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El sabor del sapo

Enrique Arnaldo en una fotografía de archivo.

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Esta legislatura está cogiendo un tono tan boomer que hasta ha vuelto una de las expresiones que hicieron fortuna en la Transición: tragarse un sapo. Que entonces aún tenía algún sentido. Pero ahora ni siquiera está muy claro qué significa. 

Los socios de Gobierno han pasado una semana de calvario entre el “cariño, esto no es lo que parece” y el clásico “es por tu bien”. Todo han sido lamentos y crujir de huesos en una coalición que pasa de la risa al llanto con más facilidad que una pareja de 'First Dates'. 

En el PP han festejado que se cumpla lo que quisieron pactar, cuándo quisieron pactarlo, cómo quisieron pactarlo y para quién les convenía pactarlo. La victoria ha resultado tan incontestable que hasta Díaz Ayuso ha pedido hora para que la llamen, porque ya no va a estar comunicando. No es que Génova siempre gane. Es que gana por goleada. 

Lo peor de situar a alguien como Arnaldo en el Tribunal Constitucional (TC) no reside únicamente en el daño que causa al árbitro constitucional situar dentro a semejante perfil, tan fuera del equilibrio y la contención institucional que exige una democracia de calidad. Puede acabar resultando aún más nocivo el daño que semejante apaño pueda provocar en el votante de izquierdas, que se había creído lo de la regeneración y la diferencia. El discurso de que “todos son iguales” no mella a la derecha y resulta tóxico para la izquierda. Ha sido así siempre y siempre lo será. 

En los cuentos infantiles se besa al sapo para convertirlo en príncipe. Cuesta ver la ventaja de besar a Arnaldo, que no llega ni a conde o marqués de opereta; mucho menos a príncipe del Hola. Hay algo aún peor que tragarse un sapo: hacerlo para nada. Su sabor se vuelve insoportable. 

Si al menos estuviera asegurado renovar el CGPJ quedaría el consuelo de la realpolitik. Pero, en el mejor de los casos, la cosa anda al 50 por ciento y bajando. A Pablo Casado le vale renovar el CGPJ en sus términos y condiciones. Si no, le sale más a cuenta dejarlo como está y mantener una mayoría artificial en el TC y en el gobierno de los jueces hasta las próximas elecciones generales. 

El pragmatismo tiene sentido cuando hay algo medible y tangible que ganar. Cuando se alimenta de esperanza, no suele acabar bien.

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