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El ruido, la furia y el silencio

Miguel Roig

En los años noventa la CNN inaugura una nueva manera de presentar los telediarios. Ya no aparece el presentador detrás de un atril delante de un decorado mínimo, ahora se ve detrás la redacción, la fábrica de las noticias bullir con periodistas en sus mesas o desplazándose con papeles en las manos. Aquí empieza la neotelevisión dictaminó Umberto Eco. Entrados en el nuevo milenio, desaparece la realidad de la trastienda y se instala, como en la medicina, el cuerpo de especialistas y ya no es un presentador en solitario sino que, a diestra y siniestra, le acompañan periodistas especializados en áreas específicas que van de la política a la economía pasando por deportes o espectáculos. La tertulia política, género que vuelve a estar en auge, se desarrolla de igual modo, mezclando a los propios políticos con los periodistas. Al igual que el reality show, se forma un corrillo y se debate hasta la extenuación sobre lo cotidiano, lo circunstancial y lo obvio. No es casual que el prime time de los fines de semanas haya desplazado a la versión más zafia del reality show por las tertulias políticas. ¿Acaso la política ha tomado elementos del reality?

Que los telediarios y los programas de información como los desayunos a primera hora de la mañana se hayan poblado de especialistas y políticos desterrando la factoría de noticias a la manera de la CNN y su eslogan ‘está pasando, lo estás viendo’, por relatos cuyo contenido está estructurado sobre datos mínimos y desarrollado desde la subjetividad, significa que se ha pasado del relato de los hechos a la interpretación de los mismos, el argumento que busca un sentido a una situación que debe explicarse. Aquí aparecen las preguntas, la incertidumbre, el supuesto desvelamiento y eso es lo que genera audiencia. En un reality show no hay guión previo ya que se supone que se está narrando lo real y lo real fluye a la deriva, empujado por unos hechos que se van sucediendo sobre la marcha y mientras se les observa acontecer se intenta explicar ese movimiento. Así como la pareja que atraviesa peripecias en el culebrón pasa al olvido para ser sustituida por una celebrity narrando sus desventuras en un plató, rodeada de faranduleros, y esto genera más atracción que las ficciones clásicas, los partidos tradicionales también han pasado a un segundo plano para ser sustituidos por nuevas formaciones que ocupan los platós de televisión y se instalan a primera hora, al mediodía y en el horario nocturno desplazan a los realitys.

La realidad del mapa político se ha modificado de tal forma que reclama un seguimiento continuo, sin pausa, y un análisis no ya diario sino, muchas veces, horario. No hay más que pensar en los múltiples relatos que ha producido esta semana Esperanza Aguirre en Madrid frente a la irrupción de Ahora Madrid con Manuela Carmena al frente, Ada Colau en Barcelona dando un vuelco histórico al modo de hacer política en Catalunya y obligando al resto de actores políticos tradicionales a reposicionarse o en los momentos álgidos de la infinita transición a la que está sometida Susana Díaz tratando de alcanzar su investidura como presidenta de la Junta de Andalucía.

Esperanza Aguirre está alcanzando cotas solo equiparables a los vaivenes emocionales de Belén Esteban en sus mejores momentos de Sálvame. Con la misma retórica que utiliza para intentar desprenderse de la corrupción que la lleva a llamar señor Granados a quien antes era Paco, establecer el formato del debate televisivo de Telemadrid a sus estrictas necesidades mediáticas o declarar que con sus ingresos no llega a fin de mes ya que en política, según aclara, ella pierde dinero, ha pasado de demonizar a Manuela Carmena a invitarla a compartir un gobierno de concertación, eso sí, sin soviets. Nada le es ajeno a Aguirre a la hora de construir un relato barroco, lleno de imágenes en las que no falta la comparecencia con sandalias y calcetines blancos después de ‘pisar sangre’ y pedir perdón ‘por la toilette’, la caída en un helicóptero junto a Mariano Rajoy, el padecimiento de un cáncer o bailar un chotis donde haga falta. Aguirre es puro relato y a esta altura decir que es casta es un pleonasmo ya que la representa de manera cabal. Brillante estuvo en los noventa Maruja Torres cuando la llamó ‘Aguirre, la cólera de Dior’.

Es obvio que la política no es esto pero, como recordaba Ramón Lobo hace un par de días en su cuenta de twitter, también lo es: detrás de los desmanes de Aguirre están las constructoras que temen perder la joya de la corona, el Ayuntamiento de Madrid.

Con Ada Colau ocurre algo parecido. La portada del diario El Mundo de este viernes advertía la presión que están ejerciendo los empresarios catalanes para evitar que la líder de Barcelona en Comú ocupe el cargo que le han otorgado las urnas.

De este modo la política se convierte en la materia que alimenta al reality show y que demanda atención mediática plena. El guión se escribe sobre la marcha, al contrario del culebrón el final es imprevisible y los giros son sorprendentes. ¿Alguien esperaba la irrupción de Ciudadanos? ¿No fue inesperado ver a un poeta, Luis García Montero, comenzar la campaña con una imagen en la que le rodean Joaquín Sabina, Miguel Ríos y Pedro Almodóvar y terminarla en un escenario vacío, con la única presencia de Paco Frutos sentado en un costado mirando desolado una pantalla? ¿No es inquietante que después de oír la voz de Alfonso Rus contando dinero, en una nueva vuelta de tuerca de la corrupción en Valencia, la Guardia Civil detenga al delegado del Gobierno, Serafín Castellano, por una catarata de delitos entre los que hay sobornos con vino, jamones y rifles?

En La audivisión, Michel Chion hace una reflexión casi poética en la que contrapone la magia del silencio frente al sonido y la furia. Dice Chion que en la retransmisión de los partidos de tenis los comentaristas deportivos encargados de relatar las alternativas del juego se llaman espontáneamente a silencio. Ya por que lo imponen los jugadores con su exigencia de concentración, ya por que lo exigen los árbitros, el público calla y los periodistas en un acto reflejo le imitan. Entonces las cámaras siguen con planos cortos los movimientos de los jugadores, con un zoom atrapan el gesto de algún asistente o con un plano abierto, se puede ver el estadio. Mientras tanto, escuchamos el ploc de la pelota rebotando en una raqueta u otra, la respiración jadeante de los jugadores o algún grito que se les escapa cuando se ven obligados a un sobreesfuerzo.

De repente, aplausos por parte del público o un “¡Ooohh…! de decepción. Con un tanto o un incidente mínimo, los comentaristas recuperan su relato pero es solo un momento: la voz es la excepción. A veces, muy de tanto en tanto, en medio de un silencio, se oye el ronronear de un avión que pasa, lejano, ignorando el acontecimiento que estamos mirando. ”Lastima que la televisión no nos ofrezca más a menudo ese silencio habitado: algo del curso sonoro de la vida“, escribe Chion.

El curso sonoro de este momento político que vivimos despertó en un ya mítico 15-M, cuya presencia en todas las plazas del país llevó a María Dolores de Cospedal a expresar una recomendación: que se presenten a las elecciones. Eso pasó. La televisión lo cuenta con ruido y furia porque es una posibilidad de audiencia. Pero lo que está narrando, quizás sin saberlo, es otra cosa: la posibilidad de audacia que la gente ha descubierto. Y lo hizo en silencio. Dolores de Cospedal puede dar fe de ello.

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