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La amenaza, la herramienta
La amenaza ha sido y es la compañera del homo sapiens en su relación con el poder político (sacerdote, rey, emperador, jefe de Estado…) a lo largo de la historia de la humanidad. Posiblemente, surgió antes la amenaza que la política o el derecho, a partir del momento en que se establecieron relaciones sociales que conllevaban obligaciones; en los pequeños grupos (familias), la lealtad se debía dar por supuesta para la supervivencia del grupo y la traición o la deserción tenían un coste físico elevado; el individuo ante la posible ruptura de un hipotético “juramento” sentía la amenaza del castigo.
De alguna manera se formaron modelos y grupos sociales más amplios (pequeños estados, tribus o religiones…) con jerarquías, normas, murallas, límites, que obligaron a idear normas exigentes, lealtades, posiblemente acompañadas de un juramento, cuyo incumplimiento iba acompañado de castigos para persuadir a los infractores. Esta relación directa entre el poder y la ley o norma se activa a través del derecho.
Indudablemente, en los últimos siglos la fluctuación política ha relajado mucho esta tensión del individuo con el poder, pero en repetidas ocasiones la tensión se ha llevado al límite, cuando la soberanía de este poder ha estado en manos de jerarcas con discursos déspotas, dictatoriales, racistas, segregacionistas, sin ningún tipo de empatía social hacia el que no estuviera de acuerdo con ellos.
Actualmente, vivimos momentos en que el recuerdo de tiempos pasados se utiliza como excusa para revivir dichas doctrinas, pero no nos engañemos, estas consignas vienen dadas por intereses concretos actuales, donde en este “antropoceno” lo más importante parece ser el aumento de la productividad, del movimiento económico en una parte del planeta, mientras en otra parte se explota a la mayoría de la población despojada de derechos y produciendo ese efervescente consumismo que enriquece a unos pocos que posteriormente se coronan en los nuevos benefactores, dando una parte de sus beneficios como “obra social mundial”.
Estos nuevos gurús que ostentan el poder o lo buscan utilizan, como dice Giorgio Agamben: “discursos incluyentes/excluyentes que quieren tener la capacidad de ‘capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivientes’”. (Giorgio Agamben –homo sacer–).
Este es el discurso coercitivo, cada vez más amenazante, que se escucha en este resurgir de la extrema derecha que dogmatiza sus propuestas con el uso de unos “memes”, sencillos, repetitivos en el tiempo, con una enorme carga de conservadurismo tradicional, creando la necesidad en los individuos de creer en algo sin necesidad de pensarlo profundamente, para también repetirlo en el entorno, creando un imperativo, un bucle, un ruido que no deja espacio a la claridad, con la necesidad que exige excluir, “sacrificar” a una parte de la sociedad para saciar una serie de objetivos.
Ha habido sociedades y grupos que no han utilizado la amenaza como herramienta social: Los !Kung San (Kalahari): resuelven conflictos mediante discusión comunitaria y mediación, evitando amenazas o violencia judicial. Los Inuit tradicionales: empleaban mecanismos como el song duel (duelo de canciones) para resolver conflictos sin coerción física. Los Semai (Malasia): conocidos por una cultura fuertemente pacifista, evitando amenazas y castigos físicos incluso para transgresiones graves. Los Hopi (Pueblo, EE. UU.): tradiciones de resolución pacífica de conflictos centradas en el consenso y la armonía. También movimientos religiosos: Menonitas, Amish, Huteritas, Quateros.
Por otro lado, la solución a este desatino estaría, según varios filósofos, en repensar el modelo económico, político, social, en abandonar la amenaza como el dispositivo de gestión de la humanidad, en buscar lo común donde converger y no lo diferente para excluir o separar, en desmontar el torbellino del consumismo propiciado por el dominio del capitalismo y neocapitalismo, evolucionar para vivir y sobrevivir todos.
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