¡Por fin el Senado sirve para algo!
Tú no te acuerdas porque eres muy joven, pero hubo un tiempo en que el Senado no era noticia. No sabíamos casi nada de lo que allí sucedía. Por no saber, la mayoría no sabíamos ni dónde estaba. En Madrid, sí, pero quién podía señalarlo en un mapa. Lo llamábamos “la Cámara Alta”, haciendo nuestra la frase hecha que usaba la prensa las rarísimas veces en que se refería a él. Es más, las pocas veces en que algún político o periodista hablaba del Senado era para pedir su reforma o incluso cuestionar su existencia.
Tú no te acuerdas porque etcétera, pero cada cierto tiempo se reabría el debate (debatito más bien, no quitaba el sueño a nadie) de qué hacer con el Senado. “Hay que convertirlo en una auténtica cámara de representación territorial”, decían todos. De vez en cuando montaban allí una conferencia de presidentes autonómicos, que daba su minuto de gloria al Senado. Y para de contar. Fíjate si pasaba desapercibido, que llevaban doce años usando las lenguas cooficiales, con su plantilla de traductores e intérpretes a sueldo de todos, y nadie había puesto el grito en el cielo. Bastó que se propusiera lo mismo en el Congreso y ya se iba a romper España otra vez.
Sí, el Senado estaba en la Constitución, y sobre el papel era tan importante como el Congreso. Elegíamos a los senadores en las mismas elecciones generales (esa papeleta sepia que casi nadie leía ni marcaba). Y a sus señorías correspondía revisar, enmendar y aprobar o rechazar las leyes que salían del Congreso. Lo que pasa es que cuando volvían al Congreso, este las arreglaba de nuevo y las aprobaba como si tal cosa, de modo que no acabábamos de entender aquel trámite de ida y vuelta. Asumíamos que el cotarro auténtico era el del Congreso, y que la “Cámara Alta” era un Congreso B, un congresillo, un quiero y no puedo parlamentario. Que los partidos lo usaran para premiar, recolocar o retirar a sus ex, no ayudaba mucho a su prestigio, la verdad. Si lo hubieran convertido en sala de conciertos, no habríamos salido muchos a manifestarnos por su continuidad. Soy injusto, lo sé, no se me enfaden los senadores y los constitucionalistas de bien.
A lo que iba: después de tantos años sin noticias del Senado, o sin saber qué hacer con él, mira tú por dónde que le hemos encontrado una utilidad. Bueno, se la ha encontrado la derecha política y mediática: convertir el Senado en otro Congreso. O mejor aún: el auténtico Congreso, el legítimo, el que vale.
El Senado sirve ahora para frenar leyes del Congreso. No modificarlas o devolverlas, sino frenarlas, retrasarlas todo lo que se pueda, hacerlas inviables. Para eso se puede modificar el reglamento del Senado de forma que entorpezca la tramitación de alguna ley (esa que estás pensando, sí), usar a los letrados contra una norma salida del Congreso, exigir a la “Cámara Baja” que retire una ley, o directamente plantear un “conflicto entre órganos constitucionales” (que suena potente, Godzilla vs. Kong) que acabe en el Constitucional, ganando así unos meses más.
Pero espera, que ahora el Senado sirve también para montar comisiones de investigación que investiguen lo que no investigan las inútiles comisiones del Congreso. Hasta se puede investigar a la mujer del presidente, aunque no haya caso, y llamarla a declarar. También sirve para reprobar ministros que se hayan escapado sin reprobar del Congreso, dónde te piensas tú que ibas, listillo. De pronto, hasta las sesiones de control en el Senado reciben atención informativa e incluso son retransmitidas en directo. Imagino a los pobres periodistas buscando el Senado por los alrededores de Plaza de España sin tener claro por dónde se entra.
Como sigan sumando utilidades, cualquier día el Senado acaba sirviendo para, qué sé yo, elegir un presidente del Gobierno. Con la misma legitimidad que uno elegido por el Congreso. Qué digo la misma: con más legitimidad, que para eso es la “Cámara Alta” que como su nombre indica está por encima de la “Cámara Baja”. ¿Se entiende bien, o te lo explico en plan Barrio Sésamo, “alta-baja, arriba-abajo”?
Habrá quien diga que esta nueva vida del Senado, tanta hiperactividad de sus señorías senadores, tiene algo que ver con que la derecha tenga allí mayoría absoluta, mientras en el Congreso no se come un colín. Puede ser, no digo que no, pero no seamos malpensados y alegrémonos de que nuestro Senado tenga por fin uso. Venga.
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