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Lenguas cooficiales: conocimiento es normalización

Miguel Á. Arjona

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Cualquier sociedad culta, formada y educada, sustrato básico de la democracia, se enorgullecería de que en el territorio del Estado que la alberga exista una variedad y riqueza cultural tan grande como la que existe en España.

Riqueza cultural conformada, entre otros acervos, por una gran diversidad lingüística.

En España, sin embargo, la existencia de diferentes lenguas jamás ha sido motivo de orgullo, jamás ha gozado de la consideración de emblema o enseña nacional; todo lo contrario, se han intentado acallar por salirse de la supuesta identidad nacional que, en el ámbito del lenguaje, siempre se ha identificado con el castellano, especialmente durante el régimen franquista.

Pero ni siquiera con posterioridad a la transición, con la España democrática vigente, se ha hecho el esfuerzo de tenerlas de verdad en consideración, de ponerlas en valor, de reconocerlas como patrimonio propio, de enorgullecernos de ellas. Mas bien al contrario, el veneno de la uniformidad españolista inoculado durante los cuarenta años de dictadura sigue haciendo efecto, consiguiendo que cualquier mínimo empeño en normalizar la existencia de otras lenguas, tan españolas como el castellano, por cierto, de naturalizar su uso en los territorios en las que son lengua materna de miles o millones de personas, sea rápidamente denostado, casi reprimido, y, por seguro, elevado a la categoría de afrenta a la esencia de la españolidad.

La aversión a las lenguas cooficiales (y a las que todavía no gozan de ese rango) sigue subsistiendo en España porque no se han emprendido acciones para lograr su verdadera naturalización y subsiguiente inclusión en la genética democrática española.

¿Cómo es posible que en el currículo de la enseñanza básica obligatoria en España se incluyan lenguas extrajeras (a lo que no tengo nada que objetar, todo lo contrario) y sin embargo las lenguas oficiales brillen por su ausencia fuera de las comunidades autónomas de las que son propias?

No aspiro a que el catalán, el gallego o el euskera se conviertan en lenguas vehiculares fuera de sus comunidades autónomas, siquiera a que tengan la consideración de asignaturas obligatorias fuera de sus territorios naturales, cosa que no me parece exagerada si de conseguir su interiorización cultural se trata, pero ¿por qué todavía ni siquiera se incluyen -que yo sepa- en el catálogo de asignaturas optativas en primaria y secundaria de todas las comunidades autónomas?

Con este panorama tan desolador después de cuarenta años de democracia, no deben extrañarnos las reacciones furibundas, sobre todo desde cierto espectro ideológico, cuando se pone encima de la mesa que el catalán, por ejemplo, sea la lengua vehicular en Cataluña.

Imagínense pedirle a la señora Ayuso que incluya el euskera como optativa en los colegios e institutos madrileños…

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