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Urgente: limpiar las cloacas

Beatriz Gimeno

En la última semana, al tiempo que conocíamos el informe de la Consejería de Sanidad madrileña en la que no les ha quedado más remedio que reconocer la magnitud de los recortes que han llevado a cabo (miles de camas menos), nos enterábamos de la existencia de una trama que tenía como centro el Hospital Gregorio Marañón y que implicaba a médicos que utilizaban los recursos públicos para pruebas privadas. Hemos sabido también que el consejero de Sanidad lo sabía y que había sido informado de esto hace tiempo; no hizo nada. No ha habido un solo consejero de Sanidad en la Comunidad de Madrid desde que gobierna el Partido Popular que esté limpio de la sospecha (o de la certeza) de utilizar la sanidad pública para sus propios negocios y los de sus amigos. Y el enésimo escándalo de la sanidad madrileña ocurría al tiempo que nos enterábamos de los negocios que se montó Granados en este caso a cuenta de la educación pública.

Y a eso se suman tantos imputados (que ahora el PP pretende cambiar de nombre para ver si nos despista) que ya nadie es capaz de llevar el recuento, y eso sin contar los que no están imputados pero sabemos que deberían estarlo. Finalmente lo que tenemos encima es una malla opaca, ocluida por la basura, que confunde instituciones públicas con intereses particulares, que no deja respirar a la política y que está ahogando a ésta y a la gente. Ahora nos damos cuenta de que en las últimas décadas lo que ha venido ocurriendo es que en prácticamente todas las instituciones públicas se ha permitido que la política fuera utilizada para que los propios políticos se enriquecieran y enriquecieran a las grandes empresas que, a su vez, han creado una red clientelar con la que han venido decidiendo las políticas que se nos aplican. Es decir, llevamos décadas viviendo una democracia secuestrada, un expolio organizado, un robo a mano armada; y lo cierto es que ningún partido de los que ha gobernado ha puesto ningún tipo de cortafuego real a esto, ni ha favorecido la real separación de poderes, ni ha creado verdaderos controles (sino al contrario), ni ha castigado la corrupción y ni siquiera se ha preocupado un poco por la confusión entre lo público y lo privado. Finalmente no hay más que mirar alrededor para ver que es verdad que, aparte de que obviamente los más ricos han visto como crecían sus empresas y sus negocios, el pago a los políticos por permitir este estado de cosas está a la vista. Altos cargos de todos los partidos que han venido gobernando en cualquier institución se han beneficiado personalmente de este funcionamiento, ya sea de manera claramente delictiva (tramas de corrupción, Púnica, Gürtel, Bárcenas, áticos, Caja Madrid…), ya sea de manera completamente inmoral y presuntamente delictiva (tarjetas black), o de manera legal pero completamente falta de ética pública (altos cargos copando los Consejos de Administración de las mismas empresas a las que antes han favorecido con sus políticas). Esto es lo que tenemos y no hace falta decir que hay políticos honrados, faltaría más; pero lo que tiene que protegernos no es la honradez personal de la gente, sino el sistema de control… Y este es inexistente.

Con todo, lo peor no es esto, y ya parece muy malo. Lo peor es que dada la acumulación de inmoralidades e ilegalidades que nos rodean nos hemos visto obligados a respirar en este ambiente. Mucha gente ha terminado por creer que esto es inevitable, que esto es así en todos los países, que se trata de disfunciones habituales en democracia. Hemos aprendido a convivir con la certeza de que todo el sistema es una especie de vertedero y por tanto nada nos asombra. Nos movemos encima de una cloaca infecta, y lo peor es que veo que los partidos de siempre siguen como si nada, con sus propuestas y promesas sobre políticas cotidianas de corto alcance de las que unas se cumplirán y otras no; pero desgraciadamente, mucho de lo que se propone - siendo muy importante- ha dejado de ser lo más importante. Lo primero es limpiar las cloacas; desatascar la basura y echarla sumidero abajo; construir un medio político habitable, un hábitat limpio en el que poder hacer política; en el que construir democracia real. Esto ya no se aguanta, está colapsando y hay que reiniciarlo. Yo estoy convencida de que es necesario hacer ahora lo que no se hizo en su momento: acabar con los restos de la sociedad franquista para poder hacer de este un país normal, comparable en esto a la mayoría de los países europeos. Un país normal es ese en el que un ministro dimite por haber plagiado una tesis, por comprar un chicle con la tarjeta de un ministerio o por mentir públicamente. No digamos ya por legislar para los amigxs, por robar, malversar o prevaricar. O limpiamos o nos ahogamos.

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