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La sentencia de la infanta: Soberano, es cosa de hombres

Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarin.

José María Calleja

No sé si conocen un anuncio de Soberano, un coñac que hizo estragos en la España de los años 60 y 70, cuando algunos padres mojaban, entre risotadas, el chupete del crío en aquel líquido de casi cuarenta grados; un prescriptor en lo tocante a alcohol de la época, vamos.

En el spot, el marido, ofuscado y encorbatado, tira los platos de la sopa, y del segundo, porque cree que su mujer no es el descanso del guerrero que Él exige. Ella, desesperada, se va a consultar a una vidente, que cuando pone las manos encima de la bola, ve en la relación un terremoto lleno de virtudes, que es Él, subrayado por la música de fondo. La escena final, moraleja, es devastadora: ella ha entendido que ella es el problema y por eso ella –nótese el subrayado de ella– le pone un copazo de Soberano, copa de balón, casi una piscina, a Él; le lleva las zapatillas y Él, en una butaca a cuadros –ahora sonríe, la música es eufórica–,  lee un periódico de dimensiones inglesas, mientras ella guiña el ojo mirando a cámara. El mensaje remata: Soberano, es cosa de hombres.

Bien, o mal, la sentencia de Palma ha establecido como axioma que la mujer de un delincuente no se entera de lo que hace el delincuente de su marido aprovechándose de que ella es hija del Soberano. No se entera por definición, aunque utilice la misma Visa de ONG para pagar cursos de salsa, para abonar la fiesta del cumple del hijo o tenga a las empleadas del hogar, en modo compatible, como asesoras de consulting. Judicialmente, la hija del soberano no se entera de lo que hace su marido soberano. Sentenciado está.

Ha dicho Roca que levita y ha puesto a pie de página que levitar es no tocar el suelo, por si algún periodista no se hubiera enterado. Levita de alegría. La infanta,  dice Roca –anticipando el marco y apoderándose del lenguaje–, ha sido absuelta.

Bueno, habría que decir, absuelta de unas cosas, sí; de otras lucrativas, no. Le sale a vomitar. Y eso le encanta a Roca, ese señor que lo mismo defiende a la hija del soberano español que te monta una operación (Operación Roca, 1984, Partido Reformista Democrático, PRD, con Antonio Garrigues) en la que saca tres votos en Soria –un suponer– después de invitar a desayunar a todos los jubilados de la ciudad; que lo mismo ve que no hay Cambó a finales del XX, que defiende, políticamente, a la hija del rey.

El Roca que hace caja por la defensa tejemaneje de la infanta; de lo administrativo, penal, etc., ni idea. Roca, que lo mismo está con la Infanta o el procés, sea un 3 o un 33, por ciento. La pasta.

Al día siguiente del fallo, la infanta se ha dejado grabar, poderosa exclusiva, sonrisa en ristre, en Suiza, mientras salía de la casa en la que viven los gananciales alquilados; casa propiedad de ¡los herederos de Saussure!, para dejar claro que ella no es culpable, aunque su marido haya trincado aprovechándose de la posición elevada de hacerlo al amparo de ser marido de ella, yerno de él y cuñado de otro él. Todos soberanos.

Este jueves se ventila la posible prisión provisional del cuñado del balonmano y sólo me atrevo a decir que será prisión provisional eludible con fianza. Hace frío en la cárcel de Brieva (Ávila) y no estamos para invertir en calefacción.

Bueno, que ya había dicho la derechona que el juez Castro, por ser del Cuarto turno, no era juez. Digo yo que Horrach es un abogado defensor inmejorable cuando se trata de acusar y, también, me pregunto, que quién le devuelve el honor al matrimonio, le anula los paseos por esa pendiente criminal, con aquel vigilante jurado tamaño armario.

Roca con su tres, o 33, por ciento, levita.

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