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“Mira, mamá, sin dientes”

Foto: EFE

Isaac Rosa

Para asaltar los cielos, el núcleo fundador de Podemos entendió desde el primer día que debían ser ligeros, gaseosos, para ascender con rapidez hasta alturas nunca alcanzadas. Para ello, tenían que desprenderse de todo el lastre que, según su análisis, había impedido a la “vieja” izquierda levantar el globo más que unos pocos metros del suelo. Había que cortar ataduras y soltar peso para subir, aprovechando el nuevo viento favorable.

Así que empezaron con decisiones audaces, que auparon la barquilla de forma sorprendente: libres de ataduras orgánicas (no iban a ser un partido convencional), sin lazos con la política de toda la vida, sin el amarre de los bancos para financiarse, sin pactos de despachos (todo sería sometido a votación), y más difícil todavía, sin la brújula izquierda-derecha que todos usábamos para la navegación aérea.

El ascenso en los primeros meses fue tan rápido que tal vez provocó vértigo a la tripulación, y decidió seguir soltando lastre: ya que no valía el eje izquierda-derecha, podían lanzar por la borda toda la pesada carga de banderas, herencias, discursos y en general toda seña de identidad izquierdista. Lastre, todo lastre. Desde tierra, y supongo que desde el propio globo, hubo no pocos gestos de incomprensión, pero había que reconocer que funcionaba, que la máquina subía, subía.

A partir de ahí, todo ha sido voluntad de ligereza, de desprendimiento, de soltar peso, tirar por la borda cualquier cosa que se considere un lastre para el objetivo último: ganar las generales. Por la borda se precipitó la horizontalidad de primera hora a favor de una verticalidad más operativa en las alturas. Pronto empezaron a caer también las ideas discrepantes (barridas arrolladoramente en Vistalegre) y los propios discrepantes (ídem en las sucesivas elecciones internas), así como los círculos vaciados de funciones, y muchas de las propuestas más radicales de primera hora que empezaban a pesar.

En las andaluzas, y luego en las autonómicas, Podemos llegó más alto de lo que solía la izquierda tradicional, pero no era suficiente, estaba muy por debajo del cielo asaltable, necesitaban seguir subiendo, y para eso había que arrojar bien lejos a la izquierda tristona, y de paso dejar en tierra a los partidarios de fórmulas de confluencia (vistas como nuevos lastres), a quienes señalaban los éxitos municipales como el camino a seguir, y hasta a las voces críticas que no ven bien un sistema de primarias hecho a medida del núcleo dirigente. A este ritmo, acabarán como los Hermanos Marx en el Oeste, desguazando el globo para que pese menos.

No sabemos si los oficiales al mando sufren mal de altura por haber subido tan deprisa, o si son unos genios y nosotros los equivocados, pero algunos, al ver la velocidad de desprendimiento, nos acordamos de un viejo chiste infantil: el niño que jugaba con la bici en el parque, y cada vez que pasaba junto a su madre la avisaba de sus proezas: “Mira, mamá, sin una mano”. “Mira, mamá, ahora sin las dos manos”. “Mamá, mamá, sin pies”, hasta al final llegar llorando: “Mira, mamá, ¡sin dientes!”. Pues eso: “Mira, mira: sin manos, sin pies, sin izquierda, sin círculos, sin confluencia, sin voces críticas, sin primarias de verdad abiertas… Sin dientes. Sin asaltar los cielos.”

Lo sé, el chiste no tiene gracias. No seré yo el que me ría si llega ese momento. Y también sé que es fácil hablar así cuando uno está en tierra, y no ahí arriba con vértigo y a merced del viento. Pero a veces desde el suelo se ve mejor la trayectoria que desde el timón.

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