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Todavía es pronto para hablar de Gobierno

Deuda, paro y vejez, principales retos económicos para el nuevo Gobierno

Carlos Elordi

El calendario no engaña. Hasta el 21 de mayo no se constituirán las nuevas cámaras. Desde entonces, podrían pasar hasta dos meses hasta que se votara la investidura. Tras eso, y en el plazo que considere oportuno el nuevo presidente, se anunciará el nuevo gobierno. Es decir, hacia principios de julio. Entre tanto se habrán celebrado las elecciones municipales y autonómicas, cuyos resultados podrían orientar la política de alianzas de unos y de otros. ¿Por qué faltando tanto tiempo y algunos datos importantes de lo que se debate ahora en la escena política es la composición de ese futuro gobierno?

Pablo Iglesias y Unidas Podemos son los que con más energía se han lanzado a esa polémica. Exigen formar parte del nuevo Ejecutivo, como si esa fuera la cuestión principal del escenario que han abierto las elecciones del 28 de abril. También la CEOE, el Banco de Santander y alguna otra instancia de los poderes económicos consideran prioritario el asunto y piden que el PSOE se alíe con Ciudadanos.

Pedro Sánchez calla al respecto, pero su vicepresidenta, Carmen Calvo, y su brazo derecho, José Luis Ábalos, han afirmado que a los socialistas “les gustaría” gobernar en solitario. Unas decenas de socialistas congregados a las puertas de la sede del partido la noche del 28A gritaron “con Rivera, no” y Sánchez les dijo, no precisamente entusiasmado, que los había oído.

No hay más. Y como pasarán semanas hasta que haya algo en este capítulo, no puede descartarse que a la vuelta de este puente la polémica haya perdido fuerza y que de lo que se hable a partir de entonces sea de la campaña para el 26 de mayo. Pablo Iglesias, con la eficacia que le caracteriza, habrá logrado que durante los días que han seguido a las elecciones no se hayan subrayado los muy malos resultados de su partido. Pero al final no tendrá más remedio que aceptar las circunstancias… y el calendario. También las instancias del poder económico tendrán que hacerlo.

Porque no es muy difícil concluir que hoy por hoy, y seguramente durante bastante tiempo, el hoy presidente del gobierno en funciones tiene la sartén por el mango. Por la fuerza, relativa pero importante, que su partido tiene en el parlamento, que está formado por el Congreso y también por un Senado cuyas atribuciones podrían ser ahora más políticamente relevantes que nunca. Porque la derecha va a necesitar aún mucho tiempo para ser una oposición mínimamente fuerte. Porque es el héroe del momento, el líder visible el movimiento que ha anulado el peligro de una victoria electoral de las tres derechas y de la entrada de Vox en el gobierno.

Y porque a los ojos de mucha gente, incluso de alguna muy influyente, representa una opción que puede acabar con la crispación política que ha dominado en los últimos años. Y que está en condiciones de afrontar los problemas más graves y acuciantes, particularmente el de Cataluña, desde posiciones tranquilas y de diálogo. Sobre todo tras de que la derecha haya fracasado en su intento de convertir a los independentistas en la causa de todos los males de España y en la razón de ser de una política de dureza en todos los frentes. Como se ha dicho, la mayoría electoral ha expresado claramente que tenía más miedo de Vox que de los soberanistas catalanes.

Estamos en un tiempo nuevo. No porque los problemas hayan desaparecido, que siguen ahí y cómo. Sino porque el ambiente se ha desdramatizado de golpe. Hasta la derecha parece haberlo asumido con su nuevo canto de amor al centro. Veremos cómo reaccionan los grandes medios, culpables en no pequeña medida de la tensión insoportable que se ha vivido en los últimos años. Pero hoy por hoy, Vox corre el peligro de quedarse aislado.

A la luz de todo ello, es difícil exigir nada a Pedro Sánchez. Los resultados de las municipales y autonómicas son una incógnita de proporciones no pequeñas. Y los pactos que se derivarán de los mismos también. Porque en estos momentos nadie puede asegurar que las tres derechas, que sumarán muchos votos, vayan a coaligarse en todas partes porque sí, como si el 28A no hubiera existido, como si el PP no hubiera entrado en una crisis existencial y como si Ciudadanos, si tiene las manos libres, no tuviera ahora posibilidades reales de ser el partido de referencia de ese espectro.

Pero esas incógnitas se aclararán dentro de cinco o seis semanas. Y conociendo su solución se abordará entonces la investidura. Caben pocas dudas de que el líder del PSOE superará esa prueba. Hay varias combinaciones que se lo van a permitir. Lo único que podría impedirlo sería un voto en contra de Unidas Podemos.

Y es inimaginable que eso, que llevaría a la repetición de las elecciones, vaya a ocurrir. El partido de Pablo Iglesias no puede arrostrar el riesgo que eso implicaría. Por principio, porque es una organización bastante más cuerda de lo que algunos dicen. Y porque tendría un coste electoral extraordinario.

Habrá negociaciones entre el PSOE y Unidas Podemos. Sánchez, además de sacar a Franco del Valle de Los Caídos, pretende desde un primer momento adoptar medidas sociales y económicas para mejorar la suerte de los más desfavorecidos y para reducir la desigualdad. Iglesias puede entenderse con él en ese terreno e incluso obligarle a ir más allá de lo que el líder socialista podría pretender de partida. Pero si éste quiere formar un gobierno monocolor, Unidas Podemos no va a tener instrumentos para impedírselo. Se tendrá que conformar con ser un aliado parlamentario, ocasional o permanente, de los socialistas. Que triplican el número de sus escaños parlamentarios.

Los líderes sindicales han formulado este Primero de Mayo exigencias muy claras, y no precisamente blandas. Han dicho que quieren un gobierno de izquierdas. Pero el líder de UGT, Josep María Álvarez ha dicho que él no quiere entrar en cómo tienen  que ponerse de acuerdo el PSOE y Unidas Podemos para lograrlo. Y Unai Sordo, el de Comisiones, que estaba a su lado, no le ha contradicho.

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