Papá, cuéntame otra vez lo de las vacaciones pagadas
Que las vacaciones de la clase política se vean este año fastidiadas por la ingobernabilidad no deja de tener un punto de justicia: si la vida política se ha vuelto tan inestable como nuestras vidas precarias, qué menos que los dirigentes políticos se queden sin descanso veraniego como les pasa a cada vez más trabajadores.
Escribo esto un día antes de empezar mis vacaciones. Bueno, “vacaciones” las llamo yo para animarme, porque en realidad son “autovacaciones”, vacaciones de autónomo: me las pago yo, dejo de generar ingresos, no llego a desconectar del todo, y la mitad del tiempo se me va en resolver cosas pendientes y anticipar el próximo curso. Eso cuando no son “trabaciones”, seguir currando pero a otro ritmo y con las niñas sin colegio, un rato a la playa y otro al ordenador. Muchos autónomos “disfrutan” de unas vacaciones similares, y muchos otros apenas pueden cogerse una o dos semanas, o ni eso, que no están los tiempos para bajar la persiana. Que sí, que eres tu propio jefe y trabajas en pijama; pero para los muchos autónomos forzosos, poco consuelo tanta “libertad”.
Junto a los autónomos (y los falsos autónomos) están los muchos trabajadores temporales que en vez de vacaciones reciben la carta de despido en julio o agosto, y a esperar si los contratan de nuevo en septiembre. Siempre fue costumbre en la Construcción, pero ahora se va generalizando a cualquier sector. La empresa que cierra o reduce actividad en verano, despide trabajadores y se ahorra sueldo y cotizaciones. Lo mismo en verano que en navidades, y los más precarios también fines de semana.
Lo saben los profesores interinos, esos “temporeros de la enseñanza” que decía Belén Carreño. Más de cincuenta mil maestros despedidos en junio, que ni siquiera saben si los contratarán con el curso ya comenzado. El verano del año pasado también “disfrutaron” esas “vacaciones” miles de trabajadores de ETTs, comercio, construcción, gestorías, gimnasios y todo tipo de negocios que echan la persiana dejando fuera a sus currantes.
Este mes un grupo de trabajadores de centros culturales de Barcelona ha peleado por sus derechos, empezando por sus vacaciones que les eran sistemáticamente mangoneadas por la empresa Ciut'Art. Y lo mejor es que han ganado esa batalla, con la ayuda de otro animal laboral en extinción: la huelga.
Pero los que luchan son la excepción. La mayoría, precarios, interinos, temporeros y autónomos observamos impasibles cómo los derechos laborales ganados en siglos de lucha se van por ese sumidero que décadas de políticas neoliberales horadaron y la crisis convirtió en cráter. Las vacaciones pagadas (subrayo lo de “pagadas”), peleadas por el movimiento obrero, reconocidas por gobiernos frentepopulistas en los años treinta y generalizadas en Europa tras la II Guerra Mundial, eran parte del gran pacto social de posguerra, la edad de oro de la socialdemocracia, el Estado de Bienestar y todo aquello por lo que la clase obrera renunció a la revolución.
Y aquí estamos, a la vuelta de unos años. El país que cada vez recibe más veraneantes es el mismo donde las vacaciones están más amenazadas. En mi generación habrá trabajadores que no conocerán unas vacaciones pagadas en toda una vida laboral. Repito, que os veo muy tranquilos: habrá trabajadores que no conocerán vacaciones pagadas en toda una vida laboral. Para los más jóvenes serán un unicornio, una batallita de viejos, un “papá, cuéntame otra vez”, como la paga de navidad, las horas extra remuneradas, la jornada de ocho horas o la pensión digna.
Los que todavía tenéis vacaciones pagadas, disfrutadlas mientras duren. Los que no, mucho ánimo. Nos vemos de vuelta en septiembre.