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El otro

Garrido y Casado el 2 de Mayo de 2019

Miguel Roig

Una de las anécdotas del Dos de Mayo, la fiesta de la Comunidad de Madrid, más comentadas por los medios fue la que protagonizó Pablo Casado al pasar frente al expresidente Ángel Garrido y no saludarle. Descortesía, mala educación, falta de talante; estas y más cosas le achacaron a Casado pero puede que, con probabilidad, no sea más que un malentendido. Tal vez lo que ha sucedido sea que tanto uno como el otro ya no sean los mismos y por eso no se han reconocido.

Garrido, que en eso parece ser más vanguardista que Casado, ya ni siquiera está en el Partido Popular y quizás no lo haya estado nunca porque parece, incluso, no recordar a su antecesora; de todos modos, ¿alguien se acuerda de Cristina Cifuentes? Hasta la misma Universidad Rey Juan Carlos ha sido borrada de sus memorias. (Aunque, en realidad, según manifestaban sus estudiantes concentrados el año pasado en Vicálvaro, «no es Cifuentes, es el sistema», pero también pareciera que el sistema después del 28A se ha tomado unos días de descanso.)

Por su parte, Casado, del mismo modo que sacó de circulación su pasado académico, en el caso de que este hubiera existido, ha mutado en otro que ya no es él. Si había en su cabeza un programa electoral, ya no lo hay, y puede que si se le pregunta, no recuerde el aborto ni el apoyo a la concepción, a la patria e incluso el artículo 155. Toda la pulsión ahora esta puesta en identificar a Vox con la ultraderecha, a Ciudadanos con la socialdemocracia y, por descarte, a él con el liberalismo… En fin, una visión política ajena a sí mismo. Pareciera que solo asume el programa poético de Rimbaud, «yo es otro».

En «El libro de la risa y el olvido», cuenta Milan Kundera que un burócrata checo llamado Clementis acompañó al líder comunista Klemenet Gottwald en el balcón de un palacio de Praga. Corría el año 1948 y Gottwald se dirigía a la multitud mientras caía la nieve. De los camaradas que le rodeaban, fue Clementis quien tuvo la deferencia de quitarse su gorro de piel y acomodarlo en la cabeza descubierta del líder. La foto de esa jornada se difundió por toda Bohemia: cientos de miles de ejemplares, afirma Kundera. Cuatro años después, Clementis cayó en desgracia y su presencia en el balcón fue borrada de la foto. Solo permaneció su gorro en la cabeza de Gottwald.

Nadie sabe el pasado que le espera, suelen decir los cubanos, y es verdad.

Casado, como Clementis, puso su presente en la cabeza de Aznar y el futuro en el trasero de Esperanza Aguirre. Perdidos ambos, ha mudado en otro. Luego, no reconoce a Garrido; es lógico. Los demás tampoco lo reconocen a él.

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