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Vergüenza de Madrid

Ayuso en una de las celebraciones del Dos de Mayo de 2023
2 de mayo de 2023 22:18 h

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“Faltos de espacio superficial, los madrileños han buscado la extensión hasta el cielo y hasta el abismo, de modo que cada albergue es una torre colocada sobre un pozo”. Así describía Galdós el urbanismo madrileño cuando novelaba motines en El 19 de marzo y el 2 de mayo; del cielo o la mayor de las altitudes se podía bien rápido descender hasta la bajeza más absoluta. Un pozo bien profundo sería necesario para contener toda la vergüenza ajena generada en un acto institucional como el de este 2 de Mayo: más que el día oficial capitalino, lejos de un acto institucional serio y bien armado, lo que traslucía era un sainete oficiado por el Partido Popular. Es fácil que el lector confunda ambas cosas, pero cabe insistir en que Partido Popular y Comunidad de Madrid, aunque lo parezcan, no son sinónimos (como tampoco lo eran PP y Generalitat Valenciana, o València y Barberá). 

¿Cuál ha sido el gran suceso del día, el acontecimiento que ha mantenido en vilo a medios y tertulias? Incumpliendo el protocolo, Ayuso ha impedido el acceso de Bolaños a la tribuna de autoridades, a la cual han accedido Robles, Almeida y Feijóo, en tanto que ministra de Defensa, alcalde de Madrid y jefe de la oposición. Queda aparte la actitud de la ministra de Defensa, que parecía vergonzosamente más cómoda al lado de Ayuso y Feijóo que en su propio Gobierno, como cuando todos los ministros estaban en la manifestación sindical del 1 de mayo y ella acudió a la procesión del Cristo de las Rosquillas en Sanchidrián. Lo que siguió fue un fogueo de acusaciones cruzadas tras el gravísimo desplante. Enric Juliana, en su crónica para La Vanguardia, llegaba a advertir de que, “bajo otro Gobierno, posiblemente se habría ordenado el arresto de la persona que impedía al ministro acceder a la tribuna de autoridades”. 

Lo relevante no siempre coincide con aquello que es realmente de interés. Desde luego que, en este caso, la foto es importante; desde luego que Ayuso, como en cien otras ocasiones, ha convertido todo acto institucional en una bala más para su guerra eterna contra el Gobierno estatal y el “sanchismo”. Pero no es menos cierto que el PSOE accede con ganas a esta guerra con Ayuso, del mismo modo en que, en 2019, forzó una repetición electoral innecesaria: manejó las circunstancias con temeridad para antagonizar con Vox y el miedo a la ultraderecha en un momento en el que el Partido Popular de Casado estaba ausente o fuera de combate. Aquella repetición engulló a Ciudadanos, que perdió 47 diputados: pasó de estar a 200.000 votos del PP a la condena a la desaparición. Y Vox recogió un millón de nuevos votantes. 

La figura de Ayuso sirve al PSOE para desmontar la ilusión, ya bien desmontada, de Feijóo como una figura centrista, sensata y moderada. Y que Moncloa acepte el envite y se preste a todos los duelos es absolutamente conveniente para Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez: lo fue tras la pandemia, lo era en la ridícula competición por ver quién sacaba más banderas de España y de Madrid, lo será cuando algunos recuerden que fue esa misma Ayuso quien defenestró a Casado por romper la omertà y señalar sus posibles corruptelas. Hubo un tiempo en el cual la Comunidad de Madrid no estuvo gobernada por el Partido Popular, sí, pero también hubo un tamayazo. En los últimos años, entre candidatos paracaidistas como Pepu Hernández o campañas absurdas como la de Antonio Miguel Carmona, Madrid capital (y la Comunidad) han sido de los pocos territorios donde el PSOE parece haber renunciado a dar la batalla. O aceptado ser tercera fuerza, por detrás de Más Madrid. Con Ayuso, la estrategia es mutuamente beneficiosa, pero también provoca bastante vergüenza: para rédito en otros territorios, se opta por el sacrificio de la joya de la corona nacional. 

El resumen, a fin de cuentas, es que el Partido Popular parece empeñado en hacer que muchos se avergüencen a marchas forzadas de Madrid, convirtiendo las instituciones en su cortijo y sus actos en instrumentos. Mientras tanto, otros sienten tanta vergüenza —o les da tanto igual, u otra les conviene— que ni dan la batalla por ella. Madrid no son sus dirigentes, pero han pasado tanto tiempo gestionándola que es fácil confundirlos. La izquierda madrileña haría bien en ambicionar la transformación de su ciudad. Pessoa escribía que, “así como lavamos el cuerpo, deberíamos lavar el destino, mudar de vida como mudamos de ropa”. “No para salvar la vida, como comemos o dormimos, sino por aquel respeto ajeno por nosotros mismos al que llamamos propiamente aseo”. Y quizá no haya una Madrid aseada o que se respete si no se acaba pronto con los 28 años de gobierno ininterrumpido del Partido Popular.

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