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Un olvido lleno de memoria

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida

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No es lo mismo estar en campaña que haber ganado las elecciones. No es lo mismo ser Gobierno que oposición. No es lo mismo que lo haga el PSOE a que lo haga el PP. No es lo mismo que Bildu coincida en el voto con los socialistas a que los abertzales se entiendan con los populares. No es lo mismo Sánchez que Feijóo… 

Ya saben que en este mundo traidor y polarizado, nada es verdad ni mentira, sino que todo depende del color del cristal con que se mira. Y el PP siempre utiliza el blanco para lo propio y el negro para lo ajeno. No ha pasado ni un mes siquiera desde que Ayuso declaró solemne que ETA sigue viva. Ni 15 días, desde que pidió la ilegalización de Bildu. Y ni una semana desde que repitió por última vez, en alusión a Pedro Sánchez, “¡que te vote Txapote!”. Todo con el silencio cómplice de un Feijóo que si viaja a Catalunya viste moderado, si permanece en Madrid luce el traje de nacionalayusista y si se traslada a Euskadi, todo depende de si es día par o impar. O de si son socialistas o populares quienes se entienden con Bildu.

El caso es que este jueves, el PP ha apoyado una ley de Bildu en el primer pleno en el Parlamento vasco tras las elecciones del pasado domingo. La portavoz del PP+Cs, Muriel Larrea, ha dicho que respaldar el autoconsumo energético es positivo para la ciudadanía. Claro, lo mismo que subir el SMI, aprobar el IMV, revalorizar las pensiones y hasta aprobar una ley de vivienda, que es lo que han hecho en esta Legislatura en el Congreso los herederos de Batasuna y, sin embargo, el PP decía que Sánchez pactaba con “los amigos de los asesinos” porque quería destruir España y porque el presidente era “más generoso con los verdugos que con las víctimas de ETA” (sic).

En democracia, los votos cuentan. En la urna y en el Parlamento. Y ante la aprobación de una ley lo que importa es el qué y no el quién, algo que la derecha no tiene claro salvo que sean ellos los que convergen con los abertzales. Si es así, se deshacen en elogios con ellos, como hizo Larrea, también presidenta del PP en Gipuzkoa, con Mikel Otero. 

Ni la derecha madrileña ha puesto el grito en el cielo, ni Feijóo ha hablado de traición al estado de derecho, ni los medios afines al PP han titulado que la derecha vota con los proetarras o los amigos de los asesinos. 

La memoria esconde otros casos en los que el PP no era beligerante con los proetarras, por ejemplo, el de la mención de Aznar al Movimiento de Liberación Nacional Vasco para referirse a ETA, y no precisamente en tiempos de paz, sino en los años de plomo. O como el de Javier Maroto, cuando pactaba y defendía el diálogo con Bildu porque había mucha gente en sus filas “que buscó la paz desde el principio”. Pero hay otro que poca gente recuerda y que conviene no olvidar ahora que se avecina un tiempo largo de negociaciones para las investiduras en Navarra y Euskadi y se reabrirá el debate sobre si la socialista María Chivite se servirá de la abstención o no de Bildu, como en 2019, para mantener la presidencia navarra.

Corría el año 1991, eran años de bombas lapa, tiros en la nuca, sangre, dolor e imágenes que nunca se borrarán de la memoria colectiva. Hacía tres años que ETA había perpetrado el mayor crimen de su deleznable historia en el Hipercor de Barcelona, donde asesinó a 21 personas, entre ellas a cuatro niños. Después, sería la casa cuartel de Zaragoza. Y más tarde la de Vic. Con más muertos y  más heridos en una nueva masacre con la que ETA convertía a mujeres e hijos de guardias civiles en objetivo y España contemplaba las atroces imágenes de los cadáveres entre los escombros. 

Esa misma derecha que hoy usa a Bildu para atacar al PSOE, pero pacta con ella en el Parlamento vasco, unos días después del atentado de Vic, intentó la investidura del candidato de PP-UPN, Juan Cruz Alli, en la que Herri Batasuna no quiso votar ‘NO’. Hubo 20 ‘síes’, los de UPN; 24 ‘noes’ (PSN+IU+EA) y 6 votos no emitidos, los de Herri Batasuna. En el segundo intento, el candidato a la investidura sería un socialista, que sumó 22 apoyos (PSN y EA), dos abstenciones (IU) y 26 ‘noes’ de UPN y HB. Dicho más claro: la derecha navarra y el brazo político de ETA se aliaron entonces en el ‘NO’ al PSN a sabiendas que, de acuerdo a la legislación de aquel momento, presidiría la Comunidad Foral el candidato de la lista más votada. HB podía haber elegido entre el PSN y UPN y eligió al segundo mientras ETA asesinaba. 

Unos días más tarde (la hemeroteca es letal para todos), el presidente del partido “Nacionalistas Navarros” y ex parlamentario de UPN, Luis Medrano, desvelaba que, con anterioridad a su investidura, Cruz Alli había mantenido una larga entrevista con el abertzale Patxi Zabaleta, miembro destacado de una HB que reivindicaba el gran Euskadi y consideraba esencial para la independencia la anexión de Navarra.

De eso el PP no se acuerda. Tampoco de que hubo un tiempo en el que en su despacho de alcalde de Aoiz, Javier Esparza tenía expuesta la ikurriña, y no la bandera de Navarra ni la de España. Así fue durante cuatro años, entre 1999 y 2003, hasta que tras un requerimiento del Gobierno navarro de su mismo partido decidió retirar la enseña del Ayuntamiento, ocho meses después de la aprobación de la Ley de Símbolos y una vez superados los comicios municipales que le permitieron renovar por otros cuatro años la alcaldía.

Así se escribe la historia, señores. Y así es como el olvido, que diría Benedetti, está lleno de memoria.

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