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No con mi voto catalán

Miles de personas se concentran en Barcelona en apoyo a los líderes independentistas enjuiciados

Lolita Bosch

Esta democracia a la carta en la que parecen haberse instalado políticas y políticos de todo el Estado es abusiva, absurda, acomodaticia, caprichosa, infantil, vulnerable, frágil, agotadora, cara y parece un berrinche. Hemos dejado pasar mucho. Estamos ya acostumbradas y acostumbrados a que la mitad de las cosas que nos digan sean mentiras, a su corrupción, su jactancia, su impunidad. Y ahora nos estamos acostumbrando a que cuando algo no les parece bien propongan un cambio de presidencia: nuevas elecciones, nuevos envíos de propaganda que nadie lee y otro zarpazo innecesario al dinero público.

Para más inri lo hacen, cada vez con más frecuencia, acusándose las unas a los otros de ser poco demócratas. Ellas, ellos, que parecen haber olvidado que hacer política es pactar; escuchar a quien no piensa como tú; buscar lugares de encuentro y conciliación que logren que las distancias sean más cortas, el respeto más fundamental y el interés por el bienestar de la ciudadanía más genuino. La última, de los partidos independentistas catalanes, si bien podría obedecer a una intención de desobediencia justificada, visto lo visto, es sumamente complicada de asumir como votante.

Yo estoy a favor de un referéndum en Catalunya y actúo para conseguirlo. De modo que en las últimas elecciones voté por un partido que lo defendiera. Pero no hubiera esperado que las condiciones impuestas al Gobierno de España para sentarse a negociar con Catalunya se convirtieran en un ultimátum de tanto calibre (y tampoco esperaba que el socialismo español, o lo que queda de él, sucumbiera con tanta facilidad). Entiendo el hartazgo de las políticas y políticos catalanes tratando de pactar con gran parte de la clase política española; entiendo y comparto la sensación de incomprensión que invade desde hace años Catalunya; y defiendo, como tantas otras personas, el derecho a una información justa que la ciudadanía española en su conjunto creo que no está recibiendo. O cuando menos no de manera masiva. Es más, considero que esta es una de las principales consecuencias del procés: la negación de una información fidedigna a la ciudadanía española; que si no fuera por medios independientes y consecuentes se pretendería que estuviera, literalmente, en babia.

Por otro lado, en Catalunya se sabe que quien más independentistas ha creado han sido los gobiernos de derecha española y su séquito de altavoces públicos, comediantes de medio pelo, semi periodistas, alarmistas y empresarios gustosos de asustarnos a unas y a otros para que nos quedemos inmóviles. Siempre inmóviles. Sabemos que han gastado miles de euros del erario público, ellos y ellas sí, en despotricar, insultar, desacreditar y mentir con una impunidad absoluta. Y sin duda, ahora, tras las elecciones del 28 de abril, si la derecha se impone en España como reacción, también, a este proceso catalán que ha sacudido los cimientos del Estado, sucederá lo que pide el independentismo desde la aplicación del artículo 155: Se ensanchará la base. Porque en efecto la derecha es una fábrica de independentistas, igual que en muchos lugares del Estado es una fábrica de indignación masiva: lo hemos visto en las reacciones a la violación múltiple de Pamplona o en la pasada manifestación por el día de la mujer trabajadora.

Si gana la derecha y vuelve a aplicar un 155, las catalanas y los catalanes nos sentiremos todavía más intervenidos y coartados y sumaremos más voces a favor de un referéndum; y eso, a pesar de la incomodidad y el sufrimiento, será mejor a la larga. Aunque preferiríamos no tener que hacerlo así. Lo sabemos en Catalunya y lo saben todos los partidos alarmistas que rebosan odio e ignorancia en micrófonos y pantallas desde todos los rincones.

Pero aunque esto sea cierto y aunque se tema un nuevo 155 y aunque nos hagan lamentar un día tras otro que los presos políticos estén siendo juzgados, como nos hicieron sufrir Pablo Hassel o los titiriteros de Madrid, mi voto no es un pagaré. Yo no voté desde Catalunya para que mi voto sumara en la posibilidad de poner ultimátums. No soy una moneda de cambio. Soy una ciudadana libre con derecho a ser representada por alguien que valiente y legítimamente defienda sus ideas y sus proyectos; por alguien que sea capaz de sentarse a negociar con quien piense de otra manera; capaz de escuchar y repensar. Alguien educado, preparado para la contienda política y con interés para que ese sea el foro: parlamentario, diplomático, civilizado. Y esto no ha sucedido. Por eso yo y millones de personas de todo el país nos sentimos estafadas. Su democracia a la carta es un abuso. Y no importa lo que genere estratégicamente esta nueva convocatoria electoral. No estamos hablando de Pablo, Albert, Santiago, Pedro, Irene, Quim, Oriol, Marta, Anna o Ada. Estamos hablando de nosotras, de nosotros. De una ciudadanía que elige a personas para que hagan lo que mayoritariamente queremos hacer todas y todos: detener esta espiral de pataletas, berrinches, acusaciones, gritos, insultos, descalificaciones, competitividad, personalismo y brillo. No queremos ganar a toda costa. Queremos pactar a toda costa. Sabemos, aunque una gran parte de la clase política parezca haberlo olvidado, que pactar es ganar.

Y entiendo muchas de las razones, todas y todos nosotros las entendemos; sabemos de los límites a los que nos están llevando y del hartazgo y de la manipulación emocional. Pero aún así, mayoritariamente, somos un país pacífico, hijas y nietas de la guerra, poco responsables con la memoria histórica pero esencialmente tranquilo, con secuelas pero dialogante, y por supuesto no tan extremista como nos repiten una y otra vez. No tan histéricos. No, no somos enfermas y enfermos sociales escondidos tras una sociedad contagiosa. Somos un país con muchas cosas a favor que deberíamos usar para hacer política, no campañas. O eso creo yo como ciudadana: Que les deberíamos recordar a la clase política que el postureo es cobardía y egocentrismo. Y que nosotras, nosotros, votamos porque queremos acuerdos que busquen el bien común. El mío y el de todas las personas que no piensan como yo. Ofensas aparte.

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