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Opinión - 'Aroma noventero', por Esther Palomera

¿Pero por qué tendría que dimitir Pedro Sánchez?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una imagen de archivo.- EFE/ Kiko Huesca

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Los medios, incluidos algunos que suelen estar más próximos a Sánchez, están obsesionados con la idea de que Pedro Sánchez tiene que dimitir. Es una reacción primitiva, demasiado elemental, a la sucesión de noticias escandalosas que se han producido en los últimos días, con una coincidencia que más de uno se pregunta si es del todo casual o no. Pero un poco más allá de lo superficial, ahondando en el análisis político, la pregunta que cabe hacerse es si esos episodios, algunos de dudosa génesis y no menos dudoso desarrollo, tienen el peso suficiente, aunque vengan todos juntos, para que un líder consolidado, y que sigue estando muy alto en las encuestas, y menos, pero también, su partido, tengan que renunciar a lo más importante. Que es el poder.

¿Porque un juez, al que hasta no pocos de sus colegas ponen en cuestión, se empeñe en procesar a la esposa del presidnete por una minucia, que no consigue probar, y que actúa por la denuncia de un grupúsculo de ultraderecha condenado en el pasado por chantajear a personas e instituciones? ¿O porque una jueza no ceje en su empeño de que el hermano de Sánchez sea condenado por haberse beneficiado, en el peor de los supuestos -que, además no está claro-, de una práctica tan común y antigua en nuestro país como es un enchufe? ¿O porque la Sala Segunda del Tribunal Supremo haya condenado sin pruebas al fiscal general del Estado, con una sentencia que escandaliza a magistrados y expertos jurídicos de todos los colores y que, al final, puede beneficiar la suerte penal de un defraudador fiscal y presunto delincuente como es el novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid?

¿O porque dos personas de la máxima confianza del presidente aparezcan implicadas en una trama de corrupción aún hoy de perfiles no muy definidos y de la que por el momento se excluye la financiación ilegal del PSOE, que eso sí podría salpicar a Pedro Sánchez? ¿O porque un personaje oscuro y que supuestamente había hecho trabajo sucio para el PSOE sea ahora acusado también de participar en una trama de comisiones ilegales que parece ser solo una derivada de las prácticas corruptas del ex número dos del partido, Santos Cerdán? ¿O porque algunos miembros del aparato socialista hayan hecho la vista gorda a los acosos sexuales de un dirigente de relieve que habían sido denunciadas por funcionarias del partido y que, con cinco meses de retraso, ya ha provocado expulsiones y destituciones?

No es fácil encontrar un hilo común a estos episodios. Algunos podrían inscribirse en el marco de una ofensiva judicial sospechosa de responder a una intencionalidad política por parte del sector de la judicatura que se movilizó tras un llamamiento de José María Aznar y que tiene como motor el rechazo a la amnistía a los condenados por el procés catalán. Otros seguramente se inscriben en un deterioro del sistema de controles internos del PSOE.

Pero ninguno de ellos tiene el peso suficiente como para provocar el cataclismo que supondría en estos momentos la dimisión de Pedro Sánchez. Porque, tal y como sugieren los sondeos, esta supondría lisa y llanamente la entrega del poder a la derecha y a la ultraderecha, que hace dos años fracasaron en su intento de lograr eso mismo en las urnas y que desde entonces no han hecho más que pedir esa dimisión que ahora creen que los escándalos les servirían en bandeja sin mayor esfuerzo.

Todo, y muy es especial su trayectoria política desde hace al menos una década, sugiere que el Pedro Sánchez resistente y combatiente en las dificultades no va a ceder ante esas presiones y que los medios ansiosos de que se produzcan grandes convulsiones se van a quedar con las ganas.

Sobre todo porque el líder socialista y su Gobierno tienen aún en sus manos no pocos activos políticos con los que contrarrestar el muy mal momento que hoy están pasando y porque el tiempo siempre suele jugar a favor del que tiene el poder.

Porque la economía va bien, a pesar de la crisis de la vivienda y de que millones de españoles vivan mal o muy justitos, tal y como les viene ocurriendo desde hace décadas, y porque con un índice de paro del 12%, que ha llegado a ser en otros tiempos del 23%, no se puede exigir que España sea como Suecia.

Porque el Estado, es decir, el Gobierno, dispone de mucho dinero gracias al fisco y a los fondos europeos y por eso se permite subir el sueldo de los funcionarios y, en breve, las percepciones de los pensionistas, además de hacer otras muchas cosas que, por lo que sea, no suelen salir en los periódicos ni en las teles y no digamos en las redes.

Porque la coalición de gobierno PSOE-Sumar sigue sólida, tal y como han dicho sus dirigentes tras de que se hayan conocido los escándalos. Y porque esa coalición sigue gozando del apoyo de sus socios parlamentarios y porque hasta Junts ha dicho que no está dispuesto a apoyar una moción de censura del PP, es decir, a echar a Sánchez.

Porque en muchos ambientes sociales se sigue apoyando a opción que representa Pedro Sánchez y no es de descartar que a pesar del daño que en los mismos han hecho las malas noticias de los últimos tiempos, las encuestas mejoren para la izquierda con el paso de los meses. Es comprensible que haya mucho cabreo entre las mujeres que en 2023 votaron al PSOE por sus propuestas feministas y luego se hayan enterado del machismo más repugnante de dirigentes del partido como Ábalos o Salazar. Pero si Sánchez consigue reafirmar ante ellas su compromiso y el del partido con la defensa de las mujeres con la sinceridad y credibilidad que este asunto exige, veo muy probable que le renueven su apoyo en la próxima cita con las urnas.

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