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El ‘sentido de Estado’ del PP

Feijóo participa en un multitudinario acto en Santiago.
17 de junio de 2023 21:07 h

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La constitución de los gobiernos municipales surgidos de las elecciones del 28M, celebrada este sábado, contribuye a clarificar el nuevo escenario político del país, en el que la nota más destacada es, sin duda, la cristalización de la estrategia del Partido Popular de abandonar las ambigüedades en su relación con Vox y pactar con la formación de extrema derecha en aquellas circunstancias en que necesite sus votos.

Pese a que la inmensa mayoría de los pactos ya eran predecibles, pues los partidos los habían ido soltando con cuentagotas en los últimos días, la gran novedad de la jornada ha tenido lugar en Barcelona, donde, tras semanas de incertidumbre, el socialista Jaume Collboni ha sido investido alcalde con el apoyo imprevisto de Barcelona en Comú… y del PP. El PSC obtuvo en los comicios municipales 10 escaños, uno menos que Junts per Catalunya, pero gracias a los nueve votos de los comuns y los cuatro de los populares consiguió la mayoría de investidura e impidió que Xavier Trias pudiera construir una mayoría alternativa que lo llevara al Palau Sant Jaume.

A cambio de su apoyo, el PP exigió a Collboni el compromiso de que no incluiría en su gobierno al partido de Ada Colau, y este a su vez no ha exigido formar parte del gobierno para apoyar al candidato socialista. Pero, ya se sabe, los caminos de la política son inescrutables, y donde dije te cedo generosamente mis votos mañana puedo decir que me des pista en las instituciones o te mando a la oposición. El viejo aforismo de que las palabras se las lleva el viento ha demostrado desde tiempos inmemoriales ser especialmente válido en la política. ¿No decía hace tan solo tres días Colau que no apoyaría a Collboni a menos que hubiera un pacto de izquierdas que no implicara de ninguna manera al PP?

Como no podía ser de otra manera, desde el PP han presentado el respaldo a Collboni como un servicio desinteresado a Catalunya y España. El candidato de los populares, Daniel Sirera, manifestó que el deber de su formación era evitar un acuerdo del “frente independentista” de Junts y ERC. Desde Génova alardean de haber arrebatado al independentismo y al “populismo” –en referencia a los comuns- su plaza más importante a nivel municipal en España. De este modo, los conservadores intentan transmitir el mensaje de que su actuación estuvo guiada exclusivamente por un sentido de Estado del que carecería el PSOE si se tratase de una circunstancia inversa.

Para muchos otros candidatos socialistas no funcionó el peculiar sentido de Estado del PP, que no tuvo ningún reparo en arrebatar a la izquierda gobiernos de capitales como Valladolid, Burgos, Toledo o Guadalajara mediante pactos con una extrema derecha que en otros países europeos es sometida a un cordón sanitario para evitar su entrada en las instituciones. Lo mismo ha sucedido en Móstoles y Alcalá de Henares, la segunda y tercera ciudades más pobladas en la comunidad de Madrid. “En más de 140 municipios de toda España imperará el sentido común”, proclamó el líder de Vox, Santiago Abascal, cifrando el número de ayuntamientos en que la ultraderecha asumirá tareas de gobierno de la mano del ‘nuevo PP’ de Feijóo. Ese sentido común, como ya se ha visto, pasa por eliminar el Ministerio de Igualdad, derogar la Ley de memoria Democrática, fomentar la xenofobia o designar un extorero como conseller de Cultura.

De modo que lo ocurrido en Barcelona -sin duda una excelente noticia para la ciudad- nada tiene que ver con un ejercicio de sentido de Estado de los populares, a menos que se pretenda incluir bajo este paraguas conceptual la normalización de una extrema derecha que se salta a su antojo los límites constitucionales (al tiempo que se proclama adalid del constitucionalismo) y predica unos valores ajenos a la democracia tal como hasta ahora la hemos concebido.

Con su decisión de apoyar a Collboni, lo que realmente espera el PP es que se precipite la gresca entre las formaciones que más peso tienen en la vida política de Catalunya, con la esperanza de salir, de alguna manera, de la marginalidad en que se encuentra en esa comunidad. Y también espera, cómo no, que el haber facilitado la investidura a un candidato socialista -perteneciente a un partido hermano del que sostiene en el Gobierno central a Sánchez- en la ciudad más importante de España junto a Madrid permita de algún modo aplacar los ataques contra sus pactos poselectorales con Vox. Máxime cuando los populares necesitarán de la formación de Abascal para la constitución de varios gobiernos autonómicos –como ya ha sucedido en la Comunitat Valenciana- y, posiblemente, para la llegada de Feijóo a la Moncloa tras las elecciones generales del 23J.  

El PP no ha tenido nunca sentido de Estado, si por tal se entiende la capacidad para articular un proyecto común en el que todos los territorios y los ciudadanos que lo conforman se sientan cómodos en él. Ello implica buscar la forma de garantizar la unidad de España mediante cauces políticos y no con la amenaza permanente del 155 o el endurecimiento de normas penales. El escaso peso electoral que el PP tiene en Barcelona y en Catalunya refleja que, pese a declararse el defensor de la “mitad de la sociedad que quiere vivir en España”, no llega ni al 10% la población que le delega ese papel en las urnas. Un papel que han demostrado cumplir de mejor manera y con menos estridencias tanto el PSC como el PSOE, como se ha evidenciado en sucesivas elecciones de ámbito local y nacional. El PP ha logrado sus mejores resultados históricos en Catalunya y Euskadi solo mediante la agitación intencionada de climas de confrontación que, a su vez, han tenido el efecto de disparar el voto de los independentistas que tanto abominan.

Los cuatro votos del PP que han permitido a Collboni asumir la alcaldía de Barcelona deben entenderse como una maniobra política, sin duda legítima, pero que nada tiene que ver con una pretendida altura de miras en favor del bien común de los barceloneses. Es simple política: exprimir cuatro escaños de la manera más eficaz posible y esperar el desarrollo de los acontecimientos.

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