¿Susana Sánchez?
El periodo de gracia para Pedro Sánchez ha terminado y el primer análisis de la gestión del renacido secretario general del PSOE arroja más sombras que luces, más dudas que certezas. El líder socialista recuperó el poder envolviéndose en la bandera del ‘no’ a Rajoy, frente a la supuesta complacencia con los populares de su rival, Susana Díaz. Fue eso y no otra cosa lo que empujó a miles y miles de militantes a plantar cara al poderoso “aparato” para auparle, nuevamente, al despacho noble de la calle Ferraz. Hoy, casi seis meses después de su triunfo en las primarias, es lícito cuestionarse si la estrategia socialista en estos críticos momentos habría sido diferente si en lugar de ser liderada por el joven político madrileño, la hubiera dirigido la presidenta andaluza.
Sánchez parece haber capitaneado la crisis catalana más preocupado de las encuestas y de las presiones de los jurásicos de su partido que de dar sentido al lema que exhibe en sus mítines: “Somos la izquierda”. La suya no era una posición sencilla, obviamente. El PSOE no podía ni debía alinearse con los partidos independentistas que habían incumplido la Constitución, el Estatut y hasta el propio reglamento de su Parlament. Ahora bien, de ahí a echarse en manos de Rajoy había todo un mundo de posibilidades. De hecho, el secretario general dio síntomas, inicialmente, de marcar distancias con el PP, al condenar la actuación policial del 1 de octubre. Sin embargo, a Sánchez muy pronto le temblaron las piernas. Solo así se puede entender que retirara, sin dar explicación alguna, la iniciativa parlamentaria que había presentado para reprobar a la vicepresidenta del Gobierno, como principal responsable de la violenta represión contra los ciudadanos que intentaron votar en el referéndum. Fue su primera gran cesión a los sectores más conservadores de su partido que, en algunos casos como el del expresidente Felipe González, estaban adelantando por la derecha, con sus declaraciones incendiarias, al mismísimo Rajoy.
El líder socialista se dejó llevar y llevar hasta caer en las garras del presidente del Gobierno. Fue así como pactó con él apoyar la aplicación del artículo 155 a cambio de que el PP aceptara abrir un debate para reformar la Constitución. Los socialistas negaron haber firmado un cheque en blanco y vendieron, a bombo y platillo, este acuerdo con el que pretendían demostrar su capacidad para influir en las políticas inmovilistas que tanto gustan al actual inquilino de la Moncloa. Este miércoles, sin embargo, en la primera reunión de la comisión parlamentaria en que debería abrirse el melón constitucional, los populares ya han dicho que no piensan hacerlo; que de lo dicho, nada de nada; que, como mucho, se retocará la financiación autonómica. Veinticuatro horas después Pablo Casado seguía por la misma línea: aunque decía que su partido no se cerraba a la reforma constitucional, aseguraba que Rajoy y Sánchez solo acordaron “ver cómo funciona”.
Parece claro que Rajoy ha engañado y humillado a Pedro Sánchez. Los socialistas se muestran entre desconcertados y sorprendidos, pero… ¿podía esperarse otra cosa de un político acusado de cobrar sobresueldos en dinero negro? ¿Se puede negociar con el líder de un partido que se sentará en el banquillo de los acusados por destruir pruebas de una investigación sobre corrupción? ¿Es posible ir de la mano de una formación política que intenta arañar votos generando catalanofobia y que, acorralada por la Justicia, trata de sobrevivir machacando discos duros a martillazos, cesando a fiscales independientes y obstaculizando la investigación de los magistrados?
Sánchez, antes, contestaba a todas estas preguntas con un rotundo “no es no”. Ahora, sin embargo, sus portavoces defiende la inacción frente a Rajoy con argumentos similares a los que en su día utilizaron los susanistas para justificar la abstención que permitió al PP permanecer en el poder: “Se puede gobernar desde la oposición”, “No salen las cuentas para llevar a cabo una moción de censura”… Queda legislatura por delante, pero en este verdadero arranque de la segunda ‘Era Sánchez’, el nuevo PSOE se parece cada vez más al viejo.