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Las conclusiones de la clausura de la COP 25

Alejandro de Gregorio-Rocasolano Jaumot

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El COP 25 ya se ha clausurado. Y como mucha gente ya se esperaba, dadas las declaraciones de algunos mandatarios internacionales previamente a la cumbre: mal. Sin ambición y financiación. Muy insuficiente dadas las circunstancias, se encalla en el conocido y perverso artículo 6 de Paris 2015, que habla de los mercados de carbono para que países y empresas intercambien unidades de emisiones. Es decir, que pagando prácticamente algunos, dispones de barra libre en cuanto a la contaminación.

Da una vez más la sensación, ya conocida, de que la ONU tiene poder en función de si ciertos países, un puñado solo, están de acuerdo con sus resoluciones o no. Algo estructural que no ha cambiado mucho en los 70 años de vida. Por ejemplo, en los años 60 un ministro de exteriores Sudafricano afirmaba que el apartheid recibía la condena unánime del mundo y como país eran rechazados por las Naciones Unidas. Pero a ellos solo les interesaba un voto: el del gobierno de los Estados Unidos. Daba lo mismo estar sancionado. Ellos podían seguir tranquilos con el beneplácito de Norteamérica.

Algo semejante pasa la cumbre con el cambio climático Madrid. El sistema neoliberal, que es el principal motor de la contaminación, está tranquilo porque los cuatro países más contaminantes —Estados Unidos, China, India y Rusia— son los que bloquean la reforma del artículo 6.

Esto, de alguna manera, demuestra que la solicitud de la sociedad, de la ciudadanía, de que se tomen medidas urgentes con la crisis climática y del medio ambiente —arropados por los informes preocupantes, con unas expectativas a corto y medio plazo muy pesimistas de la mayoría de investigadores y científicos de todo los campos— no han sido relevantes ni tenidas en cuenta por la organización. Por lo visto, priorizan a los que las tildan de exageradas y que consideran que el sistema económico sí que estaría amenazado en caso de tomar las medidas necesarias. Esto obligaría a desmantelar gran parte de la industria que mantiene el mercantilismo de las industrias y costumbres contaminantes, lo que obligaría consecuentemente a cambiar el sistema.

Toda esta situación parece confirmar que vivimos en una plutocracia (del griego ploutokratía, ploutos 'riqueza' y kratos 'poder') disfrazada de democracia neoliberal, basada en que los intereses de la mayoría de los ciudadanos no tiene ninguna importancia. A pesar de que en este caso estén apoyados por gente informada y preparada, está claro que el aire o la atmósfera no generan beneficios. No son propiedad de nadie, luego no interesan a las altas esferas económicas mientras tengan su porción oxigeno necesario asegurado para vivir.

Sí parece que es una plutocracia sustentada por una cleptocracia (del griego clepto, 'robo'; y cracia, 'poder', es decir, dominio de los ladrones) en muchos países. Donde sus dirigentes se enriquecen gracias a los regalos de las multinacionales a cambio de favores o de las puertas giratorias con su conocidas influencias. Como por ejemplo fue el impuesto del sol.

Tenemos el futuro para temas globales —migración, hambre, crisis climática, brotes de fascismo— en manos del disfraz de una democracia neoliberal, que para gestionarlos se convierte en una plutocracia-cleptocratica.

Con este “esperanzador” futuro, lo que sí se han planteado los gobiernos occidentales —y de hecho ya se han puesto como dice una expresión catalana “fil a l'agulla”, hilo a la aguja para tejer y coser el sistema— es defenderse de uno de los principales problemas que se avecinan: la emigración climática. Actualmente, parte de la migración de África y centro América ya es por este motivo. Los países productores de más contaminación ya están regulando sus leyes para atajarla de la manera más drástica posible, utilizando la misma perversidad del artículo 6. Pagan para que sean retenidos en otros países y evitar la “contaminación” de ciudadanos no deseados. Vaya anticipándose.

Me pregunto qué solución, por ejemplo, tienen para países que contaminan poco pero que están en peligro por el cambio climático. Es el caso de Bangladesh, el sexto país más golpeado por las calamidades climáticas entre 1996-2015, tiene 167 millones de habitantes y hay zonas donde la gente ya no puede vivir por la condiciones ambientales. Los estados más contaminantes estarán dispuestos a aceptar bangladesíes en sus territorios y en ese caso se les considerará refugiados, emigrantes o simplemente ciudadanos con derechos.

Paralelamente la ONU, dentro del debate sobre los derechos de las minorías —nacionales, étnicas religiosas y lingüísticas, que son las que se contemplan en estudios actuales como proyecto— piensan añadir las minorías por el efecto del cambio climático, qué derechos deben tener estos ciudadanos y qué deberes los estados que son los generadores de más contaminación respecto a ellos.

Está claro que mientras el sistema económico sea el que manda es imposible corregir el futuro como lo plantean los especialistas. Al sistema sólo le importa la rentabilidad. Dado que el aire y la atmósfera no generan riqueza económica, busca la manera de desmontar el estado de bienestar. Sus subversivas ideas, y mercantilizar con todo lo que encuentra, hasta con los campos de refugiados si hace falta serán capaces.

El neoliberalismo, además, intenta fomentar lo que se llama el libertarismo liberal de derechas cuyas premisas son: lo único que importa es lo propio. Hay que desterrar la idea de ayudar al prójimo e individualizar a las personas para hacer desaparecer el concepto de solidaridad. ¿Por qué tengo que pagar por algo que no necesito personalmente? ¿Por qué tiene que existir la seguridad social? ¿Y la enseñanza pública si no me hace falta? ¿La sanidad pública? Y así desmantelar los servicios públicos y comerciar con ellos, hacerles producir plusvalía.

La única manera de poder atacar el cambio climático no es reformar. Palabra confusa y que puede implicar involuciones. El artículo 6 no servirá de nada, sino cambiar el sistema. La existencia de fronteras en la situación que se avecina es absurda. Se debería producir sólo lo necesario, priorizar la supervivencia del ser humano y de las especies que necesitan los mismos órganos vitales que estamos devorando.

Como sociedad hemos perdido la confianza de la juventud. Todas las estructuras que hemos creado estos años no son capaces de consensuar nuevos esfuerzos para poder mitigar el cambio climático. Los más maltratados serán ellos y sus hijos. Por lo tanto, no nos tenemos que extrañar de las iniciativas que tomen. Se aproximan tiempos de activismo contundente y justificado, porque las futuras víctimas no pueden ver más perjudicado su futuro.

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