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Pagar por casi nada

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El título resume a la brocha gorda, cómo es el pago de impuestos de los españoles y el retorno de bienes y servicios para una parte de la población que reside a trasmano en lo que se ha dado en llamar la España vacía.

Mis amigos madrileños y asimilados, vecinos de grandes o medianas ciudades, pagan sus impuestos de IVA, IRPF… lo mismo que cualquier ciudadano de igual oficio o ingresos que resida, valga el ejemplo, en las hoy desoladas y antaño pujantes poblaciones de Castilla. Al Norte o al Sur del Guadarrama.

Y esos caudales que generan los impuestos abonados por la ciudadanía resida en capital o aldea son los que sostienen las infraestructuras que dan servicio a sus habitantes. Hasta aquí la información de manual que sostiene que todos los españoles son iguales. Pues, no.

Hay españoles que con sus impuestos costean el bienestar educativo, sanitario, de infraestructuras viales y tecnológicas de quienes las disfrutan en las poblaciones que están en los mapas de España y de las que su realidad y la de sus conciudadanos es un pálido y doloroso reflejo sarcástico.

Un enfermo que requiere tratamiento especializado en una gran ciudad tendrá que asumir las consecuencias de un diagnóstico indeseable y unos tratamientos más o menos agresivos con unos efectos secundarios desagradables, con una lista de espera que indique mayor o menor desesperanza. Y asumirá quiéralo o no unos índices de supervivencia siempre más cortos de lo deseable. Si el paciente es residente además en uno de esos lugares que no salen en los mapas o que aunque figuren es como si no, verá incrementada la lista de penalidades con inhóspitos viajes en furgoneta dando tumbos durante las horas que tarde en realizar el trayecto por carreteras secundarias, con frío o calor, dejándose la vida entre cada suspiro de un zarandeo y otro, en compañía de hombres y mujeres en el mismo trance, entre vascas y retortijones que dejan la calidad de vida en una expresión ajena a sus existencias con una sensible disminución de la supervivencia ante la misma enfermedad según te ataque en Barcelona o en Soria. Tal baila el servicio de educación y los demás que se diluyen al ritmo en que disminuye la población: telefonía, conexión con la red de internet, oficinas bancarias, comercios, farmacias, policía… y cuando le da por nevar… no tienes más que las vetustas y voluntariosas manos de tus vecinos, dispuestos a dejarse matar pala en mano, sabiendo que la UME u otras delicatessen de la solidaridad interterritorial siempre tienen una lista de poblaciones con mayor número de damnificados por delante, de modo que cuando hayan socorrido al último pueblo perjudicado, no lo dudes, inmediatamente después vas tú, y así será cada vez.

Es comprensible, se hace lo que se puede, pero cómo es posible cobrar impuestos por unos servicios de gran ciudad a cambio de la ausencia de los mismos o servicios atenuantes y tardos. Debería quien dirige el Ministerio del ramo y su equipo, que para eso han estudiado en la universidad, diseñar un sistema impositivo según el que pagas las atenciones que el estado te aporta, baremando la calidad de los servicios, para evitar la sangrante injusticia de que aquellos que no reciben o que reciben insuficiente apoyo del estado, desde su ostracismo contribuyan a financiar el estado del bienestar de quienes realmente lo tienen. Sumidos en la incuria de los gobiernos de derecha e izquierda. Es una reclamación simbólica esta del impuesto a la España vaciada. Cuántos nos iríamos a vivir allá, para empezar, sólo con que nos conecten a internet para poder teletrabajar. Detrás vendrán, como caen las fichas de dominó, la educación, la sanidad, las comunicaciones, el comercio… el futuro prometedor que se les cerró cuando se hizo el trazado de viales e infraestructuras industriales a mediados del siglo pasado sin previo aviso…

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