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Lo que nos ocultan de la crisis catalana

Rajoy no da por roto el pacto con Cs y resta importancia al anuncio de Rivera

Carlos Elordi

Si no se va más allá de lo obvio y no se buscan las claves que ambos contendientes ocultan cuidadosamente, la batalla que los líderes del PP y de Ciudadanos libraron este miércoles en torno a la política contra el independentismo catalán resulta incomprensible. Rivera lo hizo mal. Porque aseguró que Rajoy estaba haciendo componendas con los nacionalistas sin concretar cuáles. Con lo que propició que el jueves la muy poderosa escuadra mediática del Gobierno se lanzara contra él. Si no tenía agallas de ir hasta el final habría hecho mejor callándose. Porque ese error puede costarle algún punto en los sondeos. Pero Rivera no podía ir más allá y desvelar cómo desde hace mucho Rajoy y él mismo están instrumentalizando la crisis catalana con fines exclusivamente electorales.

Está claro, lo confirman todos los especialistas, que la actitud hacia el independentismo catalán va a ser un argumento decisorio del voto en las próximas generales. Una mayoría significativa de los electores españoles premia la dureza al respecto y castiga cualquier forma de tibieza, tal y como los dirigentes de Podemos y del PSOE parecen haber comprendido hace ya unos cuantos meses. PP y Ciudadanos lo han tenido muy claro desde el primer momento, y no ha sido la falta de firmeza en la cuestión, sino la corrupción y la imagen de eficacia política, lo que explica la distinta suerte que uno y otro han tenido últimamente en las urnas y en las encuestas.

Pero de unas semanas a esta parte Mariano Rajoy y los suyos han ido haciendo cosas que se salen de la tónica de intransigencia sin contemplaciones. La primera, y seguramente la más importante, fue la inopinada declaración del Cristóbal Montoro de que a su ministerio no le constaba que el gobierno de Puigdemont hubiera malversado fondos públicos para financiar el referéndum del 1 de octubre. La última, de esta misma semana, la decisión de no impugnar el voto de los diputados Puigdemont y Comín en la votación de investidura de Quim Torra, que los independentistas lograrán ese domingo con permiso de las CUP.

Rivera está indignado con esas iniciativas. En su momento dijo que Montoro mentía y ahora ha anunciado que su partido deja de apoyar el 155, un gesto inútil que solo sirve para indicar cuán grande es su enfado. También ha añadido que Rajoy está trapicheando con “los nacionalistas”, sin aclarar con cuales, si los catalanes o los vascos.

Pero no puede decir más. Sobre todo porque las maniobras en la oscuridad de Rajoy están destinadas a sacar adelante los presupuestos, es decir, a prolongar la legislatura. Y Ciudadanos quiere lo mismo. No está para nada interesado en que las elecciones se adelanten a la vuelta del verano, porque aún necesita tiempo para que su intento de superar al PP en las urnas se convierta en una posibilidad real.

Y tampoco puede sacar a la luz lo que para unos cuantos es una obviedad. Que Mariano Rajoy ha obtenido el “sí” a sus presupuestos por parte del PNV a cambio de un giro significativo de su posición en torno a la crisis catalana, aparte de otras concesiones sobre las cuales en estos momentos no hay más que hipótesis, pero que pueden no ser pequeñas.

Y aunque las declaraciones de ministros y dirigentes del PP sigan siendo igual de brutales que siempre sobre Puigdemont y los suyos –la demonización de Quim Torra por lo que éste escribió en Twitter es intolerable en un país democrático-, lo cierto es que las declaraciones del ministro Montoro sobre la malversación han torpedeado la instrucción del juez Llarena. Que ahora trata desesperadamente de recomponer su causa, que el tribunal de Schleswig-Holstein puede arruinar definitivamente en los próximos días.

Los corifeos del poder central y del centralismo, que son legión, se han hartado desde hace meses en decir poco menos que el independentismo catalán estaba machacado, que sus divisiones internas y las “locuras” de sus líderes lo habían conducido a un abismo del que no iba a poder salir. Sin embargo, y a menos que una sorpresa de última hora lo impida, los partidos independentistas van a investir este fin de semana a un presidente de los suyos y éste nombrará un gobierno que se hará con las riendas del poder en Catalunya. Recortado por Madrid, ya se verá cuanto, pero poder a fin de cuentas. Por lo menos con la suficiente capacidad para convocar unas nuevas elecciones en el giro de unos cuantos meses.

Unas elecciones que el independentismo volverá a ganar, según dicen todas las encuestas. Porque contrariamente a todo lo que se ha vaticinado, ese sentimiento no decae en Catalunya, ni mucho menos. Y de alguna manera también amplía su radio de influencia entre los muchos catalanes que no votan a los partidos independentistas pero que exigen que sus líderes salgan de la cárcel o puedan volver del exilio. Flaco balance para los propósitos iniciales de Rajoy, si es que tenía alguno tras equivocarse de plano en la represión del 1 de octubre y en la convocatoria de las elecciones del 21 de diciembre que sólo iban a confirmar el predominio independentista… y el salto hacia las estrellas de Ciudadanos.

El PNV le ha hecho cambiar de planteamiento de la única manera que Rajoy entiende las cosas. Diciéndole que si quiere seguir un año más en La Moncloa tiene que tragar con sus exigencias. La del aumento de las pensiones y la de dar los pasos para acabar con el 155.

Si Rajoy tuviera visión política, y no sólo zorrería para aprovecharse de lo que sea para ganar tiempo, tal vez intuyera que una mínima normalización de la situación catalana, como la que podría empezar a producirse tras este domingo, también le conviene en su pugna con Ciudadanos. Porque Albert Rivera necesita que las cosas en Catalunya estén al borde del abismo para mantener su discurso efectista pero sin mucho contenido. Mientras que Rajoy podría ganar imagen de gobernante. El PSOE parece haberlo intuido y tal vez por eso, y por otras cosas, ahora proclama que está con el gobierno en esta materia.

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