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Hooliganismo ideológico

Un hombre ondea una bandera de España en el exterior del Palacio Real antes del inicio de la ceremonia de Estado para homenajear a las víctimas de la pandemia de Covid-19, celebrada en el Palacio Real de Madrid (España), a 16 de julio de 2020.

Celia Martín

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Algo que siempre me ha sorprendido es la sólida repugnancia que parecemos tener los españoles al cambio. Pero no a cualquiera, sino al cambio de opinión. El “pasarse al otro bando” está muy mal visto, en muchas ocasiones genera un odio totalmente innecesario y llega incluso a valerle a la persona en cuestión palabras tan insultantes como “falso” o, buscando un adjetivo más sucio, “chaquetero”. El porqué de esta actitud es aún un misterio. Me aventuro a pensar que este purismo nace de una corriente tradicionalista y rancia que sigue enquistada en nuestro país y que no se va ni con aguarrás. Cuando pensamos algo, lo pensamos fervientemente y hasta el final. No hay posibilidad de metamorfosis. 

Se abre un debate verdaderamente interesante sobre qué posición tomar ante una situación que altera y cuestiona nuestro ideario. La pregunta que abre la conversación gira en torno a la consecuencia real del propio proceso de cambio de opinión: ¿significa evolucionar o traicionar el pensamiento? Por un lado, los más seculares defienden el papel de la tradición e intuición, desconfiando de aquellos que modifican su juicio a menudo y sin razón aparente. Indiscutible es que, alguien que defiende fervientemente una idea para repudiarla a la mañana siguiente, hace que el escéptico que todos llevamos dentro salga a pasear. Esta mudanza tan fugaz hace que sospechemos, que presagiemos, que rechacemos. Alguien así parece no tener la cabeza en su sitio, ni unos valores asentados. Esto ha llegado hasta tal punto que en la actualidad (aunque me huelo que esto lleva ocurriendo mucho tiempo) asistimos a una romantización de la cabezonería. Ahora la inflexibilidad ideológica - en cualquier ámbito - es asociada a un sentimiento de confianza severa y principios rectos. 

Desde el otro lado, los firmes defensores del cambio de opinión abanderan una auténtica competencia crítica y valentía para repensar las cuestiones que parecían más firmes en su ideario. Cambiar y progresar se encuentran en la naturaleza del ser humano. Así, aseguran que no tragan todo aquello que se les pone en el plato, ni siquiera lo que lleva toda la vida en el menú. Cuestionan, reflexionan y debaten constantemente sobre los pilares de su pensamiento. De hecho, no tienen problema en derribarlos y construir unos nuevos si los antiguos dejan de hacerles gracia. Sin embargo, aquellos que se enmarcan en esta ideología de cambio (que, paradójicamente, también constituye una postura en sí misma y que, siguiendo su propio consejo, habrían de repensar y cuestionar) no han surgido hace poco. De hecho, podemos trazar un primer atisbo en la figura del filósofo griego Heráclito, que ya desde la antigüedad clásica, afirmaba que “nada permanece excepto el cambio”. 

Si usted, al leer los párrafos anteriores se autoidentifica con el segundo tipo de personas (aunque me niego a pensar que las posturas ideológicas sean, intrínsecamente, un criterio de distinción e incluso de separación entre los seres humanos), pare el carro. No todo es tan bonito. ¿Tendría usted la misma consideración al debatir con un etarra arrepentido? ¿Escucharía con oídos atentos a un exvotante de Vox que asegura sentirse ahora identificado con el ideario de Unidas Podemos? ¿Y qué me dice de un amante de la ciencia que ahora afirma coincidir con el terraplanismo y sus postulados? ¿Accedería a una charla con todos ellos? Es decir y resumiendo, ¿cree usted verdaderamente que se sentaría a debatir con la mente tan abierta que fuese posible - por ínfimo que parezca - un posible cambio de opinión en su postura? Ya les dejo deberes para mañana. 

Lo que es indudable es la traviesa incomodidad de cambiar de camino. Cuanto más tiempo y esfuerzo dedicamos a una idea - aunque sea de forma involuntaria e indirecta, fruto del momento social en el que vivamos - más dificultoso resulta desprendernos de ella. Por lo tanto, cabe preguntarse: ¿es la edad un factor determinante en la mutación ideológica? A esta pregunta ha intentado responder un conocido estudio planteado por el Instituto del Cerebro y la Creatividad del Sur de California, que, basado en una serie de resonancias magnéticas obtenidas de 40 voluntarios, concluyó que el ser humano tiende a aferrarse a las primeras ideas que le pasan por la cabeza como si se tratasen de convicciones verdaderas e inmutables. El resultado denota dos relaciones: una proporcional entre tiempo y arraigo, y otra desigual entre duración y flexibilidad. Es decir, a mayor tiempo, mayor convicción; y a mayor duración de esta, menor tolerancia a cambiarla. Ejemplo común de esto es la desesperación de los jóvenes ante enfrentamiento ideológico con personas de edad mucho más avanzada, y que, agotados, recurren al argumento de “así se pensaba antaño”. 

Es necesario enterrar esta falacia de antigüedad para siempre. Debemos evitar, e incluso prohibir, que domine los discursos actuales. Aquí sí que no hay debate posible. Es extremadamente peligrosa y dañina, no solo para el desarrollo de los individuos y de la sociedad, sino también para el mantenimiento de la salud democrática de nuestro país. Este hooliganismo ideológico y enamoramiento de la costumbre no se queda en una tertulia televisiva o en una comida familiar. Sus implicaciones calan en el tejido social y las víctimas de este proceso son la dialéctica y la convivencia. No mezclemos churras con merinas. No es lo mismo mantener una postura tradicionalista o más reformista, que vivir en una ideología social basada en ideas del pasado. Ni del lejano ni del cercano. Especialmente en una actualidad en la que una noticia de ayer se nos presenta tan anticuada que es pisoteada por informaciones actualizadas de hace cinco minutos. El “yo soy así y así seguiré, nunca cambiaré” de Alaska es un gran precepto para bailar y cantar, pero no para cimentar nuestra visión del mundo. Aunque quizá algún día tendría que revisar esta valoración personal y, quien sabe, cambiar de opinión respecto a ella. 

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