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In memoriam Alexis Ravelo

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Me había escrito con él muchas veces antes de conocerle. Teníamos amigos comunes. ¿Quién en Las Palmas no se había cruzado una vez o muchas veces con Alexis, que compartía esa notable virtud del intelectual amigo del barrio, sin petulancias, con la sencillez y la cercanía del barman que llevaba dentro y que nunca había dejado de ser? Su cultura era cultura de calle, sí, pero también y simultáneamente, como un nuevo Roberto Arlt, era cultura de libros y bibliotecas. A su lado, me parecía recordar al pastor de cabras y poeta de Miguel Hernández y de él se podría haber dicho, parafraseando al noble Miguel: Me llamo barro aunque Alexis me llame.

Yo lo conocí primero en sus novelas y fui siguiendo los pasos de sus personajes por el barrio de Arenales de Las Palmas, que es el mío, el guachinche de la vieja calle de la Fontana de Oro, y la casa de su detective Eladio Monroy, en la calle Murga, a pocos pasos de la mía.

Con el número de teléfono que me pasó el pintor José Luzardo, amigo común de ambos, hablé con él por primera vez. Yo quería llevarlo de nuevo a Milán, a la universidad donde había trabajado durante seis años junto al director del departamento de Hispánicas y grandísimo escritor guatemalteco Dante Liano, quien organizaba cada año la Semana Negra, y adonde él había asistido una vez, mucho antes de La estrategia del pequinés, del Premio Café Gijón y de los Goyas. La logística en tiempos de Covid nos fastidió la idea.

Cada vez me ponía a leer una de sus novelas o iniciaba otra, le escribía un whatsapp y él me enviaba un mensaje lacónico pero siempre positivo de agradecimiento: como oro en paño, los conservo ahora para recordarle. No dejó nunca de responderme. Amaba a sus lectores y se esforzaba por conocerlos y escucharles. Nunca ninguneó a ningún interlocutor y yo creo que eso se trasmite en todos y cada uno de sus libros, de sus personajes de vidas frecuentes y tantas veces desgraciadas con la desgracia normal de las personas comunes.

Por fin, conseguí conocerle en persona en la visita que hizo a nuestro instituto, el Isabel de España, de Las Palmas de Gran Canaria, invitado por nuestro departamento de Lengua y Literatura. Habló con todos y cada uno de los alumnos que se le acercaban y le preguntaban sobre la novela juvenil de su autoría que habían leído con avidez. Los trató con un respeto y un cariño que debería ser modélica para tanto pedante suelto que hay en la profesión de escritor.

Entre presentación y presentación salimos junto a mi compañera de departamento, Teresa, a la acera frente al instituto y, en ese lapso, mientras devoraba un cigarrillo detrás de otro, me dio consejos para mi novela y hasta me pasó el nombre de un editor. Me trató como si me conociera de toda la vida:

- No, joder, Marce, autopublicación no -me dijo, antes de añadir:- Yo es que en esto soy muy marxista… ¿vas a regalar tu trabajo? ¿Vas a pagar por él? Preséntalo a un concurso.

- Ya lo he presentado a uno.

- ¿A uno? ¿Sabes a cuantos me presenté yo antes de que me dieran el Café Gijón? Y reía, y reía.

Luego volvimos a vernos en dos presentaciones de libros y siempre me echaba un brazo por encima, no se olvidó nunca de mí:

- ¿Qué? ¿Ya has presentado el libro a alguna editorial?

- Bueenoooo… ¿Y tú? ¿Ya vas a encender otro cigarrillo?

- No me contraataques con problemas morales -nueva carcajada.

Soñaba con decirle que al fin había conseguido uno de esos premios a los que él me instaba a presentarme y que me acompañara a recogerlo, pero no pudo ser. Ayer, cuando mi compañera de departamento vino a contármelo entre clase y clase, se me helaron la sonrisa y la sangre.

Sí, Alexis, Dios probablemente está de vacaciones, como tú ironizabas. Porque si no, no se entiende que te hayas ido tan pronto.

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