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'Ecostalgias' o algo así

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Mis palabras juegan con ideas que no me pertenecen. Aunque sí, las he interiorizado adaptadas, que no sustraídas, de escritores como Italo Calvino. Alguien pleno de sensibilidad para expresar, de forma irónica, lo que casi nadie veía hace unos 60 años. La trama creada en muchas de sus obras tiene en la naturaleza el personaje principal, completo y complejo, multiforme. Pero una naturaleza que no solo es, sino que fue. Un vínculo emocional que sintió profundamente. Algo así como lo que nos cantaba Georges Moustaki en “Il y avait un jardin qu’on apellait la Terre”. Naturalezas diversas que configuran la global. La de Calvino parece etérea, no definida en su conjunto; mientras que Moustaki se identifica con pesares y lugares ciudadanos, aunque también se apoya en la nostalgia.

Da la sensación de que se lamentan del error de habitar en lugares no deseados, o no idealizados por sus incongruencias. Trato de expresar en algunos artículos míos la melancolía irónica. Porque siento pesadumbre si reviso el pasado pero también la hago protagonista si proyecto el futuro. A menudo lamento lo que probablemente será frente a lo que pudo haber sido. En el pasado la personalizo en la vida de mis antecesores, dependientes de una naturaleza exigente, nada espléndida, pintada de colores blancos, amarillos y ocres. Allá donde el verde hacía su aparición, solo estacional, para dejar enseguida el protagonismo a otras plantas, sin duda más resistentes o de ciclos vitales anuales.

Nunca la naturaleza debería dejarnos indiferentes. Incluso en esas invasiones masivas de las que los urbanitas actuales gustan tanto. No se sabe si esta querencia es resultado de una idealización mental de la naturaleza “libre” o un producto más del consumo inducido, por medios de comunicación o por la invitación a la desmesura de ciertos gurús. En general, los visitantes masivos de un enclave singular acuden poco cultivados en saber estar (sin restar protagonismo a los verdaderos poseedores de lo bello, sin provocarle heridas).

También son visitantes quienes emigraron a la ciudad, de la que nunca se sintieron ciudadanos, sino habitantes prestados en ese lugar que los acogió con sus trabajos y modos de vida nuevos. Ahora vuelven a sus sitios de origen, quizás lo hacen llamados por la nostalgia de unos momentos en los que la naturaleza ordenaba sus existencias y deseos. Un trasfondo de melancolía los invita a regresar, más en verano, cuando las fiestas patronales quieren ser la dicha antigua de los que habitan los pueblos con la vida nueva. Las fiestas patronales siempre escenifican encuentros. La gente busca localizar aquel mundo que lo fue todo, desea la incorporación emocional a un ámbito perdido. Nunca desapareció del todo la esencia de la vida natural, porque los recuerdos construyen nostalgias, más de una vez idealizadas.

La naturaleza mantiene el “eco” como esos productos de uso diario que se nombran así. Como si lo eco nos llevase de corrido a un mundo idealizado. ¿Acaso la nostalgia no es el lamento por un mundo perdido? El olvido también aumenta melancolías. La gente mayor vuelve a su infancia, que no siempre será como era. Quieren rememorar su niñez, a menudo idealizada, en los actos festivos, que no siempre se parecen a los de antes. A pesar de eso se sienten bien, porque el tiempo laminó las viejas penurias. Sus descendientes buscan en la naturaleza antropizada la huida de una ciudad, muchas veces les resulta hostil.

Otras veces los viajeros –urbanitas descontentos- persiguen una naturaleza que no fue la suya. El consumo de lo natural en verano llega a límites insospechados. Resulta difícil sentirla independiente y libre, pues el visitante llegó para expansionarse; no para sentir los pulsos del lugar. Da lo mismo un pico o una montaña, una ribera que un monumento geológico, incluso una estepa sin color.

En cierta manera, cualquier lugar puede provocar sentimientos eco. No podemos olvidar que una parte del mundo natural, cercano o lejano, somos nosotros pues la más mínima elección diaria tiene trascendencia global. Si las “ecostalgias” de lo que fue o pudo ser nos mueven, hay que respetar la naturaleza tal cual es. Aun más, enriquecerla con nuestra presencia, al menos en afectos duraderos. Las invasiones concretas de este verano a lugares frágiles (ligados al agua o no) indican que lo eco tardará en ser un impulso vital, una nostalgia que nos autolimite, como defendía el naturalista Gerald Durrell en El pájaro burlón, por ejemplo.

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