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Aunque Rajoy no lo sepa, el tiempo no lo cura todo

Rosa Paz

Hace semanas que en medios políticos madrileños y catalanes se comenta que, pasadas las elecciones europeas, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, afrontará la cuestión catalana con una propuesta que resuelva algunos de los problemas que han causado la desafección a España de tantísimos ciudadanos catalanes y dé a CiU la oportunidad de abandonar el camino de la independencia.

Hay incluso quien acota las fechas en las que Rajoy haría eso. Entre los meses de junio y julio. Justo después de los citados comicios y con tiempo suficiente para encauzar la situación antes del 9 de noviembre, el día fijado para la consulta soberanista. Tendría además que adelantarse al 11 de septiembre, día en que este año se conmemora el tricentenario de la toma de Barcelona por el ejército borbónico en la Guerra de Sucesión. Para esta próxima Diada se está preparando una macromanifestación que pretenden más multitudinaria aún que las de los dos años anteriores.

Estaría bien que Rajoy tuviera una propuesta para resolver los problemas de Cataluña e incluso que la pusiera sobre la mesa. Pero hasta el momento, nada hace pensar que vaya a ser así. No hay indicios, más allá de los deseos de muchos, que lleven a imaginar que Rajoy tenga un proyecto que contribuya a rebajar la tensión y a diluir, al menos en parte, la pulsión independentista de un amplio sector de la ciudadanía catalana. No hay elementos que permitan vaticinar que, de existir esa propuesta, el presidente tenga intención de plantearla. Porque visto el carácter del presidente y la táctica que le ha permitido llegar a lo más alto, más bien parece que estaría tentado a dejarse llevar de nuevo por ese principio, tan simple como equivocado, de que el tiempo lo cura todo.

Si no se hace nada y al final las cosas se arreglan... es cómodo, no requiere decisiones arriesgadas y se evitan críticas, discusiones, polémicas y otras incomodidades. Claro que en la cuestión catalana más bien parece que con el paso del tiempo las cosas tienden a desbocarse más que a resolverse.

Y escuchadas las declaraciones de Rajoy la impresión es que se va a mantener en su habitual inmovilismo. Dice, por ejemplo, que la consulta es ilegal y que como presidente no puede sentarse a hablar de cosas ilegales. Es una manera bastante particular de entender lo que es el diálogo. Porque no parece que haya ningún código que prohiba hablar de lo que sea. Ni hay quien sostenga sin sonrojarse que las leyes no se puedan modificar, de manera que lo que hoy es ilegal, mañana pueda ser legal.

De hecho, el gobierno que preside Rajoy reforma las leyes que le conviene para que aquello que le gustaría que fuera delito, y los jueces ahora no lo ven como tal, pase a serlo con todas las de la ley. Véase la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana, por ejemplo.

También parece que espera que la solución al polvorín catalán le llegue del cielo. Perdón, de Europa. Sin que él tenga que mover un dedo. Como obligado por lo que se decide en otras instancias. ¡Vamos! como en la política antisocial que práctica. Así que ha dicho recientemente que “la reforma de la Constitución nos vendrá dada desde Europa”. Da un poco de miedo, porque la única reforma constitucional impuesta desde la Unión Europea fue aquella que dio prioridad al pago de la deuda sobre los gastos sociales. Tampoco se sabe cuál es la razón que llevaría a la UE a imponer un cambio federal de la Constitución española, o una mejora de la financiación de Cataluña o no se sabe qué sobre transferir todas las competencias lingüísticas a la Generalitat, que vendrían a ser algunas soluciones parciales al problema en cuestión.

Parece que el Gobierno -salvo el ministro de Exteriores, lo que no deja de ser curioso- no acaba de ser consciente de la magnitud de lo que ocurre en Cataluña ni de que la solución a los problemas exige diálogo, negociación y pacto. En esta cuestión el tiempo que pasa, se pierde. Y lejos de curar, empeora el diagnóstico.

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