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El ultra es Feijóo

El candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo, antes del 'cara a cara' con Pedro Sánchez.

Carlos Elordi

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Hay algo que no se ha destacado del debate televisivo del pasado lunes. Y es posiblemente un dato crucial para entender lo que ha pasado y lo que puede pasar. El rostro, la mirada y los gestos de Alberto Núñez Feijóo en su ataque inicial contra Pedro Sánchez revelan una actitud que no puede sino preocupar a cualquier demócrata español, vote a quien vote. Porque expresan una actitud de aniquilar al rival, de golpearlo con saña de matón -incluso con una sonrisita sardónica de desprecio- más propia de un ultra que de un político que compite en unas elecciones.

Feijóo no había transmitido nada de eso en su año de vida pública desde que fue elegido presidente del PP. Por el contrario, había aparecido como un hombre tranquilo e incluso moderado. Seguramente porque así se lo aconsejaban sus asesores. Y es también muy probable que hayan sido sus consejeros los que le hayan instruido para que cambiara de actitud para hacer frente a Sánchez.

Se rumorea que el principal de ellos en esta última ocasión ha sido Miguel Ángel Rodríguez, el cerebro pensante de Isabel Díaz Ayuso y hombre dispuesto a todo en aras de la eficacia. Puede que sí o puede que no. Es lo de menos. Lo importante, incluso lo terrible, es cómo ha interpretado Feijoo esa indicación, no sólo asumiéndola plenamente, sino poniendo lo mejor de sí mismo, probablemente su verdadera actitud, la más brutal, al servicio de esa tarea.

El líder del PP apareció como otro hombre en el debate televisivo. Y ese nuevo personaje da miedo. Porque en su agresión y su desprecio hacia Sánchez no había nada impostado, a diferencia del Aznar de sus mejores tiempos, que hasta su último gesto se veía aprendido… de las lecciones de Miguel Ángel Rodríguez. El hombre que destruía sin contemplaciones el discurso de Sánchez sobre los buenos resultados del Gobierno era un tipo que se creía su papel de malo, que incluso disfrutaba con él.

Si además de eso prácticamente todos los argumentos que esgrimió para su ataque eran falsos o abiertamente mentiras que cualquier ciudadano bien informado podía refutar, el pasado lunes se asistió a un espectáculo de propaganda ultra. Como la de los tiempos gloriosos de ese movimiento o como los de Donald Trump. Ningún líder de Vox lo podía haber hecho mejor.

El que Pedro Sánchez no fuera de capaz de contrarrestar ese ataque, de dar un golpe en la mesa para pararlo fue la otra cara de ese debate aciago. Apabullado por lo que le estaba cayendo encima, sorprendido porque nadie debía de haberle dicho que eso era posible, el presidente del Gobierno dio una imagen de debilidad que frenó de golpe la supuesta remontada que estaba emprendiendo su partido y que, a menos que algo extraordinario ocurra en los días que quedan de campaña, le va a costar las elecciones.

Es una desgracia para los seguidores del PSOE, pero hay lo que hay. Y la política, cuando se pone dura, es de las cosas más duras que hay. Está claro que Feijóo sabe perfectamente que eso es así. Que en su dureza falsaria contra Sánchez hubiera algo de venganza por el escarnio por sus limitaciones que los socialistas le habían venido haciendo desde hace meses, no hace sino contribuir a reforzar la sensación de que el líder del PP es un duro entre los duros, de esos que no se echan atrás sino frente a alguien más duro que él.

Y en el escenario no se atisba ninguna entidad que pueda llegar a reunir esas condiciones en un horizonte previsible. Ni en España ni en el panorama internacional, más favorable que nunca para que en nuestro país se pueda practicar una suerte de autarquía política que la distribución de los fondos europeos no va a limitar particularmente.

Vox no va a ser un obstáculo para la realización de los planes de Feijóo. Puede ser un problema de imagen durante la campaña -ciertamente cada vez menos-, pero un gobierno de coalición con las huestes de Santiago Abascal reducirá muy poco el poder decisional de Alberto Núñez Feijóo. El líder del PP se ha ido tanto a la derecha que Vox se ha quedado casi sin discurso.

¿Qué hará desde el momento en que llegue a la Moncloa? Que cada uno se imagine lo peor. Hasta el momento ha anunciado muy poco: la derogación de la ley de memoria democrática es lo más sonado y es por sí mismo el anuncio más claro de su intención de volver al pasado, de restaurar la intolerancia más insoportable con la otra España. Pero da la impresión de que su programa es efectivamente el de “derogar el sanchismo”, el de acabar con todos los avances que ha propiciado el gobierno de coalición. Tabla rasa, vuelta a la España gris, reaccionaria y paraíso de los ricos y las grandes corporaciones.

Lo hará seguramente de manera inteligente, evitando provocar reacciones desmedidas. Porque no querrá estropear las cosas desde el primer día. Pero lo hará. Y habrá que ver entonces si la España que resultará golpeada por su política, que no será pequeña, tiene capacidad de respuesta.

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