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El síndrome de la cucaracha

Bastian Denes

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El trepidante y pesado bombardeo de los medios de comunicación y el no menos fastidioso y soporífero ametrallamiento al que nos someten nuestros conciudadanos esgrimiendo todos los medios a su alcance, están creando una plomiza nube sobre nuestras cabezas que nos impide levantarlas para otear el horizonte. Las cifras machaconas de contagiados y fallecidos, así como tantas y tantas opiniones, entre ellas asombrosas especulaciones no siempre bienintencionadas, han creado una bruma que nos impide ver el monte, y el árbol mismo.

¿A qué se debe que no veamos el horizonte, a qué que hayamos olvidado nuestra historia tan reciente? ¿Alguien se acuerda de Wuhan? ¿Qué sucedió allí donde se originó la pandemia? ¿Qué dicen al respecto nuestros científicos, nuestros gobernantes? ¿Ante quienes responden organizaciones internacionales tan supuestamente solventes y públicas como la OMS, la ONU (obvio la UE)?... ¿Hay responsables?

Confinamientos, cuarentenas, obligatoriedad de la mascarilla, multas a los infractores… ¿Es esto todo lo que tenemos para analizar el origen, los efectos y la amenaza de ese virus; eso sí, tan bien fotografiado y a todo color que se nos han mostrado en fotos y pantallas?

Da la sensación de encontrarnos en una sociedad secreta, sobre la que apenas conocemos quién es ese alguien que está decidiendo lo que podemos saber. Nuestra intuición no llega más allá de las discusiones políticas que nos ofrecen en bandeja –pensamos que de falsa plata- sobre la que bailan esperpentos enredados en discusiones sobre la degeneración y corrupción de un sistema que nos negamos a reconocer como nuestro.

Al igual que las cucarachas, tenemos la sensación de arrastrarnos por el suelo, abrumados por, no ya salvar obstáculos en el camino, sino conscientes de que nos son tan ajenos e inescrutables como quienes los han puesto y quienes lo ocultan. Y encima tenemos miedo de que nos pisen. Y, ¡qué horror!, no podemos ponernos de pie.

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