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Pedro Zerolo: afectividad, laicismo y república

Pedro Zerolo recibe el Premio Carmen Cerdeira a los Derechos Civiles

Ruth Toledano

Cuando el tiempo y el olvido se hayan llevado por delante a candidatos y candidatas de una u otra tendencia socialista, quedará Pedro Zerolo. Quedará en la historia del PSOE y, sobre todo, quedará en la historia de España. Porque los que quedan son aquellos sin los que no hubiera sido posible la más alta política: la que tiene la valentía de hacer una revolución.

Pedro Zerolo hizo una revolución. Y la hizo desde un lugar que hoy pocos relacionarían con esa palabra. Pero así fue, al César lo que es del César. El 3 de julio de 2005 el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero aprobó la reforma del Código Civil para incorporar a la ley el matrimonio igualitario, es decir, el reconocimiento del derecho al matrimonio, y a la adopción de hijos, de las parejas del mismo sexo. Parecía increíble que algo así sucediera en la catolicona España. De hecho, la Iglesia de Rouco Varela puso el grito en su cielo y el PP presentó un recurso de inconstitucionalidad que llevó la ley hasta el Tribunal Constitucional. En 2012 falló a favor de su constitucionalidad.

Todo ese proceso fue posible gracias a un abogado homosexual, activista por la causa de los derechos humanos de gais, lesbianas, transexuales y bisexuales. Un hombre que había tenido la valentía de hacer su propia revolución vital: la de visibilizar su manera de ser y de amar, la de denunciar la homofobia y sus crímenes de odio, la de convertirse en líder de un movimiento de liberación que en España estaba casi en pañales cuando él llegó. Cuando Pedro Zerolo llevó la reivindicación igualitaria a su partido, en el PSOE había tanto conservadurismo moral al respecto como en casi todos. Pero lo logró.

Ayer le dieron el “II Premio Carmen Cerdeira a los Derechos Civiles” y quienes estuvimos celebrándolo con él en la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes de Madrid, y tuvimos ocasión de oír su discurso, volvimos a comprobar por qué Zerolo fue capaz de promover esa revolución. Con una fuerza argumentativa y una energía política inversamente proporcionales a la debilidad física que le ha provocado el cáncer que padece, Zerolo defendió las consignas que tantas veces su partido no es capaz de articular: las de una España laica y republicana, que él enmarca en lo que denominó, agradeciendo así el inmenso cariño que su persona suscita, como “socialismo afectivo”.

Estaban ahí Rubalcaba, Elena Valenciano, Tomás Gómez, Purificación Causapié, Soraya Rodríguez, Jaime Lissavetzky, Trinidad Jiménez, Carmen Alborch y Ángel Gabilondo, entre muchos otros. Pero lo verdaderamente significativo es que la sala estaba llena de migrantes negros y lesbianas gitanas, de diputadas transexuales y activistas LGTB, de amigas y amigos que, sin ser del PSOE, incluso siendo muy críticos con su partido, acompañaríamos a Zerolo hasta el infierno. Para hacer allí con él la revolución que haga falta.

Al infierno vital ha condenado la España nacionalcatólica a muchas personas buenas por el solo hecho de ser homosexuales, lesbianas o transexuales. Y al infierno mediático quiso condenar esa misma España, que apesta con su azufre moral, a Pedro Zerolo cuando anunció hace unos meses que emprendía su más reciente batalla, la que libra contra el cáncer. Con una maldad inconcebible, algún vocero de la derecha cavernaria y algún cura que debiera ser desposeído de cualquier clase de autoridad escupieron públicamente que su enfermedad es un “castigo divino”, merecido por su homosexualidad. Solo lograron que quedara aún más constancia de la necesidad de la batalla a la que Zerolo ha consagrado su vida: la batalla contra la homobofia.

El discurso de Pedro Zerolo al recibir ayer el premio eclipsó los que le ofrecieron Tomás Gómez y la propia Elena Valenciano, cabeza de lista del PSOE a las elecciones europeas. Lo eclipsó, no porque fuera el protagonista del acto y las emociones de todos estuvieran especialmente vulnerables, sino porque estaba cargado de verdad, de confianza en que “el activismo es capaz de cambiar las cosas, de hacer lo imposible y poner en marcha un círculo de progreso”. Porque su discurso no está compuesto solo con palabras sino también con hechos, con la fuerza de la que dota la experiencia de lo conseguido.

Dije en su día que Pedro Zerolo sería un gran candidato a la alcaldía de Madrid. Y lo vuelvo a decir. Se lo digo, principalmente, a su partido, que tiene en sus filas a alguien con la capacidad política de hacer desde dentro la revolución que necesita. Lo demostró promoviendo una ley que convirtió en pionera de los derechos civiles a la misma España que aún rezuma franquismo del que obligó al exilio a su familia. Solo con políticos como él podrá el PSOE recuperar la confianza de sus votantes. Políticos que son necesarios porque son activistas. Políticos valientes, que son capaces de ir más allá del statu quo, dentro y fuera de su formación política.

Zerolo siempre ha sido valiente: visibilizó su homosexualidad y ahora ha visibilizado su cáncer. Y es secretario en el PSOE de Movimientos Sociales y Relaciones con las ONG. Sin duda, lo más cercano al socialismo que llevan las siglas de su partido. Aunque sigue trabajando, ahora es el momento de dedicar el mayor esfuerzo a su salud. Pero lo más inteligente es que el PSOE tenga muy en cuenta que la capacidad política de Zerolo es una baza que el partido no puede permitirse desperdiciar. Ojalá llegue el día en que este activista que logró lo imposible salga victorioso de esta batalla vital y emprenda de nuevo los más difíciles retos. Ganaría él, ganaría el PSOE y ganaríamos todos, porque perdería la España peor.

Viéndolo hablar y sonreír ayer sin sus característicos rizos, arrasados por la quimioterapia, pensé que Zerolo no es un Sansón: es un hombre radiante y poderoso porque su fuerza radica en la razón y en el corazón. Lo que debe ser un político. Los que hacen que su misión quede en la historia. La de la alta política.

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