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Lo que hay a la vuelta de la esquina

Rosa Paz

Ahora que según la propaganda exagerada del Gobierno, España vuelve a ir bien –entiéndanlo como una ironía–, no hay más que darse un paseo por algunos barrios del centro de Madrid –antaño prósperos– para hacerse una idea de cómo la recuperación económica no está a la vuelta de la esquina, como proclamó el PP en su convención política del pasado fin de semana, sino que a la vuelta de la esquina lo que hay son más comercios que han cerrado.

Uno y otro y otro y otro. Parece que este año la epidemia de gripe ha llegado acompañada una vez más de la epidemia de las persianas bajadas, la de los letreros de “se alquila”, “se traspasa” o “se vende”. En el año 7 de la crisis, en el año 3 de la era Rajoy.

Dicen en el PP que, cuando hablan de que ya todo va mejor, lo que intentan es insuflar confianza a los ciudadanos. Tanto, que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, le mandó callar al líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, al que ve como un cenizo que se empeña en empañar su visión tan positiva de las cosas.

Cómo si el problema fueran las declaraciones de Rubalcaba y no la realidad que vive la sociedad española. La realidad de los casi seis millones de parados, aunque esta semana se han vuelto a vender unos datos de subida del paro como “la menor caída del empleo desde 2007”, lo que, a juicio del Gobierno, es un dato positivo. Cuando en esa misma estadística se reflejaba que el número de cotizantes a la Seguridad Social ha descendido a algo más de 16 millones, cuatro menos que en ese mismo 2007, cuando los afiliados a la Seguridad Social pasaron de los 20 millones.

A ese 26% de paro hay que añadir las bajadas salariales –una media del 10% en los dos años de reforma laboral del PP–, el trabajo en condiciones precarias, las contrataciones a tiempo parcial o, mejor, esos contratos por un día, por dos, por unas horas... Podrían explicar que se sustituyen empleos fijos por temporales, que también aquí y ahora –y no sólo en China o en Estados Unidos– el hecho de tener un empleo no significa ganar lo necesario para garantizar la mínima subsistencia.

Así las cosas, el Gobierno se irrita porque la oposición no le reconoce el mérito de haber puesto a España en la lanzadera de salida de la crisis. La oposición no se lo reconoce, no. Pero muchos, muchísimos ciudadanos, tampoco. Esos millones de ciudadanos que se han empobrecido con la crisis y que han perdido cualquier esperanza de vivir con una mínima dignidad, siguen sin agradecer a Rajoy, a Cristóbal Montoro, a Fátima Báñez, tantos esfuerzos como están haciendo por abaratar sus despidos, bajar sus salarios, recortar sus derechos civiles, laborales y sociales.

En el Gobierno se asombran, incluso, de que los sondeos del CIS sigan registrando una caída de sus expectativas electorales. Por qué no les preguntan a esos comerciantes que han aguantado seis, siete años de crisis y han acabado por bajar la persiana. A los que no consiguen crédito para sus pequeñas empresas. O a los trabajadores de Coca-Cola que pierden sus empleos gracias a su reforma laboral, que permite regulaciones de empleo, cierres de factorías, sin necesidad de justificarlas con pérdidas. Sólo porque les viene mejor así.

Si de verdad quisieran entender el desafecto ciudadano, les bastaría con mirar a la vuelta de la esquina.

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