presidente información que este tiene necesariamente que conocer para decidir si los nombra o no. Una selección nacional no puede competir si el seleccionador le oculta al presidente de la Federación que en los días previos a que empiece el campeonato del mundo está negociando su incorporación a un club. En ninguna parte se pone esta obligación por escrito, porque a nadie se le ocurre que eso pueda suceder. Es posible que de ahora en adelante se tenga que hacerlo.

La ocultación de información en una relación que descansa en la confianza en expresión superlativa,   es mucho más grave que el incumplimiento de una norma escrita, porque es un indicador de una manera de ser, de un rasgo de personalidad. Si Màxim Huerta hubiera informado a Pedro Sánchez, se hubiera podido explicar a la opinión pública el nombramiento poniendo de manifiesto que una condena tributaria no tiene por qué ser una condena de por vida para ocupar un ministerio. Si Julen Lopetegui hubiera informado al presidente de la Federación de la oferta que había recibido del Real Madrid, se podría haber explicado a la opinión pública y haberlo mantenido como seleccionador hasta el final del campeonato. Lo que no es admisible es que personas que están en la élite de la sociedad se comporten de la forma en que lo han hecho. La degradación moral que posibilita conductas como estas es lo que resulta preocupante.

Resulta incomprensible que ninguno de los dos anticipara que, para ser ministro o seleccionador nacional no basta con no haber infringido una norma cuyo cumplimiento sea exigible ante los tribunales de justicia, sino que es imprescindible cumplir las normas no escritas a través de las cuales se reconoce en una sociedad la   honorabilidad de una conducta. No solamente se han faltado el respeto a sí mismos, sino que nos han faltado el respeto a todos.

Afortunadamente, la destitución ha sido fulminante.

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