El PP y la teoría del infierno
Quizás el momento álgido de la legislatura fue cuando el ministro de Justicia, Ruíz-Gallardón, defendió su reforma de la Ley del Aborto argumentado que la legislación actual “en muchas ocasiones genera una violencia de género estructural contra la mujer por el mero hecho del embarazo” y, echando mano de una retórica sofista, sorprendió a propios y ajenos argumentando que su reforma es la más ‘progresista’ del Gobierno ya que hace “una defensa de avance, de progreso, en defensa de la vida”. La sorpresa –que no debió ser tal– fue por la creencia de su supuesta adhesión a los pliegues más moderados de su partido, pero el argumento al cual recurre el ministro es al relato que despliega el PP en esta legislatura: el infierno son los otros.
Defender la vida es un acto de progreso; nada más sensato. En un silogismo endemoniado, por lo tanto, se pretende llevarnos a que su negación, en el terreno del aborto, es estar a favor de la muerte, dar un paso hacia el infierno. La mujer que defiende su derecho, ergo, es el infierno.
El presidente Mariano Rajoy dio en su día la línea dialéctica central de este relato: la realidad se impone, terca e inexorable, por lo tanto debemos adaptarnos a ella. ¿Qué la realidad es contraria al programa electoral popular y al sentido común? Nada se puede hacer, hay que entregarse a ella como si de un determinismo fatal se tratara.
Tampoco es para tanto, parece sugerir el presidente: lo peor del infierno es el primer día.
Los hechos de Ceuta, con la muerte de quince inmigrantes en hechos que no están nada claros, constituyen otro hito de este gran relato popular.
Los partidos políticos, la Unión Europea y voces de todos los ámbitos sociales han pedido cuentas y un esclarecimiento cabal de lo ocurrido. ¿La reacción? Inquietante: el Gobierno a través del ministro del Interior ha desplegado una actividad inusitada, utilizando medios afines para influir en la opinión pública sobre la invasión de treinta y cuarenta mil inmigrantes primero, para terminar, a fecha de hoy, en ochenta mil personas dispuestas a cruzar las fronteras de Ceuta y Melilla. Poco a poco se va tejiendo una red mucho más tensa que la de las vallas fronterizas para llegar al punto de origen del conflicto y criminalizarlo: los quince cadáveres tienen la culpa de su destino. El infierno son ellos y no unas instituciones de dudoso accionar en la administración de sus presupuestos legales.
En la gran narración política es de esperar que en la línea del día siempre se eche mano al pasado de la oposición en el ejercicio del poder político. No asombra a nadie que el presidente Mariano Rajoy recuerde en cada comparecencia algún pasaje desafortunado (o no: la ley del aborto o la política antiterrorista de Zapatero no lo fueron) de la administración socialista.
El problema es que el Gobierno del PP haya superado esa cota y tome por pasos mal dados al derrotero civil de los ciudadanos. Así, nos encontramos que bajo el paraguas de la realidad todo cabe: la mujer apostando por la muerte o los inmigrantes culpables de su ahogo.
Es obvio que el Gobierno, de ser serio y tener un propósito democrático, debería utilizar la política para transformar a la realidad. En lugar de eso, nos somete a ella –al imperio de lo real– y, peor aún, nos arrincona contra las cuerdas ya sea al cuestionar un desahucio y reclamar la dación en pago, exponer un abuso en la utilización de la información en el caso de las preferentes o incluso, poner en tela de juicio, las distintas reformas que atentan contra el trabajo, la salud o la educación.
El infierno eres tú. Siempre.
Sartre, en el conocido prólogo del libro de Franz Fanon, Los condenados de la tierra, expone que no nos convertimos en lo que somos sino mediante la negación radical de lo que han hecho de nosotros.
Nos empujan al infierno y nos confunden con él pero al negarlo, radicalmente, por parte nuestra, pueden que se quemen con el fuego que señalan.
Que no se quejen si arden.