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Carlos Saura
No tengo la menor duda de que con Saura aprendí a ver cine. No digo que con él me aficionara al cine, porque mi afición al cine nació en mi niñez/adolescencia, de la mano de mi madre, pero fue el cine de Carlos Saura el que me “abrió los ojos”, a mí y a mi generación. Hubo una época (1968/78) en la que me sentaba en una butaca de cine a ver una peli de Saura como si entrara en un templo budista. Necesitaba aprender y descifrar las claves, los guiños, la hermenéutica, las metáforas que detrás de las historias que me contaba el maestro se escondía la otra España. Elementos que luego compartíamos en “semiclandestinidad” los que soñábamos con una España en libertad. Y creo que funcionaba.
Por aquellos años el amor al cine, más que amor, era un instrumento del que muchos nos servíamos como tapadera. El cine “de arte y ensayo” corría paralélelo a las células clandestinas del PCE, a las manifestaciones contra el régimen y a las lecturas de la revista “Triunfo” Películas con fuerte carga social, donde la vertiente política se colaba inevitablemente, junto a las reflexiones de los dramas existencialista de Ingmar Bergman o el “cine sin respiro” de Akira Kurosawua. Nos enfrentábamos a la apasionante tarea de bucear en los “mensajes” que los jóvenes directores del cine español se las ingeniaban para burlar la censura franquista (Saura, Bardem, Berlanga, Summers, Camino, Aranda…)
Debates intensos y apasionados manteníamos en el local del cine fórum en la calle Serranos del casco antiguo de la ciudad de Salamanca. Recuerdo uno que mantuvimos con Basilio Martín Patiño y con su película “Canciones para después de una guerra” (rodada clandestinamente en 1971 y estrenada para el gran público en 1976). Patiño nos la presentó en 1972. La sala abarrotada, no cabía un alfiler. El debate fue acalorado porque, un grupo de los más comprometidos políticamente, defendíamos que, en aquellos momentos históricos del tardofranquismo, el cine debía contribuir a la causa “burlando a la censura”. Que era preferible suprimir algunas imágenes o palabras (o como hacían algunos directores, sustituirlas por un metalenguaje) para conseguir que la película llegara al gran público cansado de las “españoladas” zafias, vulgares, reprimidas. Patiño se negaba a ello. No consentía que a su obra “se le tocara una coma”, “prefiero hacer cine para mí y para mis amigos”. Su argumento lo rebatíamos desde las trincheras, “eso no era contribuir al cambio de régimen, a la lucha antifranquista”. Su cine era un cine personal. Otros buscábamos el cine comprometido. No eran tiempos de equidistancias. Y Saura nunca lo fue.
Su cine recibió el reconocimiento internacional con varias obras maestras reconocidas en los más prestigiosos festivales internacionales. El régimen fascista no lo entendía, entre otras cosas porque su ignorancia les incapacitaba para entender, por ejemplo, lo que se escondía detrás de “La caza” (1966, ganadora del Festival Berlín) al igual que, “La madriguera” (1969), “El jardín de las delicias” (1970), “Ana y los lobos” (1972) “La prima Angélica” (1973, premio del jurado en el Festival de Cannes)
Con la llegada de la democracia, todos nos sentimos liberados y, más aún, los creadores de la cultura. Saura ya no necesitaba “esconderse” tras la metáfora. A partir de entonces nos regaló el cine total. “Mamá cumple cien años” (1979) inauguraba el cine en libertad y a partir de entonces la creatividad de Carlos Saura no tuvo límites.
Era difícil verle sin su cámara de fotos. Su pasión, su gran pasión, la fotografía estuvo siempre presente. Alguien dijo que Saura utilizaba el cine como instrumento para fotografiar la vida. La verdad es que era un tipo extremadamente creativo por lo que exploró también la dirección teatral, la ópera, el documental (disciplina que, según él, es donde más libre se sentía). Su última creación “Las paredes hablan” (2022), película documental, cuyo recorrido desde las cuevas de Altamira hasta el graffiti actual, resume no sólo la necesidad artística del ser humano desde los albores de la humanidad, sino también su concepción del arte. No encuentro otra manera más lúcida de despedirse de todos nosotros a los 91 años. Es muy probable que haya fallecido con su cámara de fotos en su regazo. Gracias maestro.
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