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¿Mejor o peor que nuestros padres?

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Cuando se plantea el debate sobre si los jóvenes de hoy vivimos mejor o peor que nuestros padres cuando tenían nuestra edad, se suelen contraponer dos visiones: hoy nosotros podemos viajar más, formarnos mejor, tener más información y ser, en teoría, “más libres” para elegir nuestro futuro; por el contrario, ellos tuvieron más estabilidad laboral y económica, más facilidades para formar una familia y para emprender un proyecto de vida, para comprar una casa y, en definitiva, para vivir tranquilos. ¿Cuál de las dos opciones es mejor? Sin duda, la de nuestros padres.

¿Por qué? Porque esa libertad que se nos atribuye a los jóvenes hoy no es tal. Irte al extranjero a trabajar de au pair para aprender idiomas y conocer mundo, viajar barato gracias a compañías low cost, elegir la carrera que quieras sin presión social, tratar de dedicarte a lo que te apasiona, poder comprar por Internet y pedir comida a domicilio con un clic… Todo eso no es más que una ilusión de libertad, una forma optimista de encarar la dura realidad: que el sistema económico actual no tiene previsto, ni a corto ni a medio plazo, ofrecer un futuro digno a los jóvenes que vaya más allá de aprovecharse de nuestra ilusión para colocarnos en una situación de precariedad total, camuflada bajo un inmenso paraguas de entretenimiento y diversión sustentado sobre la precariedad aún mayor de otros.

Porque no nos engañemos: lo jóvenes hoy no elegimos vivir como vivimos. Vivimos como podemos porque no nos queda otra, y tratamos de sobrellevar la precariedad siguiendo las pautas que el sistema económico ha previsto para que soportemos la situación sin estallar: creyéndonos voluntariamente esa mentira de que somos “más libres” y auto convenciéndonos de que vivir de alquiler mola porque puedes cambiar de casa cuando quieras, de que cobrar 600 euros por 40 horas de trabajo cualificado es justo porque no tenemos experiencia y nos tienen que enseñar, de que no hay soledad o frustración que no cure un buena maratón de Netflix, de que es normal que la carrera de filosofía no tenga salidas porque no es productiva o de que posponemos la maternidad y la decisión de formar una familia porque queremos y porque aún nos queda mucho por hacer como jóvenes antes de asentarnos.

La libertad real, la que creemos tener y no tenemos, es la de ser capaz de comprar una casa pero aun así elegir vivir de alquiler porque va más con tu estilo de vida. Es tener una oferta de trabajo digno en la que se respeten tus vacaciones, tus bajas, tus cotizaciones y tu formación académica pero aun así elegir irte un año fuera como au pair porque quieres conocer mundo. Es tener medios suficientes para formar una familia y dar una vida digna a tus hijos con 28, 29 o 30 años y aun así elegir no hacerlo porque prefieres no tener descendencia o vivir soltero. Es poder permitirte un viaje con vuelo, seguro de viajes y hotel pero aun así preferir viajar de mochilero y dormir en albergues porque quieres vivir la experiencia. Es poder coger el AVE una vez al mes para ver a tu familia sin sufrir para llegar a fin de mes, pero aun así elegir ir en blablacar porque te gusta conocer gente nueva.

Quizá parezca que los jóvenes disfrutamos haciendo todo eso, que somos aventureros y que nuestro objetivo es ver mundo, conocer gente y hacer lo que nos gusta. Pero que quede clara una cosa: tratar de sacar el lado bueno de una situación terrible no implica que estés a gusto en esa situación, ni la hace menos terrible. Y optar por un modo de vida determinado, cuando no tienes otra opción, no es libertad.

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