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Bolivia: otra acusación de fraude ante una nueva victoria electoral de la izquierda en América Latina
En un ambiente de crecientes protestas y violencia en las calles de Bolivia, tras las acusaciones de fraude electoral, Evo Morales ha denunciado el miércoles que la derecha, con apoyo internacional, está liderando un golpe en su contra.
Evo es tan sólo la última víctima del 'Modelo de propaganda' de los medios de comunicación de masas, controlados por la derecha pro-estadounidense en América Latina.
A nadie le extrañan ya las críticas ni los sobrenombres peyorativos empleados constantemente en los medios para referirse a los Gobiernos de izquierdas, pero hace tan sólo un lustro no eran tan comunes las acusaciones masivas de fraude electoral cada vez que ganaba la izquierda, ni tampoco las denuncias falsas que impidiesen presentarse a los comicios al principal candidato a la presidencia.
Sin embargo, en los últimos años estas estrategias se están convirtiendo en la norma en América Latina, acompañadas de las numerosas protestas violentas que suelen levantar dichas acusaciones, respaldadas por Estados Unidos y organismos internacionales como la OEA, como está sucediendo actualmente en Bolivia.
En Brasil, Lula da Silva no pudo concurrir a las elecciones de 2018 tras las acusaciones de corrupción que le llevaron a una condena de prisión que permitió a Jair Bolsonaro hacerse con el Gobierno del país. A pesar de que 'The Intercept' ya reveló que las acusaciones no fueron más que un montaje, Lula continúa en prisión.
Lo mismo le pasó en marzo de este año a la candidata socialdemócrata Thelma Aldana en Guatemala, que como Fiscal General había liderado, junto a la CICIG, varias investigaciones de alto nivel que involucraban a las altas esferas guatemaltecas, entre otros a varios presidentes. A pesar de la enorme popularidad e influencia de la CICIG y de la propia Aldana por su lucha anticorrupción (la revista Time la nombró en 2017 una de las personas más influyentes del mundo) el presidente Jimmy Morales expulsó a la CICIG de Guatemala y emitió una orden de búsqueda y captura contra Aldana por corrupción, que se vio obligada a huir del país, impidiéndole, asimismo, participar en los recientes comicios de junio.
Lo que le ha sucedido a Evo Morales, también le sucedió en febrero de 2017 a Correa en Ecuador, donde las acusaciones de fraude infundadas abrieron paso al Gobierno de derechas de Lenin Moreno, que entre otras muchas cosas entregó a Julian Assange a la policía británica.
Lo mismo le sucedió también a Maduro en Venezuela en las elecciones regionales de 2017 y las presidenciales de 2018. Pese a las constantes críticas en los Medios, Maduro ganó las elecciones generales de 2018 con un 67,84% de los votos, experimentando una subida de un 17% con respecto a las generales de 2013 (50,61%), frente a numerosos observadores electorales internacionales.
Nadie duda de que Venezuela esté sufriendo una crisis económica y social sin precedentes, marcada por elevados índices de violencia en las calles. También es evidente que Maduro no tiene la capacidad de gestión ni el carisma de Chávez o Mujica, al igual que carece de las habilidades de oratoria y comunicación de Correa, pero tan responsable de la crisis venezolana es Maduro a nivel interno, como lo es Estados Unidos a nivel externo, por el salvaje endurecimiento de las sanciones económicas que ha sufrido Venezuela durante el Gobierno de Trump, hecho denunciado por numerosos organismos e instituciones internacionales como el CEPR o la ACNUDH, sin lo cual no es posible explicar cómo el país con mayores reservas de petróleo del mundo puede afrontar semejante crisis económica.
Al llamar dictador a Maduro parece que olvidemos de golpe que todas las sangrientas dictaduras de América Latina del siglo XX fueron dictaduras de derecha impulsadas y respaldadas por Estados Unidos para sostener los intereses de sus empresas transnacionales e impedir la expansión de las ideas de izquierda en el continente.
Un claro ejemplo serían las dictaduras del 'Plan Cóndor', destacando Pinochet en Chile, Videla en Argentina, Stroessner en Paraguay, Banzer en Bolivia o Bordaberry en Uruguay; pero fuera del Operativo Cóndor también destacan dictadores como Batista en Cuba, Duvalier en Haití o Anastasio Somoza en Nicaragua.
Se podría señalar también a Fidel Castro como ejemplo de dictadura de izquierdas en América Latina, pues llegó al poder mediante un golpe de Estado y se mantuvo en el poder sin convocar elecciones durante décadas, pero su golpe/revolución fue contra la férrea dictadura de Batista, y si bien el régimen de Castro estuvo marcado por limitaciones de derechos como la libertad de expresión, implicó reformas sociales de gran calado y no estuvo basado en las sangrientas estrategias de 'terrorismo de Estado' de las dictaduras de derecha mencionadas anteriormente.
Estados Unidos también entrenó, armó y financió a numerosos grupos paramilitares de extrema derecha que se dedicaron a cometer atrocidades con el objetivo de socavar los escasos Gobiernos de izquierda que lograban llegar al poder, entre muchos otros destacan las Contras en Nicaragua o los Escuadrones de la Muerte en El Salvador.
A través de este tipo de estrategias y de una propaganda política muy bien diseñada, Estados Unidos derribó numerosos Gobiernos democráticos de izquierda, como el de Salvador Allende en Chile, que dio paso a la horrible dictadura de Pinochet, o el de Jacobo Árbenz en Guatemala, que daría paso a una guerra civil de 36 años en la que, según el informe de la CEH de la ONU: Guatemala, memoria del silencio (1999), las fuerzas gubernamentales de la derecha, respaldadas por EEUU, fueron responsables del 93% de las violaciones de derechos humanos del conflicto, mientras que los grupos guerrilleros fueron responsables tan sólo de un 3% de las mismas (quedando un 4% sin identificar).
Resulta muy preocupante la creciente monopolización de los medios de información por parte de la derecha, pues las consecuencias de los cambios de Gobierno no se hacen esperar. Véanse, por ejemplo, el intento de Nayib Bukele de privatizar el agua en El Salvador, o la creciente destrucción de la Amazonía en Brasil bajo el Gobierno de Bolsonaro.
Parece que la idea de una América Latina progresista e independiente de Estados Unidos, algo que parecía posible con Obama hace tan sólo unos años, ya no es más que un sueño lejano.
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