La superioridad moral de la izquierda como praxis
María Dolores de Cospedal no se acordaba de nada en su declaración ante el juez. No recordaba que el PP pagaba el abogado a Bárcenas para que no reventara el partido cuando le pillaron ni se acuerda del uso que hizo de los recursos públicos para subvertir el orden constitucional y la democracia haciendo uso de subvenciones del Estado para librar a su partido de la derrota, la vergüenza y el delito. Esos ejercicios de desmemoria selectivos, que entretienen de manera esplendorosa al que asiste a ellos, no pueden hacer que el resto olvidemos y recordemos la labor miserable de personajes infectos de nuestra democracia.
Es un ejercicio poético cada vez que se hacen pequeños y cobardes ante los mismos tribunales que usaban para disciplinar y reprimir cuando estaban en lo más alto de la pirámide. Cospedal ahora agacha la testuz temerosa ante los jueces que usaba para acosar al disidente. La exsecretaria general del PP a veces solo era un engranaje del deep state como liquidadora. Un sistema feroz en el que medraba para ascender y ser la que usara a otros liquidadores desde el lugar más privilegiado de la cadena trófica del poder. Recuerdo, porque no voy a dejar de olvidar cada vez que el nombre infame de Cospedal aparezca, a Martxelo Otamendi. El periodista vasco, ejemplo para los que escribimos y creemos en esta profesión, fue torturado tras el cierre de Egunkaria —recordemos también que en España se cerraron periódicos de manera ilegal— y tras denunciar esas torturas fue demandado por el Estado. El cargo del Ministerio del Interior del momento que llevó a cabo la denuncia contra Martxelo Otamendi por denunciar sus propias torturas fue María Dolores de Cospedal. No dejemos que se borre la mácula.
Ellos no recuerdan. Ya lo hacemos nosotros. El nacionalismo español vive de la selección de los recuerdos. No es diferente al resto de nacionalismos que necesitan hacer cherry picking de los momentos épicos que les interesa segregando esas historias y sucesos que no les sirven para construir una realidad alternativa que les haga defender una realidad étnica y nacional diferenciada. El olvido de Cospedal sirve para comprender cómo funciona la construcción de la realidad conservadora, en cada olvido que sufren, y en cada recuerdo que abordan, existe un relato que esconde un constructo falsario de nuestra historia y de nuestra identidad que tiene como objetivo crear una frontera entre buenos (ellos) y malos (la antiespaña).
El relato de la derecha sobre la Amnistía está basado en la excepcionalidad. Necesitan elaborar un hecho fundador de la degradación democrática de los socialistas, el momento de inflexión en el que la democracia comienza a decaer para convertirnos en un Estado iliberal del que los verdaderos enemigos de la democracia nos salvarán. Por eso es necesario la memoria, para en el momento en el que personajes purulentos como Cospedal se olviden de lo que hicieron ante un tribunal ahí estemos nosotros, para que recordemos que los sucesos que nos alejan de la pureza democrática no emanan de una ley incómoda, molesta o inconveniente, sino de los procesos de instrumentalización de las instituciones para perseguir al diferente y a las minorías. No es la amnistía el peligro, son gente como Cospedal.
La memoria es el patrimonio de la decencia. Para defenderla de los que la saquean no podemos dejar que se pervierta aceptando la mentira como un elemento manejable en la vida pública, porque si la mentira ocupa el presente la memoria quedará degradada. La memoria, la verdad y el pensamiento crítico son los refugios del humanismo en tiempos en los que los bárbaros asedian el fuerte. Cuando la polarización avanza desbocada el espacio para el pensamiento crítico e independiente queda marginado y convierte al que lo ejerce en sospechoso. Y en esto no hay patrimonialización en la derecha. Nosotros también tenemos lo nuestro y si nos creemos mejores tenemos que ejercer, no solo llevarlo como proclama simbólica vacía.
Los relatos interesados del PSOE a la hora de defender la ley de amnistía no pueden ser asimilados en contra de los hechos y la evidencia. Si el Gobierno se ve en la obligación de hacer malabares para justificar el innegable cambio de posición y la abrumadora prueba de que está aprobando un artefacto de gracia por el simple hecho de que necesita ceder ante los independentistas para lograr su favor es su problema. El de los que nos manejamos en el ámbito de la opinión pública no puede ser replicar de manera acrítica un argumentario que no se sustenta en los mínimos criterios intelectuales deseables para quien tiene una voz pública. La presencia pública no obliga a defender posturas irracionales solo para mantener unas fuentes accesibles, y si quienes gobiernan y dirigen partidos de izquierdas no comprenden que los periodistas estamos para dejar en evidencia cuándo mienten y faltan a la verdad por interés personal es que no se diferencian demasiado de aquellos a los que mantienen al otro lado del muro.
La perversión del debate público y la construcción de la opinión pública en dos bandos irreconciliables en los que no puede haber matices sobre la ley de la amnistía está convirtiendo la nueva realidad en un campo de batalla dialéctico similar al que hubo durante el procesismo. En la izquierda no hay espacio para establecer matices que te posicionen contra la ley de la amnistía por su esencia privilegiada, aceptando los hechos y negando los relatos interesados y falsarios, y comprender que las correlaciones de fuerzas obligan a llegar a acuerdos con diferentes que integran diversas miradas que no son las propias. En la derecha no hay espacio para posicionarse en contra de la amnistía de manera firme, pero sin considerar que es la muerte de la democracia. Ambas visiones son anuladas en pos de aquellas que auguran la destrucción de España o la negación de la realidad sobre los discursos contra la amnistía en el PSOE en las fechas anteriores a las elecciones del 23 de julio. De la derecha ya esperamos que cuando llegue el momento se olvide de todo lo dicho para llegar al poder. Se hará un Cospedal y no recordará nada cuando le toque declarar. Su memoria sufrirá un vacío el día que pacte con Junts, porque lo hará, pero yo a la izquierda le pido un poco más de justicia con la memoria y que asuma sus contradicciones y los límites de la correlación de debilidades sin que recurra al cinismo. La superioridad moral de la izquierda no es un ejercicio retórico, son los usos y costumbres con los que nos manejamos en nuestra vida cotidiana.
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