Trump, populista plutocrático
En las filas republicanas, Donald Trump ha arrasado entre los republicanos en el pasado supermartes de primarias. Aunque todo no está decidido, parece difícil que sus rivales puedan parar su nominación como candidato de su partido a la Casa Blanca el siguiente martes 15, aunque de ahí a poder ganar las presidenciales hay un trecho. Si bien hay que comenzar a pensar en lo que parecía impensable. Desde luego, en el campo demócrata, ya dominado por Hillary Clinton, el adversario a batir es el billonario metido a político, que empieza a resultar atractivo de forma transversal. Cuidado.
Martin Wolf y otros llaman al fenómeno Trump “pluto-populismo”, es de decir, la unión de la plutocracia que representa un rico constructor, y el populismo de extrema derecha. De hecho, es un término que surgió en la política tailandesa hace unos años y que entró hace meses en el debate político estadounidense con la subida de Trump, que ha unido dos conceptos, y dos tipos electores, que parecían antagónicos. Es algo diferente del caso de Berlusconi.
Salvo sus exabruptos contra la inmigración y alguno más, Trump, en su ascenso a los cielos republicanos, no ha tenido que explicar ni algunas cosas de su pasado (como que contrató a trabajadores ilegales para construir la Trump Tower en Nueva York), ni qué política impulsaría en muchos terrenos salvo bajar los impuestos (desde luego, a los más ricos), cargarse el sistema sanitario que ha implantado Obama (el Obamacare). Ni siquiera ha tenido que señalar para ganar este supermartes con qué equipo contaría en política exterior ni en casi nada.
Robert Kagan, un neoconservador, lo describe en un artículo en el Washington Post como “el Frankestein” del Partido Republicano, es decir, el que puede acabar con esa formación. Como ya he señalado es el resultado de una parte de la ira de mucha clase media y trabajadora (o desempleada) que ha visto que sus ingresos reales en las últimas décadas no solo no han subido, sino que han bajado.
¿Cómo es posible el fenómeno Trump? Una encuesta de Bloomberg entre votantes republicanos de las primarias del supermartes anterior a esa jornada refleja muchas contradicciones. Trump gana con diferencia sobre sus rivales más inmediatos (Marco Rubio y Ted Cruz). Pero entre los votantes republicanos es el que menos apoyo recibe (16%) para ser presidente de EEUU, y el que más rechazos genera (20%) para tal puesto. Aunque a la vez, frente a Hillary Clinton, un 66% votaría a Trump como presidente. En materia de lucha contra el terrorismo, defensa del derecho a tener armas, y autenticidad del personaje, Trump barre a sus rivales. Solo pierde en imagen como conservador y como cristiano comprometido. Aunque en su disputa verbal con el Papa, que le acusó de mal cristiano por querer erigir muros contra la inmigración, un 48% apoya a Trump frente a solo un 15% a Francisco.
Una mayoría de estos votantes republicanos es partidaria de esperar a que sea el próximo presidente el que cubra la crucial vacante en el Tribunal Supremo dejada por la muerte del juez ultraconservador Antonin Scalia (que le correspondería decidir a Obama aunque necesita la ratificación del Congreso). Los equilibrios del Tribunal Supremo pueden pesar casi tanto como la Presidencia del país, pues sobre su mesa están asuntos tan delicados como el aborto (de nuevo, tras la última ley en Texas), la reforma sanitaria y la de la inmigración propiciadas por Obama, o la sindicación de los empleados del sector público,
Trump está quebrando el Grand Old Party (GOP, que es como se conoce al Republicano). Ha dejado a su movimiento interno radical, el Tea Party, como secundario, aunque importante. Pero después de noviembre los republicanos, gane o pierda Trump, tendrán que, de alguna manera, refundarse. Un extraño como Trump, con su propio dinero (frente, por ejemplo, al de los hermanos Koch que han financiado buena parte de la revolución conservadora y en los últimos años del Tea Party) le ha ganado la mano a todo el aparato. Este ha reaccionado tarde, probablemente demasiado tarde.
¿Se le podrá parar? Al final, son los votantes hispanos y negros los que van a decidir, y la toma de posición de Trump contra ellos y la inmigración pesarán. Y las mujeres. El apoyo a Trump se da sobre todo entre los varones blancos. Aunque no despierte grandes entusiasmos, hoy por hoy Hillary Clinton parece poder ganar a Trump en las presidenciales. Lo nuevo de este último supermartes es que ahora Hillary Clinton tiene que variar su estrategia para batir en noviembre a Trump. Si bien el socialdemócrata (pues de eso se trata, no de ningún radical) Bernie Sanders habrá conseguido meter más temas sociales en el debate demócrata, lo que de verdad se le despeja a la ex secretaria de Estado es todo el campo del centro.
Salvo que lo quiera ocupar un tercero en discordia. Aunque crece el número de votantes independientes (es decir no afiliados a ninguno de los dos grandes partidos), el exalcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, no acaba de dar el paso para presentarse como candidato sin partido. Hace más de dos años un artículo sobre él en The New Yorker señalaba que su legado al frente de la Gran Manzana había sido también el de unir plutocracia y populismo. Aunque no como Trump.