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La revancha de los empobrecidos

Ana R. Cañil

Uno de cada dos ciudadanos opina que ha bajado de clase social durante estos años brutales de la Gran Depresión. El dato exacto es el 53%, según la encuesta Mikroscopia realizada por MyWord, la empresa dirigida por Belén Barreiro y que husmea hasta en los detalles más nimios de los hábitos de la gente preguntando a más de 8.300 personas. Quienes así opinan son bastante conscientes de su descenso de escalón, más de izquierdas que de derechas y oscilan entre los 45 y los 55 años. Están informados, les interesa la política y van a votar más a Podemos y a PSOE que al PP y a Ciudadanos, aunque los de Rivera aún recibirán votos de ese grupo. Según varios demóscopos, una de las cosas para las que ha servido la campaña es para aclarar las ideas a votantes que hace no mucho aún pensaban que Albert Rivera era de centro izquierda. 

El empobrecimiento de las familias inclina el voto hacia la izquierda, pero los socialistas cargan con la imagen de que ellos -Zapatero en concreto- comenzaron los recortes de la crisis y esa es la causa por la que ceden tantas papeletas a Podemos en este 20D. La clase media masacrada que hoy se puede tomar la revancha sabe que la Gran Depresión ha modificado sus condiciones de vida a peor y hay pocas cosas más dolorosas que el descenso de escala social. Tanto de puertas adentro como de puertas afuera. La familia ya no tiene para clases de ballet o de judo; o lo que es peor, las clases de apoyo en matemáticas o lengua se han ido al garete. El chaval ha llegado este viernes con más suspensos que el año pasado y no entiende cómo no puede haber euros para pagarle una academia de mates, a la que van otros compañeros. Es más difícil explicarle eso que la desaparición de los quince días de vacaciones en verano o que no hay para cambiar el coche que renquea.

Casi igual de irritante es despachar estos días con las cuñadas sobre qué llevar a la cena de Navidad, como plantear otra vez que lo que puedes aportar es el pastel de lombarda en vez del salmón ahumado. De marisco y cordero se dejó de hablar hace ya dos o tres años. No está claro si Rajoy calculó lo que cabrea a una madre o a una abuela no poder comprar a los hijos o nietos lo mismo que hace cinco años para la noche de Papa Noël, aunque el hijo funcionario ha recuperado la paga de Navidad. (¿Variará su voto por eso?). Esto en los de clase media que ahora es baja. O eso piensan ellos.   

En la clase baja están los que no tienen tiempo ni para pensar en el salmón ahumado y se quedan en el pollo asado. Ellos tienen la cabeza en otra cosa. En la tristeza por la casa que han perdido o están a punto de perder, en como aprovechar la cena del 24 para advertir a los abuelos de que lo mismo tienen que irse una temporada a vivir con ellos, si es que no están ya instalados todos juntos, mientras reparten el polvorón, que para turrón no hay. 

Todos esos millones de empobrecidos votan hoy, cuando acaban de poner una tira de espumillón en la ventana donde antes hubo un pino con luces de un solo color. Están resentidos, cabreados y hartos. Es imposible explicarles el aumento salvaje de la desigualdad -uno de los dos más grandes de Europa- esa que perciben cada día de forma obscena. Ya no es solo la corrupción, es que los ricos y los pudientes se han hecho más ricos. Siempre mejora todo por arriba.

Creen los demóscopos que gran parte de esos mayores de 45 años que piensan que han bajado de clase social votarán hoy a la izquierda, pero el reto está en comprobar en cuanto supera el rechazo al bipartidismo, lo viejo por lo nuevo, a la tradicional oposición izquierda-derecha. Además de arrastrar la corrupción -el PP por encima del PSOE- y el olor a rancio, los que son más pobres mantienen que los dos partidos viejos no les defendieron en Bruselas, agacharon la cerviz ante los dictados de la UE. Por eso Podemos y Ciudadanos entrarán en el Congreso de los Diputados por la puerta grande, pese a su corta historia política.  

Pero lo más difícil de cuantificar para los profesionales de las encuestas son los votos de los hijos de las familias que ahora son más pobres. Unos hijos a los que sus padres no han podido pagar sus tasas universitarias, mientras que sí que lo hicieron para sus hermanos mayores. En estas fechas “tan familiares” se encuentran con los primos, hijos de los tíos mayores, para los que sí que hubo dinero para matrículas en las carreras de ingeniería o medicina. Estos hijos de empobrecidos que votan hoy por primera vez se repartirán entre Pablo Iglesias y Albert Rivera y darán poca rosca al bipartidismo. Apuestan por lo nuevo contra lo viejo. Será interesante mañana, conocido su voto, ver cómo han desembrollado el lío que tienen para optar entre Rivera o Iglesias.

Tan interesante como escrutar el voto de las mujeres, no solo por edades sino por clase social. Y observar si han resultado tan conservadoras como la ciencia de las encuestas ha demostrado hasta ahora. El dolor de no poder dar de comer a tus hijos lo que piden, tener que retirarles de la academia de apoyo, no hay modelo de encuesta que pueda medirlo con exactitud.

Habrá que huir de las grandes frases de esta noche, mañana, pasado. Quedémonos con la cara de regocijo, satisfacción, sensación de pequeña-gran revancha que sentirán los perdedores de la crisis al depositar su voto en la urna. Uno de cada dos españoles siente que le han empujado a descender en la escala social. Por fin sabremos quien creen que les dio el empujón para bajar rodando.

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