Más vale solas que mal acompañadas
A lo largo de los tiempos se ha desautorizado la posibilidad de que una mujer no tuviera una pareja masculina, un esposo, un marido. Se la ha menospreciado con el calificativo de “solterona” y, dando un paso más allá, se las ha tachado de “marimachos” o “machorras” cuando su aspecto físico no respondía al de la feminidad vista a través de los ojos de un hombre, o de “puta” cuando en lo afectivo y sexual primaba la libertad de la que gozan los hombres sin ser criticados por ello.
Hablo en pasado, pero todas sabemos que esta es una realidad a día de hoy, muy acentuada en algunos sectores ultraconservadores de nuestra sociedad en los que no tiene cabida otro que no sea el modelo clásico y tradicional de pareja, de familia. Pero el mensaje machacón lo mandamos todos: estar en el año 2023 y no en 1939 (como les gustaría a algunos) ha modulado algunos de esos calificativos, pero no la presión familiar y social, que sigue permeando en esa pregunta tipo que se hace de si estás con alguien; hasta a niños y niñas de corta edad a los que les preguntamos sin pudor si tienen novia o novio, cuando lo que tienen es edad de tener amigos y amigas, y desarrollarse afectivamente en esa clave y en ese anhelo.
Que el destino, la misión, de una mujer para estar realizada es estar en pareja y ser madre sigue muy arraigado en la sociedad. No hace mucho, la hija de unos amigos muy cercanos al Opus Dei me preguntaba si tenía marido; cuando le dije que no, no pensó en otras alternativas, solo me dijo: “Pobrecita, estás solita”. A la pequeña no le cabía que yo pudiera no tener pareja o tener una con otra mujer, al menos no le cabía como alternativa para evitar la infelicidad. Esa idea, la de que una mujer sola no va a estar bien, no va a ser feliz, tiene algún problema físico o mental, o está resentida con los hombres por algún trauma familiar, o tiene mal carácter, está latente en esos sesgos inconscientes que todas y todos tenemos, y que es bueno hacer conscientes para abrir nuestra mente y nuestras vidas a otras formas de estar bien y a otras maneras de vivir la sexualidad que no sean necesariamente estando en pareja.
En esta lectura de que las mujeres sean señaladas con otra etiqueta, la de mujeres independientes al margen de en qué trabajemos, con quién estemos o tengamos sexo, seamos madres o no, cómo vistamos, cuáles sean nuestras compañías o nuestros gustos y aficiones… se juegan los derechos civiles y políticos de esa mitad de la población. Y, muy especialmente, el derecho a la libertad de expresión y los derechos sexuales y reproductivos interrelacionados con todos esos derechos sociales, económicos y culturales que tan importantes son para luchas contra la pobreza y la exclusión social. En esta victoria, la de ser respetadas y valoradas por ser quienes somos, la de no sufrir violencia física, sexual, psicológica, económica e institucional, tiene especial sentido un dato del INE que hemos conocido esta semana y que ha pasado desaparecido para la mayor parte del feminismo, al que todavía le hace falta apropiarse de la maternidad en ese campo de batalla que es el cuerpo de las mujeres (la paternidad en el caso de los hombres trans) y resignificar la historia de persecución franquista a las madres solteras.
En 2022, por primera vez nacieron más bebés de madres solteras que de madres casadas, a pesar de que la regulación en nuestro país premia a las parejas casadas sobre las familias monoparentales, que llevan años pidiendo una equiparación de derechos entre ambos modelos de familia acorde a los tiempos. Si este dato lo contextualizamos en un reciente informe que realicé, junto al equipo de Estudios de FAMS (la Federación de Asociaciones de Madres Solteras) para el Instituto de las Mujeres, confirma una realidad de la que nos deberíamos felicitar las feministas: la ruptura del mandato patriarcal de “cásate y se madre” (por ese orden), del mandato de mejor mal acompañada que sola, del mandato de sólo las malas mujeres tienen hijos sin un hombre. No obstante, también en este informe ('Historias de vida, más allá de la monomarentalidad') confirmamos que para que la maternidad como proyecto individual tenga potencial feminista de liberación de las mujeres es importante no perder de vista que las mujeres no solo podemos elegir si estar o no en pareja para tener hijos, sino también si tenerlos o no.
En cualquier caso, lejos de correr el riesgo de mitificar ahora la realidad de las madres solteras por elección, es importante decir que estas todavía se enfrentan en sus entornos familiares y sociales a esos prejuicios y estereotipos que existen sobre las mujeres que tienen y/o crían a sus hijos en solitario. Se sigue desconociendo sus historias de vida y sobre todo, desde las administración públicas y los gobiernos (municipales, autonómicos y estatal) se les sigue dando la espalda a la hora de protegerlas como familias igual de válidas que las “tradicionales”. No tiene sentido en nuestro marco constitucional que las leyes premien a las familias biparentales que tienen muchos hijos olvidándose de dar derechos a aquellas que son las que, en este momento, tienen más hijos, las monomarentales. Y ojalá que desde los feminismos acuerpemos a este modelo de familia en el que se focaliza gran parte de las prácticas de discriminación, violencia y exclusión que las políticas públicas, las instituciones judiciales y las empresas ejercen contra las mujeres que crían en solitario a sus hijas e hijos, unas veces por elección y otras como consecuencia de las violencias machistas. De esto, todavía queda mucho por hablar... y denunciar.
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