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La transversalidad de Yolanda Díaz

La vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz

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Yolanda Díaz parece ir en serio. Ya anunció que no se conformaba con la esquinita a la izquierda del PSOE. “No quiero estar a la izquierda del PSOE, le regalo al PSOE esa esquinita. Eso es algo muy pequeño y muy marginal. Creo que las políticas que despliego son muy transversales”.

Hoy esa transversalidad la lleva al Vaticano para mantener un encuentro con el Papa Francisco. Rompedor. Una comunista hablando de tú a tú con el Obispo de Roma, la cabeza de todos los católicos del mundo. Pero tienen un nexo en común, el concepto de bondad, muy social y muy cristiano, pero que parece difícil encontrar hoy en algunos cristianos. 

La vicepresidenta del Gobierno explicó que su padre, el sindicalista Suso Díaz, le decía que “lo mejor en la vida es ser buena persona”. El Papa Francisco opina que “la humanidad que mostramos a los demás nos hace misteriosamente partícipes de la bondad de Dios que se hizo hombre”.  

Hay viejos nexos de unión entre doctrina social de la Iglesia y organizaciones sindicales o políticas de izquierda, como el caso de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) creada en pleno franquismo por el catalán Guillermo Rovirosa, que dio muchos militantes a organizaciones antifranquistas y sindicales como CCOO.

El Papa actual, a pesar del encorsetamiento a que le obligan las dinámicas del poder vaticano, suele mojarse y le cae la del pulpo desde ámbitos tradicionales e inamovibles de estamentos católicos. “Este sistema con su lógica implacable de la ganancia está escapando a todo dominio humano. Es hora de frenar la locomotora, una locomotora descontrolada que nos está llevando al abismo”, dice Francisco. Publicó la encíclica Fratelli Tutti, un texto que algunos católicos consideran peligroso porque dice cosas como esta: “La propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de pertenencia”. Un poco rojillo.

Los objetivos en Fratelli Tutti están claros, se trata de luchar contra la precariedad laboral, la desigualdad social que sigue creciendo, las consecuencias de la crisis climática o las amenazas contra la democracia y los derechos humanos. Son objetivos declarados por el Papa, pero son también objetivos que firmaría Yolanda Díaz como líneas de trabajo para su frente amplio.

La tarea que espera a Díaz, en la anunciada búsqueda del frente amplio, es titánica. Una cosa es pergeñar en un papel los puntos esenciales para un recorrido político amplio y abierto, y otra muy distinta es enfrentar una realidad en la que la bondad te lleve a ser pasto de una merienda de lobos. Hace falta inteligencia política de alto nivel. Seguramente deconstruir Maquiavelo, como señaló la propia Díaz, pero hace falta también tener los pies en el suelo, no crear falsas expectativas ni asaltos a los cielos que queden en simples batacazos. Y, quizás, construir a Baltasar Gracián: “Conviene ir detenido donde se teme mucho fondo: vaya intentando la sagacidad y ganando tierra la prudencia. Ai grandes vaxíos hoi en el trato humano: conviene ir siempre calando sonda”.

Y ahí acierta Díaz. “Me da miedo crear demasiadas expectativas”. Tiene una cosa buena, o muy buena, políticos de uno u otro signo la critican por su estilosa vestimenta o por llevarse bien con Antonio Garamendi, de la CEOE, mientras el CIS la encumbra como la política mejor valorada. Quizá sea porque como ella misma dice “estoy todo el día dialogando y pactando con personas que no piensan como yo”.

Se trata de superar muchos obstáculos como, por ejemplo, el voto de clases desfavorecidas a la ultraderecha, esté esta representada por Marine Le Pen o Éric Zemmour en Francia, o por Santiago Abascal o Isabel Díaz Ayuso en España. Tratar de recuperar el voto de la ruptura, el voto de la desesperación de quien se ve acogotado para llegar a fin de mes, y unirlo en argamasa social, a otros sectores de diálogo abierto y sincero.

Es un camino de reconquista, de volver a generar la confianza perdida en los partidos políticos, en aquellos estratos sociales que un día fueron el granero de la izquierda y se pasaron, con armas y bagajes, a la derecha más ultra, y unirlo al de amplios sectores urbanos abiertos al desarrollo y a la esperanza en un futuro mejor a pesar de pandemias y desesperaciones coyunturales. Es transversalidad en su sentido más amplio, extenso y disruptivo.

Hace poco el ilustre cocinero Karlos Arguiñano decía que tenía pulsión de izquierda, “vengo del mundo obrero, del buzo y la soldadura, del cincel y el martillo”, ahora es un empresario de éxito pero su origen engarza con su trabajo manual de taller en una fábrica de trenes del Goierri guipuzcoano. Esa transversalidad buscada tiene que lograr atraer tanto el voto del empresario Arguiñano como el del ciudadano desesperado de Entrevías.

Trascender la política de partidos, superar las claves cainitas. Díaz sabe que es necesario sumar, colaborar, apoyar, ayudar, implicar, y así con todos los conceptos positivos que se le ocurran.

Isaac Newton dejó para la Historia una de esas frases memorables que son citadas una y otra vez: “Si he podido ver más allá es porque me encaramé a hombros de gigantes”, lo hizo incluso para hilvanar esa frase que ya había sido expresada de forma parecida por algún otro. Todo está inventado, pero todo se renueva. El caso es componer la cesta con los mimbres adecuados. Díaz asegura: “Voy a escuchar mucho, después pensaré lo que tendremos que hacer colectivamente. No es pequeña cosa esta”. No, no es pequeña cosa.

Es preciso para ello dotarse de la humildad que permita aprehender la sabiduría, el conocimiento, la experiencia, la vida diaria, de otros. Humildad, dirá alguien, un concepto ridículo, inexistente en política. Contrario al orgullo, la prepotencia, tan presentes en la política actual.

A Pedro Sánchez, la humildad, el viaje en su viejo Peugeot 407 a recorrer tierras de aquí y allá para pedir el voto, le sirvió de impulso para obtener, finalmente, la presidencia del Gobierno contra tirios y troyanos. Entonces pareció escuchar aquella frase del ilustre humilde Pepe Mújica, ex presidente de Uruguay, que decía: “Pertenezco a una generación que quiso cambiar el mundo, fui aplastado, derrotado, pulverizado, pero sigo soñando que vale la pena luchar para que la gente pueda vivir un poco mejor y con un mayor sentido de la igualdad”.

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