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La jeta

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No he leído Feria, el libro de Ana Iris Simón. Sí he leído la entrevista de Clara Giménez Lorenzo, el reportaje de Rocío Niebla y, en fin, el artículo El Grito, de Marco Schwartz. Además, una entusiasta de Más Madrid (o tal vez fuera mejor decir de Mónica García) me reenvía un whatsAPP que otro (u otra) del mismo grupo, a su vez, le envió a ella; dice: “Pues yo estoy muy de acuerdo con lo que dice Ana Iris Simón”.

Y, como parece relevante que ella tenga 29 años, no lo será menos que quien esto escribe tenga 71. Juntos, sumamos un siglo. Pues bien; en contraste con la blanda y leve crítica (“el chirrido que producen ciertos valores subyacentes al discurso”) con que se trata a Ana Iris –que está de buena esperanza, según nos cuentan–, yo ejerceré de viejo cascarrabias. Ahí va mi “batallita”.

Mi padre nos recitó, a lo largo de toda su vida, aquello de “Recuerde el alma dormida, … cuán presto se va el placer; / cómo después de acordado / da dolor; / cómo a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado fue mejor”. La “nostalgia” de Ana Iris ha sido reiteradamente señalada; pero si traigo a colación a Jorge Manrique no es por esto; las Coplas valen, sobre todo, para no fiarnos de nuestras impresiones, dados los efectos engañosos que el paso del tiempo imprime en nuestros “pareceres”. Creo que lo que mi padre nos quería decir, sobre todo, era: en esta vida hay que espabilar (avivar el seso, despertar y contemplar). Pero ¿cómo un viejo, que no se entera ni de cómo hay que manejar el móvil para pagar las localidades de un espectáculo, se puede atrever a decir a los jóvenes de hoy, tan llenos de másteres, que saben inglés e informática que tienen que espabilar?

No comparto las últimas palabras de Marco Schwartz: “Porque no estamos ante un discurso académico o político, sino ante un grito. El grito de una generación que se siente maltratada, extraviada, sin horizontes y traicionada por la generación de sus padres. Un grito al que habrá que dar una respuesta política o, si se quiere, ideológica. Pero primero hay que saber escucharlo”. Pues más bien se trata , creo yo, de una generación consentida, “malcriada”; claro que en esto, sus padres, incluso sus abuelos, les precedimos. Ana Iris, sus entrevistadores y comentaristas son, somos, frutos póstumos, castrados o podridos, de la postmodernidad. La única respuesta con sentido (si es que alguna lo tuviera) sería: ¡espabilad!

¡Espabilemos!

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